Papel higiénico, col, arroz, cerveza o armas. Cada país elige su dieta de supervivencia
La vida siempre fue una cuestión de prioridades, elegir esto implica desechar eso otro, la renuncia como condición indispensable para tener.
La preferencia del español ha sido clara: papel para el culo.
En este país, naufragaremos aferrados a un paquete de papel higiénico. Es verdad que fue el tercer producto estrella en el ranking de la compra búnker, la de la primera semana apocalíptica, que por delante estaban las legumbres y el arroz, pero ese podio no dejó de sorprendernos.
No tanto que escasearan la harina, los huevos, la carne de pollo, el beicon, los botes de tomate, el pan Bimbo, el jamón de York, las bases de pizza, propios de una dieta más infantil o de recreo, y lógicamente, los guantes de plástico, los geles desinfectantes y los productos de limpieza, pero en medio de todo eso, el papel higiénico se erigía en arcano mayor.
Y no sucedía solo en nuestro país, también en Reino Unido, en Singapur, en Holanda, donde el primer ministro, Mark Rutte, tuvo que salir a tranquilizar a la población: “Tenemos papel higiénico suficiente como para defecar diez años".
Lo que no aclaró es si lo harían sobre los del sur.
Los australianos dejaron igual de impolutas las estanterías destinadas al papel. Los pocos establecimientos que aún conservaban existencias tuvieron que limitar la compra a cuatro paquetes por persona y el diario humorístico NT News incluyó, en su última edición, ocho páginas de auténtico papel higiénico, demostrando en este gesto la categoría de servicio público del periodismo.
Parece que estos días, la ficción y la realidad se dedican a tontear más que nunca, se hacen cucamonas, se mandan notitas… “¿Has visto la que he liado? ¿qué, quién tiene imaginación ahora?” firmaba la realidad. “Sí, pero lo del papel higiénico ha sido cosa mía”, respondía la ficción, marcándose un tanto.
somos como bebés, y el culito limpio nos da sensación de seguridad
Por supuesto, el riesgo de desabastecimiento de papel siempre ha sido pura ficción, fruto de la histeria colectiva que, tranquilícense, también está garantizada para toda la población.
¿Y por qué precisamente el higiénico, nos preguntamos? Por una parte porque somos como bebés, y el culito limpio nos da sensación de seguridad, pero puede que la causa principal, más bien tonta, tenga que ver con el volumen de los paquetes que, al ocupar un gran espacio en la estantería, provoque que se vacíen antes y aparezca el temible síndrome del economato soviético, la burbuja de la escasez, el deseo acuciante de poseer, el miedo a quedarse fuera del rebaño, a no ser yo el único que no tenga. De ahí al pánico y a la histeria colectiva sólo hay un pasito.
Siempre me ha fascinado el poder de la mente, la facilidad para confundir lo que sucede en la mente con la realidad, como el juicio de las brujas de Salem, que llevó a asesinar a 19 mujeres por unas alucinaciones masivas fruto del fanatismo religioso (apuntan que tal vez ayudó el ergotismo, una intoxicación por el pan de centeno fermentado que produce efectos similares al LSD), y por supuesto, la histeria colectiva.
Menos dramático pero más sorprendente es el caso de la epidemia de risa que se dio en Tanganica en 1962, que empezó con la risa nerviosa de tres niñas en la escuela misionera de Kashasha, y acabó contagiando al colegio entero, que tuvo que cerrar, y extendiéndose a otros pueblos de alrededor, pasto de la histeria.
Pero no crean que todo el mundo ha optado por el papel en esta cuarentena. En Shangai lo que ha volado de las estanterías ha sido la col. Sí, la col. Mientras aquí, su primo el brócoli era cruelmente repudiado, el gobierno municipal de Shanghái anunciaba multas de hasta dos millones de yuanes, tras comprobar que los supermercados habían incrementado el precio de la col en un 400%. Para tranquilizar a la población, los medios estatales se llenaron de fotografías de cajas de berenjenas, de coliflores y de otras verduras.
Aquí, por algo así hubiera cundido el pánico.
En Italia, la subida descontrolada de precios ante la escasez se produjo con el gel desinfectante, que llegó ser objeto de tráfico en el mercado negro, junto al caballo, la coca o la marihuana.
Claro que podría ser peor. Y lo es: en EEUU, ese gran país donde la ficción y la realidad son hermanas gemelas que se intercambian la ropa, fueron las armerías los primeros establecimientos que vieron crecer las colas ante su puerta.
Así que entre cagarse y liarse a tiros, creo que prefiero la cerveza.
Y es que, como decía aquel título de Rodrigo Cortés, sí importa el modo en que un hombre se hunde.