Ciampino fue mi destino en abril del 2010. Mi antepenúltimo desplazamiento a Roma. En el 93' me quedé a la puertas del estadio Olímpico para disfrutar en la grada de los CUCS del derbi local. Para resarcirme, de uvas a peras me persono por libre en el maltratado Centro Arqueológico de l'Almoina. Me sumerjo entre los adoquines de la antigua ciudad valentina. Mis raíces. Viajo poco, nada. Junto a Lisboa son dos ciudades para fumarme mi últimos ducados de la vida. Fernando Pessoa tiene la cara. Junio Bruto la cruz.
Aquel viaje lo hice junto a amigos y familiares. Recién separado, a mi madre le costó aceptarlo. El divorcio más. La buena de mi hermana María del Carmen abonaría el billete y el hospedaje. Carmela el resto. No estando muy católico, mi vieja y yo fuimos compañeros de habitación, como lo son dos jugadores de fútbol en plena pretemporada. Nos faltó jugar a las cartas. Al Continental. Viajé solo. El resto de la expedición había aterrizado una jornada antes.
Se celebraba la Pascua cristiana, prefiero la judía por eso de disfrutar la libertad del yugo de la esclavitud. En la cristiana somos esclavos de la fe, que cada anualidad confío menos en ella. Hace tiempo que dejé de santiguarme con agua bendita. Y eso que un gran amigo, hebreo, me vio una noche comiendo lechuga romana mojada en sal, longaniza, huevo duro y un trozo de 'panquemao'. Aquel disciplinario menú que impuso mi padre, escuchaba en ladino de mi colega, era una tradición de Judea. La mantengo por recordar viejos tiempos.
Cuatro estaciones antes de mi festín recorriendo la polis de la Fontana de Trevi, en la otra eterna ciudad, la de la fiesta, València, recibía el galardón al segundo mejor museo de Europa por el trabajo desarrollado en el Centro Arqueológico de l'Almoina. Hace unos años no arrancaban ni las audiovisuales. Quizá hayamos prestado más atención a la cultura del pedal que a la cultura de la ciudad. En fin, cosas que discurren por no creer en la vanguardias.
Lo poco que sabemos de la vecchia signora se debe al gran trabajo de arqueólogos e historiadores municipales, que desde los ochenta han trabajado duro picando en el sótano de la València antigua. En uno de los cuadernos impresos con sello municipal de divulgación de la historia del Cap i Casal, se reconocen los hechos de la destrucción y falta de sensibilidad que sufrió Valentia a manos del ejército comandado por Pompeyo en el 75 a.C.
València quedó calcinada. Posteriormente abandonada, y el fuego y las cenizas se apoderaron de Valentia como en la nit de San Josep. A los años, Valentia volvió a levantarse. A las horas de la cremà, la ciudad vuelve a repensar las Fallas del año siguiente. Quizá Pompeyo, enemigo de los valencianos, enemigo suyo, tuvo parte de culpa de que se forjara el carácter, espíritu y personalidad del pueblo valenciano ¡No lo destrocemos!