Cultura y Sociedad

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Crítica de cine: Divergente: La contrarrevolución adolescente

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VALENCIA. La parroquia friki está de enhorabuena porque ya han empezado a llegar noticias del rodaje del nuevo episodio de Star Wars a cargo de J.J. Abrams. La saga de La guerra de las galaxias resulta de gran importancia en el cine contemporáneo: sin ella, no se entendería toda la vertiente de películas mongoloides dirigidas a adolescentes que han venido detrás. Los fans de los bichitos, del poder de la fuerza, del lado oscuro y de las tropas imperiales sirven de escaparate para un modelo de adolescente treintañero y cuarentón que se regodea en el recuerdo de la infancia como vía de escape ante el empobrecimiento social que hemos experimentado en los últimos años.

Star Wars no es un inocente producto de evasión sino el síntoma de la infantilización de la cultura como mecanismo de distracción mientras el neoliberalismo ha ido acaparando todos los órdenes sociales. Así, no es ni mucho menos una coincidencia que, en los años 80, el título de la saga sirviese para designar el escudo antimisiles de Ronald Reagan, otorgándole un aire de simpática ciencia ficción a la aberrante política de agresión militarista estadounidense. Su elección como el nuevo ariete cultural yanqui respondía a la visión que ofrecía el producto de George Lucas, un pastiche radical ultracristiano que glorifica la supremacía de las creencias religiosas sobre la razón.

La historia que nos narraba el producto de Lucas no dejaba lugar a dudas. Los protagonistas son los miembros de una secta religiosa, los "jedis", que controlan la democracia en una galaxia muy, muy lejana hace mucho, mucho tiempo. La congregación jedi está basada en la transmisión de una fe, denominada "la fuerza", usada para dominar a los necios, es decir, a los débiles. Así, la tutela de estos fanáticos religiosos sobre la democracia es total, actuando como un siniestro grupo de presión que interfiere en los asuntos públicos y que somete el interés general al interés particular de la organización. Rouco Varela haría muy bien de maestro jedi en la nueva entrega de la saga.

Pero aún hay más, porque la pérdida del poder por parte de los jedis ante la llegada de un nuevo sistema político deriva, en las películas, en un movimiento contrarrevolucionario que propugna la vuelta al sistema anterior, el regreso a la corrupción y a la unión entre Iglesia y Estado. Los héroes contrarrevolucionarios, encabezados por un contrabandista y un monaguillo jedi, llevan el peso de la historia en la trilogía primigenia, viviendo una serie de aventuras en aras de volver a situar a los líderes religiosos al frente del gobierno.

Este canto al pasado, al individualismo, a los regímenes tutelados, al peso de la tradición, al modo de vida rural renuente al progreso, resulta muy característico de toda una tradición de la narrativa juvenil del siglo XX que reacciona frente al carácter subversivo inherente a las buenas narraciones de los siglos anteriores.

Es la tradición de productos horripilantes como El señor de los anillos, Los juegos del hambre, Crepúsculo o la nueva joya que nos brinda ahora la industria audiovisual mainstream con Divergente, un film que se estrena este puente del 1 de mayo en España precedido del furor adolescente que está causando en todo el mundo.

Divergente transcurre en un futuro imaginario en la ciudad de Chicago. En el año 2060 o así hubo una guerra y la sociedad quedó dividida en cinco facciones según la función de sus ciudadanos. Los tres grupos más importantes son Erudición, Osadía y Abnegación. Los de Erudición son los científicos, que están todo el día estudiando y dedicados a la ciencia. Los de Osadía son los policías, los más valientes y mascachapas. Por último, la casta de Abnegación son los que tienen el gobierno. El problema de Abnegación es que son muy buenas personas, muy piadosos y, como buenos cristianos, creen en la caridad, en darles a los pobres lo que a ellos les sobra.

Los de Erudición quieren quedarse el gobierno porque, claro, están todo el día leyendo libros y les entran ganas de mandar y someter. Con el fin de hacerse con el poder, usan a la casta de Osadía, los policías, a los que les dan una droga para que obedezcan sin pensar. No obstante, los de Erudición son eso, eruditos y teóricos, es decir, parásitos del modelo productivo, y el plan acaba fracasando. Si en lugar de Erudición la casta se hubiese llamado Emprendimiento, habría conquistado el poder desde el primer instante con el empuje de las empresas y de los medios de comunicación.

Esto es lo más divertido de Divergente, que carga las culpas de estas sociedades apocalípticas contra los políticos. En esa sociedad del futuro no hay ni televisiones, ni industrias, ni economía, ni capitalismo y, lo mejor de todo, no hay rémoras como colegios u hospitales públicos. Los habitantes viven de la producción agraria, encerrados en un muro que les permite aislarse de los parias que viven en el exterior, que no pertenecen a ninguna casta y que se alimentan de la caridad de la gente de Abnegación.

Los chicos protagonistas se rebelan, de este modo, contra los eruditos que quieren controlar el poder, ya que prefieren que siga gobernando la casta que predica la caridad cristiana. Es así como el mensaje de la película se resume en dos ideas: las sociedades dominadas por la religión son las que mejor funcionan, y el poder de las grandes corporaciones tiene que permanecer invisible y ajeno a cualquier objetivo revolucionario.

La protagonista de la película es una adolescente llamada Tris, nacida en Abnegación pero que quiere desarrollarse como policía antidisturbios violento, y por ello cambia de grupo y se pasa a la facción de Osadía. Allí se enamora de uno de sus instructores, llamado Cuatro, y juntos encabezan la revolución para devolverle el poder a la teocracia de Abnegación. Es una nueva derivación de esas películas dirigidas a los jóvenes que presentan las contrarrevoluciones como si fueran revoluciones.

Aquí no hay hobbits luchando contra el progreso ni sacerdotes dando la murga con las excelencias de su culto, pero sí tenemos como líderes rebeldes a dos adolescentes mojigatos que ven el sexo como algo sucio que ha de esperar la bendición adulta. A este respecto, tenemos en la película el esclarecedor momento de en que vemos cómo surge el amor entre Tris y Cuatro: cuando él se acerca para besarla, ella le dice: "No quiero ir demasiado rápido", y rechaza el beso. Toda una lección de vida en valores.

A la espera de las nuevas entregas de Star Wars, siempre podremos entretenernos con estos juguetes parafascistas de la industria del entretenimiento, suministrados en dosis periódicas bajo la forma de saga de novelas, trilogías y demás estratagemas comerciales. El objetivo se dirige a los adolescentes con la misma lógica con la que funciona la enseñanza de la religión en las escuelas: la mejor manera de garantizar el mantenimiento del orden en una sociedad consiste en inocular desde la infancia los mensajes religiosos y las ideas contrarrevolucionarias.

Sólo hay que encontrar envoltorios atractivos y tendremos garantizado que los futuros adultos se quedarán estancados en la nostalgia de esas enseñanzas de seres mitológicos y asexuales que caminan sobre las aguas o que vuelan a lomos de dragones.

Ficha técnica

Divergente (Divergent)

EE.UU., 2014, 139'

Director: Neil Burger

Intérpretes: Shailene Woodley, Theo James, Kate Winslet, Tony Goldwyn, Ray Stevenson, Mekhi Phifer

Sinopsis: En la sociedad del presente hay convergentes que quieren separarse de España para fundar el estado catalán, pero en la sociedad del futuro hay "divergentes". Éstos son los que se rebelan contra el orden de las cosas. En la película, una pareja de divergentes adolescentes, que piensa que la revolución es chachi piruli, se opone a que el gobierno lo ejerzan los sabios. Así, con la misma conciencia política que un disco indie español, la pareja decide acabar con el sistema fascista-comunista de los eruditos para devolverle el poder a los bondadosos que practican la caridad cristiana. Basada en la novela de Veronica Roth.

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