VALÈNCIA.-Eusebio Hierónimo fue un religioso dálmata que pasó a la historia por ser, probablemente, el primer traductor cuyo nombre es célebre. Beatificado por sus servicios a la Iglesia, San Jerónimo tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín. Luego, el Antiguo Testamento, también del hebreo (que estudió en Belén) al latín. El día de su fallecimiento, el 30 de septiembre, es el día internacional de la traducción.
Seguramente San Jerónimo nunca imaginó el impacto que la traducción (y la interpretación o la traducción oral) iban a tener en el mundo. La asociación mundial del ramo dice representar a más de ochenta mil profesionales y son miles, millones, los contratos, libros, conversaciones, declaraciones, películas, canciones o trabajos académicos que son traducidos año tras año.
No está claro que San Jerónimo tuviera conciencia de traductor. En su época, era considerado como un erudito, un experto en la exégesis de la Biblia. Tampoco consta que en el siglo IV el concepto de intrusismo, más propio de nuestro tiempo, existiera. Y sin embargo, según muchos, ese es uno de los problemas que aqueja a la profesión, especialmente cuando se trata de asistir a personas extranjeras ante la policía o la justicia.