El poder de les tortugues, el poder de les tortures: el credo donatelliano es un pilar esencial en Dinosaurio, lo más nuevo del escritor, guionista y músico Mr
Perfumme, que sale publicado por Colectivo Bruxista en una edición que se vende sola ya desde la portada, con una imagen fantástica de Bea
Lobo que acapara toda la atención. Imposible no mirar. Pero ese color rosa de las cubiertas es el mismo que el del contraste que tragamos para ver nuestro propio estómago: un tránsito viscoso hacia las vísceras. Desde las primeras páginas, Dinosaurio nos revuelve las tripas: no hace falta avanzar mucho para entender que el relato es una sublimación de lo perfummiano pero subiendo un poco más la apuesta. Hay un chico, hay un hombre en el bosque, hay una casa con unas reglas espartanas y un culto extravagante. Hay dos hermanos y mucha violencia. Mr Perfumme no escatima detalles para retratar a sus personajes miserables, entrañables, odiosos, ni tampoco talento para construir una historia que levita en una atmósfera deprimente, trágica, en la que a veces se cuela un poco de luz. Una atmósfera rosa palo.
“El niño apareció un día tirado en el barro al lado del río y desnudo. Estaba lleno de moratones y bocabajo. Yo no le había dicho a nadie que a veces me encontraba con él. Ni siquiera a Dinosaurio. Lo vi una noche que fui hasta allí para encontrarme con él. Cuando lo encontré sabía que era él aunque no le veía la cara. Busqué un palo entre el barro y lo toqué con él varias veces para ver si estaba vivo. Pensé en darle la vuelta pero no lo hice. Tenía el cuerpo azulado y lleno de hojas aunque puede que el color fuera por la luna. Las hojas sobre su cuerpo parecían un cuadro o un dibujo. El agua del río todavía le bañaba parte de las piernas. Pensé en ir a contárselo a Dinosaurio, pensé en el bebé que puede que llevara en mis entrañas, pensé en que ya no volvería a cazar cangrejos con el niño y me sentí muy solo. Pensé que estaba muy solo en el mundo. Y eso me llenó de tristeza. Cuando llegué a casa me asomé a la habitación de mi hermano. Dormía plácidamente. Me pregunté, por una vez, quién debía de ser él. Pero enseguida olvidé la idea”.
Pasajes como este no es que abunden, es que constituyen una historia que gana en su brevedad por prescindir de lo innecesario. Tendremos que hablar de cómo la narrativa actual evita lo voluminoso: esto tiene todo que ver con nuestra forma de vivir, el tiempo del que disponemos y los estímulos con los que lo llenamos. Dinosaurio es un estímulo sorprendente, una inyección de efecto automático que además se sostiene durante horas. En ese sentido, el epílogo de Elaine
Vilar es todo un acierto, porque al terminar, tras varios requiebros y giros, uno se plantea muchas preguntas, pero no porque la novela haya quedado inacabada, sino porque su terminar implica precisamente eso. ¿Quién es Dinosaurio, quien creo que es, u otra cosa? ¿Puede ser cierto lo que estoy pensando? ¿Es el protagonista realmente un él? Una vez acabado Dinosaurio y su epílogo dan ganas de volverlo a empezar. De regresar a Donatello y a sus enseñanzas hipermasculinas acerca de un mundo despiadado que exige músculos firmes, secos, puños encallecidos, dietas peor que austeras, mentes fuertes e insensibles. Un mundo de concursos televisivos en los que reside el Verbo, de imperios florentinianos sin compasión, madridistas, muy blancos, en el que sin embargo es posible la redención, ser, en palabras del autor, “un poco optimista DE UNA MANERA HORRIBLE”, querer cambiarlo todo, tomar otro camino, e incluso no conseguirlo.