En el año 1982, uno después de la portada dedicada a Lech Walesa, justo antes de que por segunda vez luciera Ronald Reagan, la revista Time eligió como Persona de aquel año al ordenador. Ha pasado casi un siglo desde que la revista neoyorquina comenzara a destacar en su portada a una persona y solo ha habido -hasta el momento- un objeto que la haya ocupado: el ordenador. Yo ya llevo años esperando al siguiente, porque claro, la computadora fue un acierto, pero de alma tiene más bien poco. Es quizá el objeto más objeto y menos persona, a pesar de la amenaza (o parabién) de la inteligencia artificial. Y ni siquiera para entonces el robot (que no será computadora) comprenderá lo que es el alma, el aura o el gesto. Lo que hubiera disfrutado Rutger Hauer en Blade Runner.
Mary Kondo, que es de alma tan nipona como práctica, nos dice que es mejor que despidamos con ternura a los objetos. Con ternura es cosa mía, que hay adioses tan helados como el Krypton de Superman, que jamás se despidió de ningún traje, siempre abandonados en cabinas de teléfono en Manhattan. Mary Kondo es más de Batman, por supuesto.
Hoy me he despedido de dos pares de zapatos y pensé dónde han andado o aprendido o elegido reposar. Cuánta alma en dos zapatos. ¿Y si hablaran? Porque nadie negará que sí han vivido o convivido o esperado su momento. Pobres pares de zapatos despedidos por un solo plañidero, un sepelio reducido, mucho más que el de Harry Lime en El tercer hombre. Si le hubieran dicho a Jacques Tati que despidiera a sus objetos no lo hubiera hecho nunca. Un hombre de circo tiene tanto apego por sus cosas que acumula y arrincona, pero nunca se desprende. Todos esos chismes de Mon oncle, todas las raquetas de Hulot, todos ellos en desvanes o almacenes o trasteros.
Ahora están de moda. No hay quien no disfrute de uno. No es que hayamos elegido nuestro american way of life, es que somos muy conscientes de que toda cosa necesita un hogar. He leído alguna oferta de un trastero con ventana. Cómo no ofrecer comodidades al objeto tan amado. No me cabe duda, en el garaje de Christine -la de Carpenter, of course- no había vistas sino mugre y sangre acumulada desde los años de la prohibición. Y eso que he de confesarlo, yo también les pongo nombres propios a los coches. El del mío es muy sencillo, Zach, y se comparta de manera menos agresiva que Christine. Y es que está tan bien cuidado que no espero queja de él -o de ella, que para eso hablen los franceses e italianos, mucho más galantes todavía con las cosas; quién hubiera osado rodar Madame de… sino un teutón con alma gala-.
Mucha gente cuando vuelve a los hoteles trata siempre de alojarse en una misma habitación, esa donde obtuvo recompensa a la inversión no cancelada. No tendemos a lo eterno sino a lo fugaz. Ese instante que nos permitió reconocernos en espejos como el héroe que creemos ser.
Los egipcios y otros muchos conocían este asunto y enterraban a los suyos con objetos en trasteros. No sabían de alquileres, pero sí de cuantas joyas y abalorios existían, como aquellos que ahora coleccionan: sellos, libros, pulseritas de conciertos o los botes de pimienta caducada en la despensa, coches, arte, pins, monedas o vinilos tan rayados que en un audio pasarían por satánicos, seguro. ¡Ay del que defiende todavía el materialismo histórico de Marx! ¿No observaron que la colección es el motor de todo avance?
He leído hace unos días que la gente se desprende de otra gente con soltura, que es lo opuesto a la querencia que sentimos por objetos, que lo humano es prescindible, que las cosas son ahora el eje de una nueva sociedad. Y Calígula reiría si escuchara; Incitatus senador relincharía desatado.
De las perchas, las camisas, los relojes, las carteras, ceniceros o cajitas de madera, tocadores y cepillos, las botellas de perfume, los jarrones, esculturas, las mesillas de ajedrez de taracea, las chilabas que no usaste, las babuchas, posavasos, city guides para turistas, las bombillas o ejemplares de revistas que acumulas por un y si.
Dicen que el concepto de lo propio o necesario está cambiando, que ahora prima el alquiler o el usufructo, que no existe apego alguno por las cosas o lugares. Dicen otros, claro está. Porque yo no soy capaz de adivinar por qué el humano -de tendencia recolectora- ha olvidado un instinto tan longevo con el cambio de una letra -que es como se diferencian las generaciones entre sí-. Nómadas, les llaman [y un emoji de no entiendo].
Por lo tanto, hay dos corrientes (y un dilema), la de humanizar a los objetos o cosificar a las personas. O, ¿por qué no? que no sean excluyentes y convivan. Personalmente yo elijo humanizar las relaciones con objetos -por supuesto- y personas -desde luego-. No hay nada tan bello como dar nombre a un velero, nada que defina tanto a una persona. La humanización es siempre efecto de ida y vuelta, una inercia cíclica imparable, lo contrario al nihilismo no animado. El hermano pájaro o león, nuestra hermana lavadora, sudadera o air fryer. Que la cámara de Vértov se decida.
He comprado un trastero sin moqueta, el mejor refugio para vinos, bicicletas y los CD's que no escucho. No los propondré como Persona del año, pero no descarto elaborar un gran listado con objetos nominados para este 2023.
La señora del leño nos lo adelantaba así en Twin Peaks: "Un día mi leño tendrá mucho que decir". Y es que hay pocos tan proclives al objeto como Lynch. Peregrinos de lo humano en un desierto sin recursos.
¡VOTA por el leño o por mi coche! Ya habrá tiempo para el galardón a las personas.