Cultura y Sociedad

CRÍTICA DE CINE

(Crítica de cine) Yo, Frankenstein: Gárgolas y demonios

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VALENCIA. "Confiar en los demás es un error que sólo se comete una vez". Ésta es la lección principal que sale de la boca del protagonista de uno de los estrenos de la semana, una porquería titulada Yo, Frankenstein. Se trata de una de esas superproducciones de Hollywood que constituyen un rotundo fracaso comercial en Estados Unidos y que, como tal, llegan a España con centenares de copias para su distribución por las mejores salas de todo el país. Es lo que tiene el libre mercado, que te permite pregonar lo contrario de lo que practicas.

Esto es como si fueras un empresario español creas una red de supermercados copiada de las principales tiendas norteamericanas (fusilando hasta el lema de Walmart, "always low prices", o sea, "siempre precios bajos") y luego te permites el lujo de aconsejar a los demás empresarios que no copien ideas. O como los que se pasan toda la vida arremetiendo contra la intervención gubernamental sobre la economía hasta que llega una multinacional sueca y monta una macrotienda de muebles. Pues con Hollywood pasa lo mismo: el monopolio de la distribución mundial permite rentabilizar los mayores fracasos y luego hablar de libertad y del triunfo de los mejores.

Yo, Frankenstein es el último ejemplo de esa exquisita excelencia que nos regala el cine norteamericano cada semana para recordarnos su propuesta: el cine europeo debería desaparecer porque es una competencia incómoda no poder sacar al mercado más y más películas de acción, de explosiones, golpes y bichejos. Eso sí, todo regado con una seriedad suprema, porque todos estos productos son muy serios y el sentido del humor no cabe en películas como la que ahora llega a nuestras pantallas.

Aquí se nos cuenta la vida del monstruo creado por el Doctor Frankenstein. Tras la muerte de su creador (momento en el que arranca la película), el monstruo realiza un sorprendente hallazgo: desde hace siglos, existe una guerra entre demonios y gárgolas. Si vencen los demonios, los seres humanos desaparecerán. Como el monstruo es bueno, se pone en seguida del lado de las gárgolas para derrotar a los demonios. Además, el monstruo ni se muere ni envejece (ya ven, es como la monarquía borbónica) por lo que la historia se desarrolla doscientos años después, es decir, en nuestro tiempo presente.

Pero hay un problema: el monstruo no tiene nombre porque Frankenstein es, al fin y al cabo, el nombre de su creador. Por ello, la reina de las gárgolas decide bautizarle como "Adán". Así que nos encontramos ante una película sobre Frankenstein donde éste tiene ese nombre tan curioso, y que va circulando por ahí dando mamporros y exterminando demonios con su porte de tío apuesto. Sí, el monstruo aquí es un tío guapo, interesante, que incluso se liga a una rubia. Es un tipo con un cierto aire a Christopher Lambert porque de ahí bebe Yo, Frankenstein y ese cine contemporáneo de mascachapas: de los engendros de los 80 como Los inmortales.

Como no podría ser de otro modo, Yo, Frankenstein hace un repaso a este cine, ya que los creadores son los responsables de otro producto insoportable estrenado hace poco más de diez años, Underworld. También podríamos mencionar otras películas como Constantine o la saga de Blade, todo ello pasado por el filtro de El señor de los anillos: aquí no tenemos sólo bichos asquerosos como los orcos, sino esos planos aéreos (bueno, de simulación aérea, que para algo son los típicos dibujos animados denominados "efectos especiales") con música de tambores mientras vemos un gran jaleo de criaturas desplazándose para la enésima batalla. 

Por increíble que parezca, la sarta de disparates no acaba aquí. Al igual que en El señor de los anillos, en esta película nos meten frasecitas absurdas. No tenemos a Gandalf haciéndonos creer que Tolkien es Shakespeare, pero sí tenemos al monstruo reflexionando sobre su identidad, sobre su lugar en el mundo, y soltando perlas como ésta: "No soy humano, ni demonio, ni gárgola. Soy diferente".

La narración sigue la misma lógica de estos subproductos infantiloides de las películas de El señor de los anillos, una lógica caracterizada por la alternancia de escenas de acción (batallas y más batallas) y secuencias de transición para dar un respiro, para que el espectador espere nuevas peleas mientras los protagonistas balbucean diálogos incomprensibles sobre mundos mágicos y realidades paralelas. Para variar algo sobre los productos anteriores, ahora se inventan una guerra entre seres elegidos al azar (gárgolas y demonios) con una relectura demencial de la obra de Mary Shelley.

Tampoco es cuestión de ponernos exquisitos y pedir una adaptación fiel, respetuosa o cualquier otro adjetivo tramposo que se quiera poner. El problema no es el pastiche de referencias sino el mensajito que se traslada siempre: ve a la tuya y no te preocupes por los demás. En resumen: la sociedad reconoce siempre el esfuerzo individual porque lo importante es destrozar al adversario en un contexto social dominado por el enfrentamiento constante.

Dicho de otro modo: la guerra es el estado natural de la historia. Por eso el protagonista dice la frase que señalábamos al principio, esa enseñanza de que no hay que confiar en los demás. Es la máxima por la que se guía Hollywood y esa cultura dominante: los demás sobran. Yo, Frankenstein se convierte, por lo tanto, en una nueva metáfora de ese pensamiento ultra con el que se exportan las películas a los mercados de todo el mundo. 

Ficha técnica
Yo, Frankenstein
(I, Frankenstein)
EE.UU., 2014, 93'
Director: Stuart Beattie

Intérpretes: Aaron Eckhart, Bill Nighy, Yvonne Strahovski, Jai Courtney, Miranda Otto, Kevin Grevioux, Steve Mouzakis, Aden Young, Deniz Akdeniz

Sinopsis: Tras morir el Doctor Frankenstein, su criatura se mete en una guerra entre gárgolas y demonios para salvar a los seres humanos. Su dominio de las artes marciales será crucial para ganar la guerra

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