VALÈNCIA. Llega el 31 de agosto y con ello vuelven a las conversaciones cotidianas esa figura retórica llamada síndrome postvacacional. Aún queda verano y la demostración es que este fin de semana se celebra el primer Marina Shark Festival. Este viernes se proyectaron siete cortometrajes con el medio ambiente, el surf y los tiburones como eje central de sus historias. Este sábado y el domingo, la luz de la luna llenará de colchonetas la piscina natural del complejo y las transformará en butacas para ver Tiburón, el clásico de Steven Spielberg que aguó a los estadounidenses el verano de 1975.
En el imaginario colectivo, el verano es un momento idealizado de descanso, armonía y amor. Pero el cine -como el resto de las artes- está hecho para romper con las convenciones. Desde diferentes miradas y perspectiva, esta es una oda a los monstruos que devoran y los corazones que se rompen.
Pasar el verano con miedo
El terror es el género cinematográfico que más se ha metido con los sueños estivales. Este mismo verano se estrenaba Midsommar, el segundo film de Ari Aster, en el que una pareja estadounidense va a un pueblo de Suecia para presenciar un extraño rito que se celebra cada 90 años. Más allá del argumento, es muy interesante como la película se graba principalmente a la luz exterior del día, donde suceden no pocos horrores.
También a plena luz del día se grabó ¿Quién puede matar a un niño? de Chicho Ibáñez Serrador, en el que otra pareja (esta vez, ingleses) tenía que unir de una horda de niños y niñas cabreados.
El género del slasher se ha alimentado de varias historias que se alimentan del verano. La más clara es Sé lo que hicisteis el último verano de Jim Gillespie, que si bien se desarrolla durante el curso escolar, la premisa nace en las vacaciones de los jóvenes. Igual ocurre con La Matanza de Texas o con La casa de cera, porque se explota eso de que los jóvenes se vayan de vacaciones por ahí.
Mención aparte merecen los monstruos acuáticos casi destinados a crear traumas y aprensiones por el agua abierta. Es el caso de la película de este fin de semana, Tiburón, en la que la escena de la muerte de un niño marca el tono del film. A partir de esta, la serie A, la B y la Z se han nutrida de toda posible bestia marina, desde Pirañas hasta el cine de sobremesa de las cadenas generalistas que meten tiburones en tornados, huracanes o lo último, zombis en un tsunami.
Amores de verano (o no)
"Cuando llega el calor, los chicos se enamoran", cantan Sonia y Selena en la que posiblemente sea la canción definitiva del verano. Sin embargo, la realidad emocional siempre es mucho más compleja, especialmente en la adolescencia. Y aunque a la gente le gustaría vivir un amor tan idílico e intenso como en Moonrise Kingdom de Wes Anderson, las cosas seguramente se parezcan más a Los Exiliados Románticos de Jonás Trueba, una radiografía de la estupidez y la ilusión fallida de los millenial, rigurosamente enmarcada en los mecanismos emocionales de la actualidad.
Antes del anochecer, la tercera entrega de la trilogía de Richard Linklater, pone como telón de fondo la Grecia veraniega para el amargo final de la pareja protagonista con la que la gente ha crecido desde 1995.
Y tres situaciones algo más concretas: Call me by your name, de Luca Guadagnino, una de las películas revelación de la pasada temporada, sobre el despertar sexual y la lucha entre la negación y la reivindicación de la identidad sexual. Todo esto, a través del romance entre un adulto y un adolescente en los años 80. El Graduado de Mike Nichols contó algo similar en 1967. El verano de un recién salido de la universidad, ya de por sí lleno de incertidumbres, se topa con un triángulo amoroso en el que está implicado una madre y su hija, aunque no simultáneamente.
En último lugar, la tragedia de todas las tragedia amorosas está reflejada en Mi chica de Howard Zieff, que marcó una generación de jóvenes con en pleno auge de la carrera de Macaulay Culkin. Los tres filmes tienen un trágico final y provocan, a puñalada seca en el corazón, poner los pies en la tierra de quiénes las vean con la única motivación de pasar un rato entretenido.
Las vacaciones ya no son lo que eran
No todo van a ser marejadas y corazones partidos. Como ejemplo, dos filmes. El primero, La Playa, de Danny Boyle, en el que un jovencísimo Leonardo DiCaprio coquetea con las drogas y otros elementos hedonistas. La cámara se mueve al ritmo en el que funciona la mente del protagonista, que siente -con la ayuda de una comuna de naturistas- una conexión con el entorno. Sin embargo, pronto el ambiente se volverá tóxico y las playas paradisíacas se convertir en un infierno terrenal.
Por otra parte, Estiu 1993, de Carla Simón, retrata el primer verano de una niña que es adoptada por una familiar tras la muerte de su madre. Los celos, la inadaptación y el sentimiento familiar se debaten a lo largo y ancho de esta película más que notable, que no encuentra muchos momentos dulces y sí muchos más o menos amargos.