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ANÁLISIS. ¿Por qué Rita Barberá gana siempre en Valencia?

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VALENCIA. No se puede entender por qué el Partido Popular tiene dominio absoluto, y aparentemente eterno, en la ciudad de Valencia sin atender a su historia electoral. La evolución de los votos en el tercer municipio de España ofrece uno de esos casos que tanto gustan a los analistas: un vuelco estructural. Eso es lo que se produjo en los años noventa en la capital del Turia, dejando, aparentemente, a la izquierda sin posibilidad de recuperar el poder:

Nota: los votos de 1983 no son exactamente de Alianza Popular, sino de la Coalición Popular que, con relativa emergencia, se formó entre febrero y abril tras la disolución de UCD.

¿Qué pasó entre 1991 y 1995 para que se diese este vuelco, que ha consolidado la distancia de 20 puntos entre PSPV-PSOE y PP? No es una pregunta fácil.

Entre 1979 y 1991, el PSPV hizo de Valencia su gran proyecto. La alcaldía de Ricard Pérez-Casado fue la del Plan General de Ordenación Urbana, la del Jardín del Turia, la del IVAM, las principales infraestructuras viarias y el establecimiento del sistema de transporte público. También fue la de la indecisión respecto al Cabanyal, el inicio de su proceso de degradación, y la sensación cada vez más extendida de que el Ayuntamiento gobernaba para la gauche divine, alejado de la esencia popular del valencianismo. La derecha se encargaba de consolidar esta impresión. Especialmente, el partido regionalista Unió Valenciana (UV), que vivía sus años de gloria a costa de atacar la supuesta cercanía de la izquierda valenciana con la cultura catalana. Pero también participaba Alianza Popular (Partido Popular desde 1989), quien aprendió bien pronto la lección de la importancia de la identidad.

Mientras, el PSPV se enredaba en sí mismo, e intentaba, por diversas causas internas, forzar una política municipal determinada del alcalde Pérez Casado. Pero él, antes que ceder, dimitió en 1988, dejando su puesto a Clementina Ródenas, quien se limitó a llegar a 1991 mal que bien, sin demasiados alardes e intentando mantener las formas.

Así, el nuevo PP y UV alimentaban el voto de centro y la derecha a través de argumentos transversales en el eje ideológico, relacionados más con la identidad y la idea abstracta de Valencia como proyecto de futuro. Pero en 1991 las urnas no mostraban aún un cambio definitivo. Fueron unas elecciones de transición: el voto estuvo más dividido que nunca. UV y PP estaban muy cerca, y Rita Barberá supo jugar muy bien sus cartas en la negociación entre partidos para conseguir los votos de los regionalistas. Cuando los populares ganaron la alcaldía, pues, aún estaban a 12 puntos de distancia de los socialistas.

En la legislatura siguiente, dos factores se lo pusieron fácil al PP: por un lado, la crisis económica nacional en particular, y el desgaste por otras razones del gobierno Socialista en Madrid, erosionaron terriblemente el voto de los socialistas. Esto lo aprovechó el PP, por descontado, elaborando un discurso de identidad valenciana fuerte frente a los, según ellos, desmanes de "los socialistas", que no hacían sino perjudicar a toda la ciudad.

Por otro lado, el PSPV no estaba, ni mucho menos, en condiciones de defenderse. Aparte de los problemas existentes en Ferraz, aquí tenían otros: la pérdida de la alcaldía por parte de Ródenas fue como sal en las heridas que se habían abierto en la ciudad con la dimisión de Pérez Casado. Además, el avance imparable del Partido Popular hacía prever una derrota también en las Autonómicas de 1995, con lo que todo el mundo corría para afianzar su asiento, sin preocuparse del resultado global. Fue más o menos entonces cuando el PSPV se convirtió definitivamente en un partido que mira hacia adentro, y no hacia afuera.

Efectivamente, la falta de rival y la coyuntura económica y política produjeron una victoria aplastante del PP en 1995. Además, como habían sabido adueñarse en medios y tertulias de la voz de la alcaldía y la valencianidad, UV no sacó nada en claro de estas elecciones, salvo una salvaje reducción del 50% de los votos. Así, el enorme aumento de voto hacia la derecha fue capitalizado por los populares. Esta tabla es clave para entender de qué hablamos:

 

En 1995 la derecha ganó casi 20 puntos a la izquierda, diferencia que mantendría, con altibajos, hasta hoy. Pero lo más importante es el descomunal salto para el PP en su espectro ideológico, que pasó de tener la mitad de los votos de derechas, a más de un 80%. Este porcentaje no haría sino incrementarse hasta llegar al 100% actual.

Porque la salida de la crisis y el favor del gobierno de Madrid (recordemos que Aznar ganaba las Generales en 1996) abrieron las puertas para que Rita y su equipo construyesen un proyecto fuerte de Valencia, en perfecta concatenación con su discurso identitario anterior. Atarían su candidatura al futuro de la ciudad, y elección tras elección lograrían pasar del ansiado 50%, borrando del mapa a cualquier otra iniciativa de derechas.

Mientras, el PSPV ha seguido mirándose el ombligo, presentando candidaturas poco constantes y consistentes, e incapaz de construir un discurso de futuro alternativo al de RIta Barberá. Por su parte, el resto de partidos de la izquierda han ido al vaivén del amor puntual que el electorado tenía al PSPV. Podemos ver, en números absolutos, la correlación entre voto a los socialistas y a las formaciones que están a su izquierda, agregadas en una estimación:

 

Una correlación de r = -0,68 indica que los votos al resto de la izquierda suben cuando bajan los del PSPV, con una alta intensidad. Si a esto añadimos que en la ciudad la izquierda nunca ha pasado de los 190.000 votos en las últimas dos décadas, podemos decir que están peleando por un espacio de votos relativamente pequeño, con poca capacidad para absorber de la abstención, mucho menos del granero de votos del Partido Popular. Simplemente, se encuentran encerrados.

Y así las cosas, con una derecha asentada y una izquierda perdida y recluida, llegamos a estas elecciones, las de 2011. Las condiciones principales que marcan el contexto son las siguientes:

a) Valencia está estancada demográficamente, no crece ni decrece, y el grado de renovación generacional o por migraciones es realmente escaso, con lo que la gente que va a votar es, en grandísima medida, la misma que votó en 2007.
b) La crisis económica, como sabemos, desgasta al PSOE-PSPV al ocupar el Gobierno de la nación, y no al PP, quien puede protestar desde la oposición.
c) Hablando de "oposición", la que ejercen los socialistas no solo no es clara, sino que se ha tenido que enfrentar a una dimisión de candidata (Alborch) de última hora y unas consiguientes elecciones Primarias no esperadas, de las que ha salido Joan Calabuig, un candidato oficialista y muy poco conocido.
d) Los partidos a la izquierda del PSPV se han desmembrado esta legislatura: EUPV sufrió la crisis más intensa de su historia, como ya sabemos, y se ha desligado irrevocablemente del Bloc, quien se ha quedado con Els Verds e Iniciativa del Poble Valencià.

Si ponemos estas condiciones coyunturales en conjunto con la radiografía electoral estructural hecha hasta ahora, el resultado previsto va de suyo: el PP mantendrá su nivel del 54%-56%, el PSPV en el mejor de los casos se mantendrá, y en el más probable caerá por su absoluta falta de campaña organizada. Pero esta vez la izquierda no podrá aprovechar demasiado las bolsas de voto que deje libres, dada su situación. En resumen, que a nadie extrañe que nos plantemos el 23 de mayo con un PP doblando al PSPV en número de concejales, haciendo que las líneas azul y roja que hemos visto en el primer gráfico mantengan su distancia como los dos ríos paralelos que son desde hace ya dieciséis años.

(*) Jorge Galindo es sociólogo y analista político

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