Ocurrió el pasado fin de semana. Regresaba a Valencia. Al llegar a la altura de El Saler perdí la cobertura de la radio. Así que sintonicé otra emisora a boleo. Cayó Radio Clásica, uno de los canales especializados y de calidad que posee Radio Nacional de España (RNE), aunque la cadena pública apenas lo promocione, como sucede con Radio 3, por poner un ejemplo de escapismo comercial. Y zas, saltó la magia. Sonaba una obra que, en principio, parecía una ópera centroeuropea. Era en directo. La gente aplaudía cada número con pasión.
Sin ser un experto, Dios me libre de tal pedantería, simplemente un aficionado más a la música, me conmovió aquella partitura. Y comenté a mi acompañante: “esto suena muy bien, pero no sé que puede ser porque parece una ópera o una opereta, pero está interpretada en castellano”. Lógicamente se trataba de una zarzuela. Esperé hasta su conclusión cada vez más atento entre múltiples minutos de aplausos y vítores de un público fascinado hasta que el comentarista desveló el secreto que esperaba conocer. Se trataba de una pieza que jamás había escuchado y de un autor del que nunca había oído hablar. Pido perdón por mi ignorancia en el género, aunque en mi casa de pequeño no paraba de sonar zarzuela y mis padres nos llevaran los domingos a las representaciones. Venía de familia. Para algo mi bisabuelo materno, Ricardo Rodríguez-Flores y Díaz del Acebal fue autor de un buen puñado de zarzuelas de éxito a comienzos del XX, entre ellas clásicos como Carceleras (1901) o Rejas y votos (1907), entre otras. La primera, con música de Peydró, fue un éxito tal que la historia en sí fue llevada al cine por José Buchs convirtiéndose en un referente cinematográfico de la época.
Al final de los aplausos, el comentarista aportó finalmente el título de lo que habíamos escuchado: Las Calatrava, estrenada en 1941, y el nombre de su autor, Pablo Luna, una pieza de los libretistas Federico Romero y José Tellaeche -los cito porque tanto en óperas y operetas como en zarzuela sólo parecen existir los autores de la partitura y no los dramaturgos.
La cuestión es que este marzo pasado se había repuesto la pieza en su versión en concierto en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. La obra había estado olvidada desde su estreno. La curiosidad me llevó a buscar más detalles. Fue una sorpresa en todos los sentidos por la prolífica autoría de sus creadores y porque me resultó una obra de altísima calidad, muy moderna para un neófito como yo. aunque amante de la música, salvo el reggaetón.
Esta misma semana se estrenaba en el Palau de les Arts una adaptación de El barberillo de Lavapies. Seguro que será un éxito. Tiene un gran reparto. Valencia fue cuna de la zarzuela y las variedades. Es un género que conquista. Y es una buena forma de atraer al público joven hacia la lírica si se sabe encauzar el márqueting. Creo que en Les Arts este aspecto saben cuidarlo. Modernizar la zarzuela no es un reto. Ha de ser un hecho. Porque, si bien arrinconado, es un género vivo y con un repertorio inmenso pero durante décadas denostado.
Pero lo que me vino a la cabeza fue el hecho de que la zarzuela, siendo un género de tanto respeto y calidad para nuestra cultura. apenas tenga una presencia puntual en el caro escenario del complejo diseñado por Calatrava. Y menos aún tengan presencia periódica tantos autores valencianos que escribieron su historia en una ciudad que era vivero del género, como la revista. Por no tener no tiene ni espacio de archivo en el Instituto Valenciano de la Música que para nuestro Marzá y amigos no existe. Por ello se están perdiendo archivos y memoria. Es la cultura del neo progre supuestamente moderno, pero inconsecuente políticamente.
La zarzuela continúa siendo considerada un género menor, cuando es mayor. El esnobismo nos lleva a poner por delante ciertas obras de un repertorio lírico que, por lo general, se repite en todos los escenarios operísticos del mundo, pero poco dejan a la innovación o a la búsqueda, como ha hecho en este caso el Teatro de la Zarzuela con Las Calatrava u otros muchos títulos de nuestro repertorio que, por lo general, no salen habitualmente de Madrid y si lo hacen es con cuentagotas. No es una crítica a este hecho, pero sí creo que perdemos mucho dinero, tiempo y esfuerzo, en repetir producciones que una vez estrenadas en nuestros coliseos pasan a formar parte de la memoria pero suelen acabar sin más vida que su estreno o una reposición en el tiempo.
Así que llegué de nuevo a la conclusión de que en este país no se trabaja en red ni coordinados entre los teatros líricos cuando un simple gesto abarataría costes y diversificaría una oferta a la que la mayoría de los aficionados a la ópera o la zarzuela no pueden acceder salvo a base de un gasto mayor. Y es una lástima porque podrían llenarse muchos huecos de programación, satisfacer aficionados y hasta generar nuevos públicos o recuperar repertorios desconocidos y hasta olvidados pese a su calidad manifiesta.
Me sigue sorprendiendo que las sinergias entre auditorios y teatros públicos no sean mayores en este país en el que gastamos mucho en funcionarios y colocados y poco en crear atención o compensación social. Más aún cuando todos hablan de ausencia de liquidez o penurias económicas. Pero más aún cuando somos conscientes de que tenemos unos teatros públicos o estatales que programan con el dinero de todos y no sólo de una autonomía por lo que invertimos o se invierte en proyectos perecederos y hasta mal promocionados. Y no sólo me refiero a representaciones musicales sino también a espectáculos teatrales o de danza que producen nuestros centros de producción públicos y que deberían tener mayor vida en los escenarios nacionales.
Y dos. Me pregunté también por qué teniendo en nuestra autonomía tantos auditorios públicos y orquestas, para lo pequeños que somos como sociedad y teniendo al mismo tiempo medios de comunicación de servicio que nos salen por un dineral y se llena de una programación a veces innecesaria esas mismas producciones no se ponen al alcance de los aficionados como en un mes, por ejemplo, ha hecho, RNE con esta obra de Luna. Es el mundo al revés. Algo se me escapa.
¿No tiene toda la sociedad valenciana derecho a ser testigo de las producciones propias de nuestros auditorios, palacios de ópera y teatros públicos cuando se trata de producciones y colectivos financiados con nuestros impuestos, pero a los que muchos no pueden acceder? Ya sé lo que me contestarán. Pero no es de recibo ni absolutamente cierto cuando se pagan pluses generosos entre colectivos para que no sea así. Además, tendríamos un catálogo propio del que poder hacer uso y que serviría como memoria. Una producción después de seis escuetas representaciones no sirve de nada guardada en un almacén.
Ahí lo dejo. Algo falla. Lo fácil es pedir, aunque lo valioso sea generar contenidos y sobre todo memoria y archivo.