Cultura y Sociedad

EL CABECICUBO

John Milius, el hombre que escribió "qué delicia oler napalm por la mañana

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VALENCIA. Si a alguien ha perjudicado la piratería en este país es a Canal + y su plataforma digital. El público que se tomaba la molestia de pagar por sus contenidos ahora puede ver las series tragándose las temporadas del tirón y los estrenos de cine se tarda menos en bajárselos en Blue-Ray que en llegar a ellos clickeando en Yomvi. En cuanto a la joya de la corona, el fútbol, desde la llegada de la fibra óptica, se puede ver maravillosamente bien, incluso varios partidos simultáneamente, por rojadirecta. Es una tragedia para una empresa que trabajaba el noble propósito de surtirnos de contenidos de calidad tan escasos en la televisión convencional, pero todavía queda un formato que les mantiene en la picota: los documentales. Estos no hay forma de bajárselos y siempre los da el Plus.

Hay que decir que a veces sus documentales de estreno son castañas como el de Gandolfini, que sin duda se merece más dada su talla de icono popular. Pero en otras ocasiones hay que quitarse el sombrero. Es el caso del estreno de Milius el documental sobre la vida del guionista de obras grandiosas como Apocalypse Now o la serie Roma de HBO.

La vida del autor de la frase "qué delicia oler napalm por la mañana" o el "alégrame el día" de Harry El sucio no sólo es interesante para un documental por las extravagancias, que fueron muchas, de un tipo que definía como "maoista anarquista zen" y amaba las armas, sino porque relata la dura lucha que tiene que librar alguien en el mundo del espectáculo para que sus ideas no terminen travestidas por los criterios del mercado impuestos por los directivos de los estudios.

La infancia de este hombre no tuvo nada de particular en el medio oeste americano, donde creció hasta los siete años. Se peleaba a muerte con sus hermanos, su familia era disfuncional y no veía el momento de poder alistarse para ir a Vietnam. La vida para él no tenía sentido más allá de los 26 años, edad a la que le parecía bien morir. Pero resultó que tenía asma y no pudo alistarse. Le tiraron. Se quedó sin guerra y sin nada que hacer en la vida.

Fue gracias a un cine que hizo un ciclo sobre Akira Kurosawa, lo mismito que ocurre ahora en los cines, que recuperó la inspiración y decidió entrar en la USC, una de las pocas escuelas de cine californianas en una época en la que aquello sólo interesaba a cuatro taraos; freaks con nombre y apellidos como Steven Spielberg, Francis Ford Coppola o George Lucas. Ahora es más fácil entrar en Medicina que en una de esas escuelas de cine, pero entonces era cosa de raritos. Y todos estos raritos consideraban que su compañero Milius era el que más talento tenía. Además de huevos, porque Lucas recuerda cómo le partió la cara a un profesor por no proyectar un corto en clase.

Pronto entró a trabajar en películas de Serie B y unos de sus primeros guiones de renombre fueron parte de los diálogos de Harry el Sucio, aunque no le acreditaron. También muy temprano vio cómo le daban la vuelta a lo que escribía. Su Jeremiah Johnson era un tío que practicaba el canibalismo y se comía los hígados de los indios que mataba. Sólo se aprovechó un 60% de sus ideas, cuenta Milius, y quedó ese western ecologista, que es una maravilla, por otra parte. Banda sonora incluida.

Después escribió El juez de la horcaLee Marvin leyó el guión y le estaba encantando, pero cuando lo acabó estaba tan borracho que lo perdió por ahí. No se especifica cómo, pero cayó en manos de Paul Newman, que también quedó prendado y le exigió a sus agentes que compraran los derechos. Milius puso dos precios. Uno bajo, si dirigía él la película, y otro alto en el caso de que no aceptaran esa oferta. Pagaron el alto, que lo era y mucho: 300.000 dólares.

Sin embargo, harto de que toqueteasen y cambiasen todo lo que creaba, pudo dirigir al fin su primera película, Dillinger. Fue un éxito y enganchaba por un detalle que le cuesta al cine americano: Su protagonista era un criminal y se comportaba como tal, no estaba idealizado. En esa época Spielberg le llamaba cuando necesitaba ideas. Suyo fue uno de los monólogos más impactantes deTiburón. También obtuvo éxito con El viento y el león, junto a Sean Connery. Pero el verdadero reto de su carrera se le presentó entonces, una adaptación del Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad.

Tuvo que cambiar la historia, explica en el documental, para poder estar a la altura de la obra maestra. Adaptarla no hubiera sido suficiente. Para ello habló con amigos veteranos del Vietnam y construyó, como nuestro Azcona, una ficción a través de testimonios reales. Robert Duvall dice que siempre le han pedido por la calle que diga la frase del Napalm. "Y al final yo nunca supe como huele", se ríe el actor. A Martin Sheen, por otro lado, algunos monólogos le quedaban "muy dulces" y Milius le hizo leerlos con una pistola cargada en la mano, a él, que era pacifista, y aquello le daba bastante mal rollo.

"Si la contracultura iba hacia la izquierda, él iba hacia la derecha", confiesa su hijo, pero no por derechismo, sino por ir contracorriente. Era un genuino punk, sólo que en lugar de guitarra tenía lápiz y papel. Al final no pudo llevarse el Oscar por Apocalypse Now, se fue para Kramer contra Kramer, cuya elección fue casi una declaración de intenciones de una Academia copada por progres al estilo americano, pero Milius confiesa que le dio igual. Se fue a comer a un Burger con Spielberg, los dos con esmoquin, y sintió que alcanzó la gloria cuando un soldado le dijo: "por fin alguien ha comprendido lo que hacemos".

Su película sobre el surf ya sí que fue directamente un fracaso. La crítica dijo que era "excesivamente metafórica", "demasiado Kurosawa para el tema que trata" y los ejecutivos no la promocionaron. Pero él siguió a lo suyo y, con la colaboración inicial de Oliver Stone, se puso a escribir Conan.

Es muy gracioso cómo le impusieron a Dino De Laurentiis al actor protagonista. Pidieron a Arnold Schwarzenegger y el productor se negó. Entonces Milius dijo que vale, pero que entonces quería a Dustin Hoffman, de modo que al final el italiano se desesperó y cedió al grito de: "anda, lárgate de aquí y haz lo que te dé la gana".

El más beneficiado fue Schwarzenegger, al que le habían dicho que con esos músculos y ese acento nunca lograría un papel protagonista y fue por eso, precisamente, que lo consiguió. Nada más llegar al rodaje le dijo a Milius: "Yo no soy como los demás actores; a mí dime qué tengo que hacer, cómo y cuándo". La película fue un éxito, pero no pudo rodar una trilogía, como hubiera querido, inspirado por la leyenda de Aquiles. Le quitaron otra vez el caramelo de las manos.

Cuando sí que se vino abajo su carrera definitivamente fue con Amanecer Rojo. Una película que planteaba el qué pasaría (el famoso what if en el que insisten tantas series de TV actuales) si un ejército soviético invadiera Estados Unidos. Aparte del tema, por el que le llamaron "patriotero" y "fascista", la cinta apareció en pleno clima de distensión entre los dos bloques y recibió todavía más críticas.

Milius entendió que había entrado en una lista negra del Hollywood como la de los años cincuenta, pero redactada por gente de izquierdas, sin embargo, Clint Eastwood lo desmiente en el documental: "A ellos sólo les interesa el dinero, les da igual que seas el mismísimo Lenin". El caso es que Milius ya se quedó sólo para corregir guiones y poner un punto de calidad, como por ejemplo con La caza del Octubre rojo que Sean Connery no quería rodar porque su personaje no tenía frases impactantes. Milius se tuvo que sentar a escribírselas. El resultado quedó a la vista de todos.

Y él estaba cómodo en esta faceta, pero su contable le robó todos los ahorros y se arruinó. Tuvo que pedir por favor que le admitieran entre los guionistas de Deadwood, la serie del oeste de HBO llena de prostitutas, violencia y drogas, pero les dio reparo incluir en la oficina de guionistas en nómina con sus horarios de ocho horas al mismísimo autor de Apocalypse Now. Tras pedir ayuda para que le pagaran los estudios de su hijo, que quería ser abogado, finalmente entró en Roma y rehizo su prestigio y su economía.

Sólo le apartó del tajo un ictus mientras preparaba un Genhis Khan, su tema predilecto. Perdió el habla, aunque en su rehabilitación ha aprendido antes a volver a disparar con la escopeta que a usar la lengua. Considerado "culturalmente incorrecto", sin él nada habría sido igual en la historia del cine del último cuarto del siglo XX. Ahora amenazaba con hacer lo propio con eso que llaman "la televisión de calidad", pero causó baja. Con todo, tengámosle en un pedestal por sacarle una pistola a un ejecutivo para que no le tocase ni una coma ni un guión. Así se negocia con el capital. Jesucristo, por citar un referente, cuando le empezaron a hablar de competitividad, management y eficiencia en el templo sacó un látigo.

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