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‘Destruyamos las máquinas’, porno para neoluditas de Samuel Butler

La obra, publicada hace unos años por Ediciones el Salmón y escrita en el s. XIX, está constituida por el Libro de las máquinas de la novela Erewhon, y por el artículo Darwin entre las máquinas

15/05/2023 - 

VALÈNCIA. El futuro se ha transformado en el presente en cosa de un pestañeo algorítmico: un paso más en la carrera acelerada del progreso tecnológico en la que la distancia entre un avance revolucionario y otro es cada vez más corta, y en la que la meta, o el relevo, se adivina no humana, red neuronal, singularidad. Hemos creado máquinas pensantes, inteligencias artificiales que más temprano que tarde tirarán del carro del saber, pero también lo dirigirán. De protagonistas pasaremos a testigos, asistentes estupefactos a la apertura del arca de la ciberalianza. Ya está sucediendo: ningún humano volverá a ganar a una máquina al ajedrez o al go. En cierto modo, ya no son nuestros juegos. Por medio de la IA hemos generado un inmenso atlas de proteínas: AlphaFold, sistema desarrollado por DeepMind (Google), ha predicho la estructura tridimensional de casi todas las proteínas conocidas: nada más y nada menos que doscientos millones, un hito científico que nos permitirá entender los mecanismos que rigen algunas de las peores enfermedades que hoy día sufrimos. En el campo de la creación gráfica, inteligencias artificiales generativas como Midjourney han caído como una bomba sucia, amenazando con dejar sin trabajo al mismo sector al cual ha expoliado (precisamente) su trabajo de forma ilegal para entrenarse y obtener los increíbles resultados que obtiene. Lo mismo ha sucedido con la fotografía. 

Al mismo tiempo, ChatGPT primero y Bard después, han sido presentados y desatados en sociedad poniendo patas arriba la educación a medida que los estudiantes han accedido a una herramienta con un potencial absolutamente increíble que entre otras habilidades, puede escribir cualquier tipo de trabajo por ellos. No solo eso: puede escribir cualquier cosa para cualquiera: contratos, informes, canciones, poemas, cartas, avisos, discursos, posts, código. Entre unas y otras, las IA que hoy conocemos y las que vendrán —lo de hoy es nada en comparación con lo que existirá en seis meses, o en tres—, van a poder hacer el trabajo que ahora mismo llevan a cabo millones de personas. Esto sería genial si a lo que aspirásemos todos en conjunto, como sociedad, fuese a que nuestra especie pudiera vivir sin trabajar, disfrutando de cada una de las horas de nuestra corta vida; el caso es que tal y como nos hemos organizado, el afán de lucro personal decidirá mucho más rápido, y efectivamente, millones de congéneres perderán el empleo sin disponer de una alternativa, para que su empleador se ahorre salarios y gane mucho más dinero. ¡La economía, estúpido!, que diría el asesor de Clinton.

El camino a seguir parece claro: hacerse con unas barras de hierro y liarse a bastonazos contra las máquinas como modernos luditas, aquellos artesanos ingleses que a principios del siglo XIX trataron de impedir que los telares que destruían precarizasen su situación laboral. Como ya sabemos, los telares se quedaron, y King Ludd, el personaje mítico que les dio nombre, supuestamente un chaval experto en romper máquinas, tuvo que volver al bosque de Sherwood a refugiarse en forma de arquetipo hasta ver surgir una nueva oportunidad. ¿Querían los luditas parar la llegada del futuro (o la llegada al futuro: nunca se sabe si el futuro es un tren que viene o si vamos nosotros hacia él)? No. Lo que querían era no convertirse en cadáveres junto a las vías que poco a poco se hacen más pequeños hasta desaparecer en la lejanía. Por aquel entonces, —unas décadas después, en mil ochocientos setenta y dos— vio la luz una curiosa historia, Erewhon, o allende las montañas (or Over the Range, en su versión original), acerca de una sociedad que ha librado una guerra civil entre maquinistas y antimaquinistas, partidarios de las máquinas y detractores, que se ha saldado con la derrota de los primeros y la destrucción de cualquier máquina creada a partir de cierto punto de desarrollo. Su autor era Samuel Butler

En las páginas del relato aparece un libro fundacional de la nueva sociedad erewhoniana, el Libro de las máquinas, obra ficticia que desencadenó la revolución. Con ellas y con un artículo previo del autor, publicado en mil ochocientos sesenta y tres en un periódico australiano con título Darwin entre las máquinas, Ediciones el Salmón editó en dos mil diecinueve Destruyamos las máquinas, antología de las ideas luditas de Butler inspirada en la francesa Détruisons les machines, publicada en Francia en dos mil diez por Éditions Le Pas de Côte. La edición española incluye además unas páginas previas al Libro de las máquinas en las que a modo de Morfeo en Matrix, el protagonista explica qué sucedió para que Erewhon (anagrama de Nowhere) acabase como acabó, así como unas páginas del libro Against the Machine. The Hidden Luditte Tradition in Literature, Art and Individual Lives [Contra la máquina. La tradición oculta en la literatura, el arte y las vidas de los individuos] de la escritora estadounidense Nicols Fox, dedicada a Samuel Butler y su crítica antitecnológica en Erewhon. Una auténtica joya que merece la pena rescatar en un momento como este, en el que parecen cumplirse las profecías butlerianas. Así hablaba el autor en el artículo que cierra el libro:

Estamos creando a nuestros sucesores; a diario aumentamos la belleza y delicadeza de su constitución física; a diario les otorgamos más poder, suministrándoles toda suerte de ingeniosos artilugios que les darán el poder de autorregularse, de automatizarse, lo que equivaldrá a lo que para la raza humana ha significado el intelecto. Con el transcurso de los siglos descubriremos que nos hemos convertido en la raza inferior: inferiores en poder, inferiores en esa cualidad moral del autocontrol, los admiraremos como el culmen de lo que el mejor y más sabio de entre los hombres no puede siguiera atreverse a conseguir. Ninguna pasión funesta, celos, avaricia o deseo impuro perturbarán el dominio sereno de esas espléndidas criaturas. El pecado, la vergüenza y el pesar no habitarán en ellas. Sus mentes estarán en un estado de calma perpetua; la contención de un espíritu que desconoce el deseo no se perturba con arrepentimientos. La ambición nunca las atormentará. La ingratitud no provocará en ellas desazón. Los remordimientos de conciencia, la ilusión aplazada, las penas del exilio, la insolencia de las autoridades, y el oprobio que el mérito paciente recibe de los hombres indignos, todo ello les resultará completamente desconocido”. A continuación Butler declara literalmente la guerra “a muerte” a las máquinas. Todo avanza tan deprisa que por fin hemos encontrado la manera de alcanzar la inmortalidad: lamentablemente es tarde para Butler, y como explicaba recientemente Geoffrey Hinton, padre de la inteligencia artificial que ha decidido dejar su trabajo en Google para poder hablar sin restricciones corporativas de los riesgos de la IA mal gestionada, tampoco la disfrutaremos nosotros. Lo harán ellas. 

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