EL ÚLTIMO RECURSO

Dejar los cuchillos e irse: el suicidio en la cocina

La correlación entre quitarse la vida y la creatividad, cuando por otra parte la creatividad tiene mucho de buscar y producir belleza en este mundo, está al lado. Pensamiento con pensamiento. Fogón con fogón.

| 06/05/2022 | 5 min, 8 seg

Este junio se cumplen cuatro años de la muerte del televisivo chef Anthony Bourdain. En los numerosos programas que protagonizaba, donde pateaba el mundo picoteando de aquí a allá, sin límites y sin mantel, riéndose y gozando de algo tan elemental como es la comida, no podías encontrar ni un atisbo de los rasgos típicos que se esperan de un suicida.

La mala salud mental se maquilla muy bien cuando por imperativo de esa violencia que es el trabajo —en algunos casos, la violencia es masoquismo, en otros una forma de significarse en la vida, puedo llegar a aceptar, aunque me cuesta terriblemente, que hay un puñado de seres a los que su trabajo les regala una vida plena— tienes que exponerte.

No hay sitio para unos ojos tristes cuando tienes una cámara delante.

Incluso yo, que solo soy escritora famosa a escala local, siento la raspadura en la garganta, la almendra amarga cargada de amigdalina, sustancia que en contacto con la saliva produce el tóxico ácido cianhídrico, al tener que poner buena cara y trabajar cuando la psique se derrumba.

Otro Antonio, el químico Antoine Boutron-Charlard, aisló e hidrolizó la amigdalina por primera vez en 1830. A partir de su trabajo se llegó a que cuando la amigdalina es hidrolizada en la boca por las glucosidasas presentes en la saliva, y en el intestino por la β-glucosidasa intestinal, suceden ciertas descomposiciones que hago como que entiendo que dan lugar al benzaldehído y cianuro de hidrógeno.

Cianuro. El cianuro huele a almendras amargas. La píldora del suicidio, como la que tomaron los miembros de la alta jerarquía nazi, contenía una solución concentrada de cianuro de potasio.

El algoritmo terapéutico de la intoxicación cianhídrica contempla, entre otros pasos, la administración de Diazepam, fármaco derivado de la benzodiazepina con propiedades ansiolíticas, miorrelajantes, anticonvulsivantes y sedantes.

Lo que te receta el médico de atención primaria a la primera —valga la redundancia— cuando dices: “estoy mal”.

Con 61 años, Bourdain, en un momento brillante de su carrera como se suele decir, se quitó la vida. Estaba de viaje en Francia, en la grabación de un episodio de su programa Parts Unknown.  Su compañero y amigo, el chef francés Eric Ripert, lo encontró muerto en la habitación del hotel.

No fue el único. El tres estrellas franco-suizo Benoît Violier, de 44 años, fue hallado muerto en febrero del 2016 en su domicilio en Suiza. Violer estaba al frente del l’Hôtel de Ville de Crissier y se cree que pudieron ser los motivos económicos, entre otros issues, los que le condujeron a la muerte. También el dinero y unos ideales difícilmente alcanzables se llevaron la vida de otro chef, Homaro Cantu, propietario del restaurante Moto. Bernard Loiseau se pegó un tiro al sospechar que su restaurante triestrellado, Côte d'Or's, iba a perder los brillos.

Rosa Montero escribe en El peligro de estar cuerda, al referirse a una serie de artistas que sucumbieron al último recurso cuando nada tiene sentido, estas palabras: “he aquí, por lo tanto, una trinidad alucinatoria que suele ir de la mano: creatividad, tendencia al desequilibrio mental, amores torrefactos”. Y mucha autoexigencia, añado. Sigue Montero: “Algo nos falla en la cabeza a ese porcentaje de gente más creativa; algo nos impide creer a pies juntillas en el espejismo de la ‘normalidad’”. Y para muestra, un par de citas: “A veces retumba como un trueno dentro de mí el sentimiento de la total inutilidad de la vida” (Virginia Woolf); “Llevamos la oscuridad en nosotros. La muerte ya está en el cuerpo, mientras vivimos. Somos seres transitorios” (Eva Meijer); “El pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con él se logra soportar más de una mala noche” (Friedrich Nietzsche).

“Se me ocurre que la mayor parte de los seres humanos no están todo el rato dándole vueltas al mismo agujero; no se plantean de manera obsesiva el sentido de la vida, ni la inevitable mortalidad, ni el absurdo que es todo esto. No habitan en los confines de la resbaladiza ilusión calderoniana”, comenta Rosa Montero.

“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción”, dijo Calderón de la Barca.

En el episodio final de Parts Unknown, Bourdain hizo unas reflexiones sospechosas sobre la vida y la muerte: “La vida es sólo un sueño. Se considera iluminante y terapéutico pensar en la muerte algunos minutos todos los días”.

El camino más directo al suicidio es la depresión. Un trastorno que produce un alto nivel de sufrimiento, en el que tienen lugar sesgos cognitivos que a su vez provocan la aparición de otra santísima trinidad cognitiva: pensamientos negativos sobre el yo, el mundo y el futuro. El cuadro incluye baja afectividad positiva y escasa energía. Si en este estado la tarea más mundana se vuelve hercúlea, imagínate cumplir con las exigencias de la alta gastronomía.

El cóctel de un entorno exigente y una personalidad creativa con tendencias a la autoflagelación y el cuestionamiento de la forma de existir es, cuanto menos, potencialmente peligroso.

La vida intensa. La vida que persigue estro continuo. Es decir, el pinchazo de creatividad, de sumirse en una actividad delirante, algo así como el satori japonés. El momento de no-mente y de presencia total.

Otro término japonés: kamikaze. Lo usaban los traductores estadounidenses para referirse a los pilotos suicidas de la Armada Imperial Japonesa. Mirado en detalle, su satori, que era estrellarse contra los navíos de los Aliados, tiene bastante de un enamoramiento demencial. Sea por la gastronomía u otra cosa.


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