El TEM acoge la representación de La desnudez, premiada con tres Max en 2018, a mejor interpretación, coreografía y espectáculo
VALÈNCIA. Hay pocas oportunidades de ver sobre un escenario a dos bailarines reconocidos con el Premio Nacional de Danza y este próximo 19 de febrero, el Teatre El Musical acogerá uno de esos raros eclipses. Daniel Abreu, galardonado en 2014 en la modalidad de creación, y Dácil González, destacada en 2019 en la de interpretación, acometen juntos La desnudez, un dúo sobre el malquerer al que pone música de tuba en directo y mirada inquisitiva Hugo Portas. Sobre el proyecto hablamos con Daniel Abreu.
- La mayor parte de los títulos de tus propuestas se limitan a una sola palabra, Perro, Animal, Silencio, Cabeza, Equilibrio, Venere… ¿Por qué has incorporado en este caso un artículo?
- DANIEL ABREU: Porque si la hubiera llamado desnudez quizás se hubiera interpretado tan solo como desnudo físico, y la obra no tiene que ver con eso, sino con la intimidad. Ese artículo subraya la idea de concreción y de polisemia. Asoma al espectador a ese lago de la intimidad de una pareja, y se puede leer de muchas maneras, en clave pesimista u optimista. La presentamos como una secuencia de escenas, pero mucha gente nos devuelve una lectura al revés, en forma de flashback, de forma que cuando termina recogen todo el sentido de la obra.
- El confinamiento ha provocado no pocos roces de pareja. ¿Cómo ha resignificado esta obra la pandemia?- Toda manifestación artística después de la crisis sanitaria se ha resignificado y probablemente tenga mucha más fuerza. Por suerte, yo pude pasar el confinamiento solo y tranquilo, pero el nivel de separaciones y divorcios es ahora mucho mayor. En mi intención no estaba dimensionar esto, pero el confinamiento ha sido una situación crítica a nivel individual y nos ha hecho replantearnos a todos nuestro lugar, la manera en la que queremos estar en la vida.
- Has comparado esta pieza con la obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Woolf? ¿Qué las une?
- La obra habla del mito de la pareja, pero no desde el ideal romántico, sino sobre el sostén de la relación a partir de un trato al límite. La desnudez pone al espectador en un lugar de pulso y le plantea si se puede enjuiciar a una pareja que no sabe quererse desde esa idea romántica.
- Hace un par de años, Dácil y tú representasteis una propuesta de calle en la plaza del Patriarca, en el contexto de Dansa València, llamada Más o menos inquietos, donde también os servíais de listones de madera. ¿Qué tienen en común?
- Fueron dos obras creadas al mismo tiempo y que arrancan de manera similar, con el uso de los palos. Pero en la pieza corta les damos un uso escultórico, en referencia al Molino de los vientos del artista canario César Manrique, y en La desnudez, la idea de los palos es un juego dentro de la pareja protagonista, sostenida en la presión al otro, en llevarlo al límite.
- Raramente levantas la vista del suelo cuando bailas. Imagino que esta obra te ha obligado a mirar al menos a los ojos de tu pareja de baile.
- Sí, aunque con mi nuevo solo, El hijo, ha habido un cambio, porque habla de ir hacia el futuro y eso implica mirar hacia delante y observar. La desnudez, en cambio, es un espacio de intimidad y no requiere mirar al público, porque no estamos narrando la historia para él, sino que sucede en la privacidad de una habitación o de una casa.
- ¿A qué responde esa resistencia a mirar a los espectadores?
- Tiene que ver con mi timidez y con mi capacidad para ordenar el paisaje que veo: si miro afuera cuando bailo, quizás me despisto, así que mantener los ojos en el suelo es una manera de concentrarme.
- En una entrevista concedida a AISGE, Dácil afirmabas sobre su trabajo contigo: “Él te exprime, te saca cosas, te lleva a mundos que no son cómodos, por los que no quieres transitar o que no sabes que los tienes”. Cuando coreografías, ¿sacas al psicólogo de carrera que hay en ti?
- Saco todo lo que sé, todas las herramientas, tanto la psicología como mis experiencias en la vida y lo que me han enseñado mis maestros de danza. Si veo un mínimo de luz en uno de mis intérpretes, voy a por ese potencial. Lo de exprimir me suena a zumo de naranja (risas)… Lo que hago es ir pidiendo, si ellos se dejan llevar, finalmente dejo al bailarín a solas para que vea por sí mismo su propia riqueza y que pueda salir adelante.
- ¿Y qué luz es la que has
potenciado en Dácil?
- Dácil es una profesional como pocas. Está muy comprometida con lo que hace y al fin aceptó explotar algo que yo le había pedido muchas veces: ser violenta en escena. Dácil es una mujer muy dulce y generosa. Desde Silencio, en 2011, le he estado pidiendo que sacara fuera esa parte más agresiva. En el proceso de creación, le pedía que me tirara objetos que había en el escenario, que yo ya me apañaría. Nos hemos reído mucho.
- Más allá del acompañamiento musical, ¿qué rol juega Hugo Portas en la relación de esa pareja?
- Conecta con una idea de la psicología por la cual, muchas veces, uno no se da cuenta de lo que está viviendo hasta que hay un espectador. La intimidad no existe hasta que alguien la muestra o habla de ella. Hugo podría ser el público perfectamente, pero quería ir más allá, que el espectador vea que alguien está viendo lo que sucede. Su presencia no responde a una cuestión técnica, de sonoridad o de recurso para que podamos respirar: nos cansamos igual. La desnudez es una obra que requiere mucho esfuerzo físico y la edad es un plus. Nos tienes que ver al terminar la obra...
- Su repertorio va de Tarquinio Merula a Claudio Monteverdi. ¿Quién se encargó de la selección musical?
- En principio, sus propuestas eran más en la línea de música contemporánea, que no me seduce mucho porque no tengo la paciencia o el conocimiento. Pero cuando empezamos a trabajar con música barroca en los primeros ensayos, se nos erizaba la piel por la emoción que provocaba en el escenario. Estuvo proponiendo muchas piezas y la obra misma se encargó de seleccionarlas.
- Después de crear una sesentena de piezas, ¿de qué forma sientes que ha evolucionado tu lenguaje?
- Antes había más peso en la improvisación, pero ahora hay cada vez menos: fijo pasos y recorridos. También hay otra mirada hacia la luz y hacia el vestuario. No es que antes no los cuidara, sino que ahora aportan mucho más. Y, finalmente, por influencia de los tiempos que vivimos, ya no desarrollo tanto las escenas. Lanzo ideas y el público las recoge. Intento no reiterarme. En la era de Instagram, la idea es ir construyendo un perfil e ir poniendo fotos, de modo que el público vea los intereses de esa historia. Ahora soy mucho más claro y directo con las imágenes, una vez construida una, paso a la siguiente.