El cierre de algunos comercios de nueva creación se sirve como síntoma de un estancamiento en el mercado cultural. ¿Las causas? Los expertos apuntan al poder adquisitivo real y la resituación de la Cultura como un servicio
VALÈNCIA.-Este verano se cierra un curso de alto interés para el análisis del consumo cultural: se cumplen cuatro años de un cambio en los tres gobiernos ligados a la capital valenciana. Gobiernos del cambio en Generalitat, Diputación y Ayuntamiento, cuya llegada a la gestión pública era demandada por los sectores creativos de manera unánime. Más o menos afines a sus pensamientos, la continuidad política de los ejecutivos provocó —como poco— una suma de distorsiones que, en algún caso, cuentan con un presente y futuro de presuntos delitos y seguimiento en tribunales (como ocurre con el IVAM). En el caso de la ciudad, el cuarto de siglo en manos del mismo grupo acumuló un balance histórico lleno de contradicciones.
Finalmente, definido por el tijeretazo tras la crisis: de la penúltima a la última legislatura del Partido Popular, el recorte fue del 86%. ¿Cómo pudo sobrevivir la gestión cultural de València a un recorte del 86%? Sobre todo, teniendo en cuenta que el Palau de la Música no se cerró ni hubo despidos. Ni allí, ni en los museos de la ciudad, por ejemplo. Producción y programación cayeron en picado y la asfixia derivó en un fenómeno que todavía no se ha estudiado lo suficiente: la creación de un sinfín de festivales urbanos, pero también de iniciativas privadas. Bares culturales, librerías con actividades constantes, galerías enfocadas a nuevos compradores y comercios atípicos. El instinto de supervivencia afectó al sector, beneficiando a una población que, en el peor momento de inversión pública, vivió un inicio de década al alza en la oferta. Sus bambalinas eran la profunda precarización del sector, definida en el ensayo El entusiasmo de Remedios Zafra. Ese encofrado de cristal para artistas y creadores es sobre el que se sostiene su modelo comercial.
Por eso, si se acepta que el inicio de década fue un espejismo, es natural que desde la academia y desde lo privado se pregunten hacia dónde va la Cultura. Hacia dónde va su mercado. Más allá de la actualidad comparada con ciudades homónimas en su contexto a València (Rotterdam, Edimburgo, Vancouver...), una parte de los problemas se solidificó con la ausencia de relevo por parte de la política local de esa reacción instintiva. La puesta en marcha de festivales urbanos por doquier y de comercios en torno a la Cultura de inicios de la década no obtuvo una respuesta paraguas del Ayuntamiento, que ha ido recuperando el 86% del presupuesto esquilmado poco a poco. Muy poco a poco. Hoy, todavía, el Palau de la Música consume solo en su edificio el 56% directo de todo el presupuesto de la ciudad para Cultura y se viene, literalmente, abajo.
* Lea el artículo completo en el número de agosto de la revista Plaza