ESCAPADAS HEDONISTAS

Dos escapadas para huir (si quieres) de las Fallas

Porque nunca es tarde para alejarse del ruido.

| 11/03/2022 | 6 min, 33 seg

Ya no hay vuelta atrás. Nos guste más o menos, las Fallas han vuelto. Y se las ha echado de menos. Claro que sí. Pero volvamos a años atrás, cuando la vida todavía era normal. Me apuesto un dedo a que muchos de los que nos leéis, eráis de esos que escapaban de la ciudad y la provincia, como alma que lleva el diablo. 

No pasa nada si no te gusta el ruido. No pasa nada si no eres fan de las verbenas o la Ofrenda. Así que si eres de esos que busca excusas para salir pitando, este reportaje es para ti, para que aproveches esos días de jolgorio para poner rumbo a otras latitudes, fáciles y siempre apetecibles. ¿Te vienes?

Bilbao, siempre Bilbao

Cualquier pretexto es bueno para escaparse a Bilbao. La ciudad vibra alrededor de la Ría y tiene más de europea que muchas de las que conocemos. Y ya no solo por haber hecho de un museo, el flamante Guggenheim, centro de todo, sino porque ha sabido conjugar a la perfección pasado y presente, para crear un futuro glorioso. 

Y ¿cómo es la escapada perfecta a Bilbao? Puede empezar perfectamente en Arvo, una de sus maravillosas cafeterías de especialidad, en un espacio de lo más cool repleto de plantas. Matyas y Nuria, tras viajar por todo el mundo, regresaron a la ciudad para montar este espacio en el que sirven cafés que se tuesta en Euskadi y se sirven de leche fresca de una unión de ganaderos respetuosos con el medio ambiente en Navarra. El resto de su carta se prepara con producto de cercanía y de temporada. Tostada de aguacate con tahini y almendra, bagel de salmón con labneh casero, bowls de açai... 

Lo mejor es seguir con un paseo y una visita a la nueva exposición de Jean Dubuffet en el Guggenheim, para hacer hueco y visitar a Josean Alija. Nerua ha vivido toda una revolución que ha virado hacia el producto, pero visto desde el prisma de este genio minimalista. Ya sea con el menú degustación Muina o a la carta, vas a alucinar con platos como el bacalao en tortilla, que es una vuelta de tuerca a la tortilla de sidrería, elevada a la máxima potencia, con el txitxarro en escabeche de aceituna o con un trampantojo, el cardo en salsa negra con erizo de mar. 

Por la tarde toda la atención se la lleva el casco viejo, desde el emblemático Teatro Arriaga, que por si lo no sabías se puede visitar, hasta las callejuelas que desembocan en el Mercado de la Ribera. Si todavía tienes hueco para seguir comiendo, apunta tres direcciones. Una es el mítico Gure Toki de la Plaza Nueva, que triunfa con sus pintxos más elaborados, como el huevo mollet o el de cocochas de bacalao. Más sencillo es el Baste, donde se va a comer una cosa en exclusiva, los mejillones rellenos. La última parada tiene que ser en Taberna Basaras. A una dilatada y muy interesante oferta de vinazos por copas, se unen sus míticas anchoas con alegrías riojanas, que soban y limpian en casa.

¿El descanso? Con vistas a Puppy y a las formas envolventes de Frank Ghery en el Gran Hotel Domine. Perteneciente al sello The Preferred Hotels & Resorts, puede presumir de ser el único en la ciudad diseñado íntegramente por Javier Mariscal. De hecho, ya solo el lobby impresiona con su súper escultura del Ciprés Fósil de 26 metros de altura y 90 toneladas de peso. De todas las paredes también cuelgan obras del genial creador de Cobi. Dormir y despertar con vistas al Guggenheim y además, disfrutar del desayuno en su espectacular terraza, es un sueño hecho realidad.  

Una cosa más. Si estás harto de los churros y los buñuelos, llévate de vuelta a València uno de los grandes tesoros bilbaínos, los bollitos rellenos de crema de mantequilla de Martina Zuricalday. Un consejo, compra de sobra, porque en cuanto pruebes uno, te arrepentirás de no haberte traído un regimiento.

Marbella siempre apetece 

Y del norte, al sur. Porque Marbella siempre apetece. Con ese casco histórico que puede presumir de ser uno de los más bonito de toda Andalucía, donde sentarse a comer tejeringos y ver la vida pasar. 

Marbella es la cuna del buen comer, lo fue de la jet set, es el paraíso de Dani García con su Leña, Lobito de Mar o con lo que viene, Babette, que promete un gastro déjà vu, a modo festín de alta cocina de antaño. También es viajera, con maravillosos japoneses como la barra con estrella Michelin de Nintai, el 99 Sushi Bar del Villa Padierna o Ta-Kumi y con Mantarraya MX, el mexicano de nuestro querido Roberto Ruíz. 

Pero después del tute bilbaíno, esta la vamos a plantear a modo relax. Porque descansar y más en los tiempos que corren, nunca está de más. Así que nos vamos a un hotel, uno que hasta hace unos años era un centro de retiro del funcionariado sueco. Sí, así como lo lees. Cuando estaban que ya no podía más, los mandaban a la soleada Marbs para recargar las pilas, concretamente al Centro Forestal Sueco.

Atrás quedaron aquellos años y el casi pueblecito andaluz que era su retiro, fue adquirido por una empresa también sueca, para crear Boho Club, un hotel de esos de los que no quieres salir. Porque está a un cruce de carretera de la playa, pero allí tienes todo lo que necesitas. Un lugar de lo más cuidado, con sus dosis de paisajismo y sus esculturas de Richard Hudson, dos piscinas, un gimnasio al aire libre (siempre hace bueno, ¿recuerdas?) y habitaciones diseminadas entre las casitas que conforman el hotel. 

Diseño, calidez, lujo relajado... Y un punto más a favor, una gastronomía digna de ser recordada. Cada vez se come mejor en los hoteles, ¿verdad? Pues aquí, nada más abrir sus puertas, ya contaron con el talentoso Diego del Río para que llevase sus fogones. Para quienes no le conozcan, Diego estuvo durante ocho años al frente del restaurante estrella Michelin El Lago. Aquí, Del Río ha creado una propuesta que gusta a todos. Desde al que solo busca comer bien, hasta el gastronómo que va buscando ese algo más. Su cocina es honesta, de proximidad, de producto, con un apego innegable a la tierra, pero también con concesiones a la cocina viajera bien entendida.

Y encima tiene una carta diferente entre el día y la noche, para que no te haga ni falta salir de allí. A mediodía la cosa es más relajada, con ensaladas, ostras y ceviches, además de maravillas como sus mejillones amatriciana o unas croquetas de carabinero con su tartar, para quitarse el sombrero. Por la noche cambian el ambiente y después de tomar un cóctel en el Boho Bar, tienes que probar su sopa de maíz con verduras encurtidas y mojo de aguacate o un sashimi de salmonete acompañado de una sopa de cebolla y guindilla y esferas de queso Payoyo. Será muy fácil olvidarte de la traca y la pólvora en este enclave. 

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