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Nacho Moscardó: "Me incliné hacia el diseño de discotecas porque ahí me dejaban hacer lo que me diera la gana"

Si vives en Valencia y te gusta el “noctambuleo”, existe una altísima probabilidad de que te hayas acodado en alguna de las barras diseñadas por Moscardó a lo largo de sus 50 años de trayectoria. Visitamos en su propia casa al interiorista y diseñador que proyectó en su día locales de ocio como Indiana, Fox Congo o Johnny Maracas y discotecas tan icónicas como Chocolate, Dream’s Village o la Sala Circo de Barraca

VALÈNCIA. En 2018, después de casi 50 años de dedicación al mundo de la arquitectura interior, Nacho Moscardó (Alzira, 1952) decidió cerrar su estudio en la calle Quart de Valencia. Cesó su actividad profesional, pero no su ímpetu artístico, que atraviesa una segunda juventud. Su vivienda familiar, un amplio piso situado en el barrio de Ruzafa, es un museo donde los muebles de diseño italiano conviven con un importante número de pinturas, dibujos, collages y pequeñas máscaras, muchas de ellas realizadas por él mismo durante el último año y medio. Representan a personajes imaginarios a los que Moscardó dota de nombre y una identidad completa: hay una señora adinerada, aficionada a la hípica, que se ha enamorado del joven caddie; un traficante de drogas, una pareja de “colgaos” de La Ruta… Estamos claramente en la casa de un hombre que no puede parar de crear.

 

La pasión de Moscardó por el dibujo se despertó a una edad muy temprana. A los nueve años prefería acudir a la Academia de Pintura situada en los bajos de las Escuelas Pías de Alzira a juntarse con sus amigos para jugar al fútbol. Siempre le atrajo especialmente la arquitectura. Todavía guarda como un tesoro un dibujo de la muralla antigua alcireña que le hizo despuntar entre sus compañeros. “La dibujé con la vocación y pasión que me han acompañado durante toda mi vida artística”, apunta.

 

A los 18 años ingresó en la academia de arte de Barreira, en Valencia, para realizar los estudios de Artes Plásticas y Diseño de Interiores, una profesión que todavía era muy nueva. Se graduó en 1975; un año clave, y no solo por la muerte de Franco. La transformación de la vida pública y la reorganización administrativa que conllevó la democracia abrió una ventana de oportunidad enorme para los jóvenes diseñadores, que pudieron desplegar su talento creando logotipos para nuevas empresas e instituciones públicas, pero también volcando color e imaginación en un sector, el del ocio nocturno, que en los años ochenta experimentó una explosión brutal. Y es ahí, en ese terreno, en el que Moscardó se labró una reputación importante.

 

 

Estamos hablando de una generación de dibujantes, diseñadores gráficos e industriales valencianos muy potente, de la que surgieron colectivos como La Nave, al que pertenecían, entre otros, Paco Bascuñán, Marisa Gallén, Nacho Lavernia o Daniel Nebot. Moscardó, sin embargo, era un verso suelto. “Siempre he sido muy individualista. Hay una premisa que me inventé para mí mismo, que es: “Para imaginar, no hay que estar”. Es decir, si estás en todas partes, recibiendo información constantemente de lo que hacen los demás, acabas haciendo lo que se está haciendo en tu época, lo que hacen otros, pero nunca lo que tú serías capaz de hacer por ti mismo. Por esa razón, siempre evité analizar o conocer demasiado las firmas de los divos europeos, los que marcaban pautas. Sencillamente por no tratar de copiar a nadie y desarrollar mis propias ideas”.  “Eso no significa que no tuviese influencias -matiza-. Estuve influenciado por la estética y las corrientes nórdicas, algo que por aquel entonces no era nada común en España. Otra de mis grandes fuentes de inspiración ha sido la naturaleza de mi entorno más cercano”.

 

Los años setenta fueron, en su opinión, “un desmadre”. “Nos liberamos de la dictadura y de todas las referencias burguesas y clásicas, pero no se sabía por dónde se iba. Salió una especie de fuerza bruta sin pulir, sin personalidad propia. En los 80 es cuando esa furia encuentra un cauce, con más conocimientos y más criterio. Y en Valencia, siendo tierra de artistas, nos pilló con muchas ganas de destacar a través de la espontaneidad, la modernidad y la vanguardia. Luchamos con fuerza por hacer cosas nuevas y atrevidas lo que, en mi caso, implicaba que hubiese gente que no entendía mi trabajo y que algunos me calificasen despreciativamente como fallero”. “Siempre me ha gustado trabajar para discotecas, pubs, restaurantes y cosas así, porque ahí sí que se me permitía hacer un poco lo que me diera la gana”.

 

Todo comenzó con una tarta 

 

La mano de Moscardó está detrás de algunos de los locales de ocio más icónicos de Valencia -el desaparecido Tríplex, Indiana, Johnny Maracas, Café Bolsería, Fox Congo, etc-, así como de las discotecas más importantes de la posteriormente denominada Ruta del Bacalao o Ruta Destroy, como Chocolate o la ampliación de Barraca con la Sala Circo. 

 

Paradójicamente, el primer encargo profesional de Moscardó tuvo un carácter poco juerguista: se trataba de la intervención del antiguo claustro del Convento de los Capuchinos (Hospital Municipal de Santa Lucía por aquella época) para su transformación y adaptación a sala de espera. Con todo, Moscardó metió su “cuñita”: “Le di un estilo innovador y alegre, consiguiendo un ambiente confortable y relajante así como una atmósfera fresca y luminosa, cosmopolita y urbana”.

En 1977 se trasladó a Valencia, donde estableció su estudio. “Al principio me encargaban muchas casas particulares de la burguesía valenciana. Después llegaron las discotecas para gente joven, lo que era muy divertido porque yo también era uno de esos jóvenes que salía por las noches a bailar y a ligar”. Con los años llegaron también los proyectos internacionales, muchos de ellos bingos, restaurantes y hoteles de lujo, en países como Marruecos, Polonia, Bulgaria, Rumanía, Venezuela, Ecuador, Camerún, Arabia Saudí o Etiopía.

  

Su fama como diseñador de discotecas se cimentó desde su primer proyecto, inaugurado en 1980: Chocolate Cream, situada en la famosa CV-500 y proyectada sobre un antiguo secadero de arroz rodeado de tancats. “Propuse convertir el espacio en una gran tarta, un homenaje a la fantasía y una invitación a que el público se mezclase sin distinción de estatus social. En realidad el trabajo se quedó en la mitad porque no llegaban económicamente a poder hacer el jardín, que además estaba pensado para albergar una piscina de la que saliese un manojo de globos de aerostación, de los de dos o tres metros de diámetro, para dar la sensación de que la tarta estaba suspendida en el aire”. 

 

“Chocolate llamó muchísimo la atención porque fue rompedora, teniendo en cuenta que hasta entonces las discotecas eran muy oscuras y recogidas, con moqueta y techos muy bajitos, sin espacios abiertos. Yo tiré los techos que habían de la casa a la parte de arriba donde se guardaba el grano de arroz e hice esa nave tan alta de siete metros de altura. También tomé la decisión de poner la barra cerca de la pista para animar a la gente a bailar, que era algo que costaba mucho a veces. Al mismo tiempo conseguía que la gente consumiese más”, explica Nacho, que era ya muy consciente en aquel entonces de que las ideas, por locas que fuesen, tenían que traducirse en rentabilidad para los propietarios. Esa fue, de hecho, la clave de su éxito como interiorista y la razón por la que se lo rifaban. 

 

“Cuando la gente vio que con mis diseños atrevidos, super simpáticos y lúdicos llenaba las salas y se ganaban dinero, es cuando empezaron a recomendarme. Llegó un momento en que me hacían propuestas de contratos con cláusulas que me impedían hacer otra discoteca en 50 kilómetros a la redonda durante un año. Y yo decía, vale, acepto, pero durante ese año me haces una paga de tanto al mes por la exclusividad”.

 

Otro hito en su carrera fue, sin duda, Dream’s Village, transformada a partir de 1992 en The Face. “Me hicieron el encargo en 1978, antes que el de Chocolate, pero se inauguró más tarde por problemas de licencia. La inspiración aquí era la de una casa ibicenca, pero no en estilo puro, sino de líneas más curvas. La intención era crear un ambiente muy sofisticado, con relieves y movimiento, con vallas que subían y bajaban, con espacios a distintas alturas… como un palacio en mitad del desierto. Dream’s Village abrió y funcionó de maravilla, fue una época espectacular. Venía gente guapa y muy bien vestida, mucha gente de la moda. No llegó a ser una discoteca de La Ruta como tal, aunque fuese coetánea. Era más pija, por decirlo de alguna manera”.

 

Después llegó el encargo de ampliar Barraca, y Moscardó salió con la idea de crear una sala inspirada en el mundo del circo, “con su carpa, sus peanitas, una malla que creo que estaba encima de la piscina, y el famoso caballito”. 

 

“Siempre le daba a todos mis proyectos el toque mágico que hacía que fuese novedoso, pero nunca agresivo, violento o cutre”, concluye mientras revisa con nosotras los bocetos de aquellos años en los que tuvo la suerte de trabajar mucho, pero sobre todo pasándoselo en grande.  

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