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El 'milagro' junto a la subestación

Debajo del asfalto está la huerta

Foto: KIKE TABERNER
28/01/2018 - 

VALÈNCIA. Desde hace dos años y medio, Ana Jiménez, aragonesa, en paro, madre, se acerca todas las mañanas, en torno a las ocho, para regar un pequeño huerto urbano en la calle Ramón de Perellós, en el barrio de Favara, en el distrito de Patraix, a apenas unos metros de la famosa subestación. Llena una vieja regadora de plástico de ésas que se venden en los chinos con el agua que almacenan en un depósito (el agua la cede una fundación de atención al discapacitado, Alter, que tiene en propiedad una casa allí mismo) y durante media hora va campo por campo alimentando pequeños trozos de tierra rodeados de asfalto y hormigón, así como grandes maceteros.

Foto: KIKE TABERNER

La calle se hizo relativamente famosa hace unos meses porque el Ayuntamiento de València anunció con gran boato que la convertía en la primera vía en la que se permitía a los niños jugar y se limitaba la velocidad a 20 kilómetros por hora; una medida de puro postureo porque por esa calle, entre la avenida Gaspar Aguilar y Campos Crespo, los niños no juegan (para eso tienen el solar que hay justo detrás de la subestación) y es prácticamente imposible circular a más de 20 kilómetros hora, salvo que se quiera practicar conducción temeraria.

Foto: KIKE TABERNER

Lo más relevante que ha sucedido en los últimos años en esta humilde barriada aconteció en la primavera de 2013, hace ahora casi un lustro, cuando nació el huerto que con tanto mimo riega Ana Jiménez. Y no fue precisamente porque lo apoyara el Ayuntamiento de València. Eran los últimos estertores del gobierno popular en el consistorio, la figura de Rita Barberá había caído en completo descrédito, los problemas judiciales se sucedían en un PP convulso, y Favara era la última de las preocupaciones de aquellos mandatarios.

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El huerto se inició hace tiempo con otra gente. Liderados por una arquitecta y profesora de la Universidad Politécnica y por miembros de la asociación vecinal como Tomás Frutos, una veintena de vecinos limpiaron el solar situado entre Ramón de Perellós y Actor Vicente Parra, que da a espaldas de la subestación y que entonces estaba hecho “un estercolero”, explica Ximo Gisbert, miembro de la fundación Alter. El proyecto de habilitar el lugar y convertirlo en un espacio público, que se pudo poner en marcha tras complejas negociaciones, fue recibido con entusiasmo por muchos vecinos “porque era darle vida” a este sitio yermo, prosigue Gisbert. Con el nombre DóMADA, la iniciativa hoy sigue en pie y ha fructificado gracias al apoyo de estos entusiastas que han transformado el gris espacio urbano y no han permitido que se pierda el sueño. “Puede parecer un poco utópico, cuatro hippies trasnochados que se han juntado”, bromea Gisbert provocando la risas de sus compañeros, “pero la idea era dar un nuevo enfoque, humanizar el barrio”. Y en esa batalla siguen.

Foto: KIKE TABERNER

Entre los que mantienen viva la llama de DóMADA día a día además de Ana Jiménez se encuentran la hermana de ésta, la vitalista Beatriz, siempre dispuesta a reír; la ex vecina Rosa Pérez que pese a haber cambiado de barriada sigue acudiendo; Toni Iglesias, cartero, silencioso, amable, que dedica muchas de sus tardes al cuidado del huerto y que se ocupa de conseguir por ejemplo cañas para las tomateras; o el propio Ximo Gisbert, quien es el que les cede el agua para el huerto. Pero no son los únicos. Amparo García, Mercedes Castilla, Mario Vila… hasta un sin hogar, Manuel, han ayudado en esta empresa colectiva. Mucha gente, haciendo pequeñas cosas, han logrado un gran cambio. Pero no ha sido fácil.

Foto: KIKE TABERNER

“Los principios fueron duros”, recuerda Ana Jiménez; “nos robaron el contenedor del agua, nos pegaron fuego…”. Pese a todo no se rindieron. El proselitismo de todos ha conseguido que la red de colaboradores se extienda. Es el mismo caso de Ana Jiménez quien ha visto como, además su hermana, su hija pequeña y prácticamente “toda la familia” se han ido sumando. “Aquí es muy fácil ver a mucha gente del barrio”, comenta Rosa Pérez. “Se ha convertido en un punto de encuentro”, ratifica Ana Jiménez. Así, se han celebrado fiestas de Halloween, se han hecho actividades en Fallas y estas mismas fiestas de Navidad un grupo de niños, encabezados por la hija de Ana, decoraron el huerto.

Foto: KIKE TABERNER

A lo largo de estos cinco años también diferentes personas se han interesado o colaborado, haciendo que aquella semilla que lanzó el grupo Arquitectura Se Mueve de la Politécnica haya crecido hasta ser un ejemplo de lo que la sociedad civil puede lograr. Es el caso de Pangea, una asociación que ha promovido diferentes actividades allí. Gracias a ellos Paco Roca en su día participó en una sesión de cine de verano de su película Arrugas, basada en su celebrado cómic, que presentó a los vecinos. Pero también adolescentes de la zona, como Román, de 14 años, quien colabora activamente en el cuidado del huerto. 

Foto: KIKE TABERNER

Aunque quizás la historia que mejor simboliza los avatares que han tenido sea la de Manuel, el sin hogar, “una historia muy bonita, muy irónica y muy triste”, sintetiza Toni. Asentado en el solar con cuatro trastos, se había hecho su chabola con palés y cajas, decidió colaborar con el huerto. Lo cuidaba, lo barría, lo vigilaba… y los vecinos decidieron hacerle la vida más fácil y le compraron una tienda de campaña de color pistacho. Pero alguien llamó a la Policía Local para denunciarle por asentamiento. Le desmontaron todo, le quitaron sus pertenencias y lo mandaron lejos a un huerto regentado por una orden religiosa. Al cabo de un mes Manuel volvió al barrio, pero ahora vive asentado en otro solar, lejos del huerto. “Ahora no es que no quiera una tienda, es que no quiere ni linterna para llamar la atención”, ríe Pérez.

Foto: KIKE TABERNER

El próximo sábado 3 de febrero se celebrará el Día del Árbol en este huerto urbano, una cita muy especial porque, además de un taller para bicicletas por la mañana, realizarán actividades para niños, una proyección de vídeo, plantarán árboles en alcorques ahora vacíos y tendrán un debate sobre qué destinos darle al solar. Sobre la mesa, propuestas como un campo de petanca para jóvenes con discapacidad. Para anunciar la fiesta se han reunido hoy varios miembros de este colectivo transversal. Han colgado carteles, en los árboles, en las puertas de algunos locales de la zona, pensando sobre todo en muchos vecinos que pasean a sus perros por el lugar, que les animan, y en algunos caso hasta les ayudan. Será un punto de inflexión en DóMADA. “Lo que queremos”, explica Rosa Pérez, “es que sea algo abierto, que haya una asamblea, que seamos todos los vecinos los que decidamos qué es lo que queremos, qué futuro le pensamos dar y qué ideas tenemos para seguir trabajando”. “Tiene que haber más participación”, comenta Ana Jiménez, “porque esto es para el barrio, no es para nosotros, es para que participen los chiquillos…”. “Y para que haya un respeto también”, apunta Rosa Pérez. “Se ha mejorado mucho en eso”, comenta Ximo Gisbert: “aunque hay de todo, muchos se han sensibilizado”.

Foto: KIKE TABERNER

Junto al huerto hay una pequeña zona donde, con un viejo tablero de mesa, algunas cajas y varias sillas viejas, unos jóvenes se han habilitado su chill out. Allí quedan para fumar sus cigarros por la tarde o cuando sea, después del trabajo o de las clases, y lo han convertido en su centro juvenil a falta de nada mejor. A primera hora de la tarde del miércoles se encuentran Rezvan y Daniel. El primero trabaja de carpintero y el segundo estudia Formación Profesional. “Solemos bajar todos los días, somos amigos de toda la vida y nos encontramos aquí”, explica Rezvan mientras lía cigarros para él y su amigo. “Mientras estamos aquí”, prosigue, “vigilamos para que no pase nada ni al huerto ni a los coches que están aparcados en el solar”, comenta. Sin embargo, algunos vecinos critican que por las noches muchos de esos mismos chavales practican carreras de motos en el solar y arman algarabía, creando problemas de convivencia. 

Foto: KIKE TABERNER

Debajo del asfalto, de los problemas personales, de las historias de discusiones, de los problemas de convivencia, está la huerta. Una huerta que produce para sus vecinos, entre los que se encuentra también un grupo de paquistaníes, que regentan su propio trozo de terreno. Ahora, en invierno, escarola, verde, como de manual, grande y tierna, que se come por los ojos; también coles; y, por supuesto, el rey de las hortalizas, el tomate, “el tomate es una fruta” que decía un personaje de Xavier Aliaga. Sin recurrir a insecticidas, tirando mano de abonos naturales de caballo y mucho esfuerzo, en medio de la ciudad, este trozo de huerta sobrevive rodeado por edificios, flanqueado por una de las avenidas que más tráfico soporta de València, junto a una polémica instalación industrial como es la subestación, pendiente de ser trasladada. El triunfo de todos ellos es ver cómo la huerta produce; su logro, demostrar que la vida siempre sale adelante.

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