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DESDE MI ATALAYA / OPINIÓN

Ecología alimentaria y doctrina católica

22/04/2024 - 

Estarán de acuerdo conmigo en que si por 'ecología' entendemos las relaciones entre los seres vivos y de estos con el medio ambiente que habitan, no existe una actividad humana más ecológica que la alimentación. El hecho de comer varias veces todos los días, al igual que respirar, nos mantiene en contacto, en intercambio permanente, con nuestro entorno. Tomamos oxígeno y expulsamos dióxido de carbono y, en el caso de la alimentación, tomamos agua y alimentos -con sus nutrientes- y excretamos lo que nos sobra. Pero a diferencia de la respiración, que hasta que nos impusieron las mascarillas durante la covid-19 se podía considerar un proceso libre de la injerencia humana, la alimentación, desde que las primitivas tribus de recolectores-cazadores se transformaron en agricultores y ganaderos, constituye un proceso mediado por la actividad humana que ha ido ganando en complejidad a lo largo de los siglos y, muy especialmente, desde hace poco más de 70 años cuando hizo su aparición el petróleo en nuestras vidas.

El impacto del petróleo en la producción de alimentos, en lo que se denominó "la revolución verde", es decir, la mecanización del campo, el uso masivo de pesticidas y fertilizantes, el transporte de los alimentos y su transformación industrial, supuso un éxito total ya que, según datos de la FAO, mientras que la población mundial se multiplicó por tres desde la II Guerra Mundial, la disponibilidad de alimentos por persona aumentó un 40%.

"el incremento exponencial de alimentos a nivel global no soluciona los problemas de hambre o malnutrición en el mundo"

Lo increíble y lamentable es que ese incremento exponencial de alimentos a nivel global, sin embargo, no ha servido para solucionar los problemas de hambre o malnutrición en el mundo. Sigue habiendo unos 800 millones de seres humanos que se enfrentan a diario a una escasez de alimentos que lastra sus capacidades laborales, retrasa el crecimiento de sus hijos y les expone a enfermedades o a la muerte prematura. Y todo ello en un mundo donde, en el otro extremo, hay más de 1.500 millones de personas obesas o con sobrepeso expuestas a padecer diabetes o problemas cardiacos, entre otros.

Tampoco esta forma industrial de producir alimentos ha servido para mejorar la vida de las comunidades rurales en los países en vías de desarrollo. Sino más bien, todo lo contrario, llegándose a situaciones absurdas como que los agricultores de algunos países africanos vean impedida o dificultada la venta de sus escasas producciones locales debido a la 'ayuda alimentaria' que les llega envuelta en propaganda desde, por ejemplo, los EEUU, que así dan salida a unos excedentes alimentarios que, de otra manera, les provocarían importantes problemas internos medioambientales y con los productores.

Necesitamos cambiar el modelo de desarrollo global, también el alimentario. En Laudato SI, la primera Encíclica que publicó Francisco nada más llegar al papado, se recoge que "se trata de redefinir el progreso, ya que un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo y una calidad de vida integral mejor no puede considerarse progreso". Y, además, este cambio ha de venir de la conversión interior. ¿Recordáis aquel lema de Manos Unidas "Cámbiate tú para cambiar el mundo"? Pues eso.

El deterioro medioambiental de origen antropogénico nos interpela a cada uno de nosotros. Y para obtener las respuestas correctas no ayuda el miedo climático que nos están metiendo para poner en marcha políticas que sólo favorecen a grandes corporaciones e inversores. Debemos, más bien, asumir nuestra responsabilidad como consumidores y últimos eslabones de la cadena alimentaria, porque como dijo Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in Veritate: "Comprar es siempre un acto moral, no sólo económico".

Los consumidores debemos, con nuestras compras, mandar un mensaje claro de que apoyamos y demandamos alimentos producidos de manera respetuosa con el medio ambiente, locales, de kilómetro cero, procedentes de variedades tradicionales, con la menor cantidad posible de residuos -si es que no es posible el residuo cero-, y comercializados de manera que haya un reparto justo de los beneficios entre todos los eslabones de la cadena alimentaria.

Y debemos rechazar las políticas agrarias y alimentarias que nos quieren imponer desde Bruselas de un tiempo a esta parte, con el engaño de 'pactos verdes' o de 'restauración de la naturaleza', porque tras esa capa de propaganda se esconde una verdad incómoda e incomprensible: que van contra los actuales sistemas de producción de alimentos.

¿Cómo se atreven a hablar de luchar contra la despoblación del mundo rural, la España vaciada y, al mismo tiempo, ponen todas las trabas posibles para que los agricultores, ganaderos y silvicultores desarrollen su actividad y se puedan ganar la vida haciendo lo que mejor saben hacer y, de paso, cuidar gratis el medio natural?

¿Se acuerdan cuando nos prometieron que los alimentos transgénicos iban a resolver el problema?"

¿Cómo hablan de reducir la contaminación y mejorar la sostenibilidad medioambiental y favorecen que los alimentos no sean producidos aquí y, en cambio, sean traídos de países lejanos, con el consiguiente incremento brutal de la contaminación por el transporte y la logística?

¿Cómo va a mejorar nuestra salud y bienestar producir los alimentos en terceros países en los que sus marcos regulatorios son permisivos a tope con el uso de fertilizantes y plaguicidas y cuyos residuos acabarán como tóxicos cancerígenos en nuestros platos de comida?

¿Qué estudios a largo plazo han hecho sobre la salud de las personas de la incorporación de las harinas de insectos a nuestros alimentos cuando acaban de empezar a producirlas?

Éstas, y otras muchas preguntas nos muestran la mentira de unas políticas agrarias europeas que perjudican a los pequeños y medianos agricultores y ganaderos y sólo benefician a grandes corporaciones multinacionales que explotan, mediante economías de escala, enormes cantidades de terreno con el objetivo de maximizar sus beneficios. Y que ponen a las claras que sus preocupaciones son otras que nuestra salud o bienestar.

¿Se acuerdan cuando nos prometieron, hace ahora unos 20 años, que los alimentos transgénicos iban a resolver el problema del hambre en el mundo, o mejorar nuestra salud con nuevas variedades más productivas capaces de producir en condiciones de sequía, o que iban a ser alimentos súper enriquecidos en nutrientes vitales?

Pues nada de esto, que yo sepa, pasó y, en cambio, lo que están provocando algunos de los alimentos transgénicos cultivados, como el maíz, es suelos más desequilibrados y contaminados de glifosato -una sustancia tóxica para los seres vivos- y la proliferación de súper malas hierbas que para ser combatidas requieren el uso de cada vez mayores cantidades de plaguicidas. En fin, una maravilla. Crear problemas donde no los había.

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