LAS VERDURAS DEL PERELLÓ

Economía informal de hortalizas

Salen con los primeros tomates. Desaparecen cuando la temporada se convierte en el marrón, naranja y fresco del otoño. Estas son las historias tras los puestos de verdura que brotan en el Perellonet.

| 25/06/2021 | 4 min, 30 seg

Es lunes a primera hora, cuando la temperatura exterior aún es soportable y la luz anaranjada. La carretera que conecta València con el Perelló, la CV-500, está libre de tráfico y pelotones de ciclistas. Sí que hay algún jubilado suelto que ha salido a rodar hasta un bar de almuerzos del Saler, de esos que siempre están de guardia. Seguramente vaya a por un bocadillo de calamares en el Pinares 14, el de las largas colas.

En la recta que va desde la Gola del Perellonet hasta el final del pueblo del Perelló no hay ni un alma cargando colchonetas rosas o con forma de unicornio. El aire no huele a sofrito de paella. Hoy los restaurantes descansan tras la batalla del fin de semana. No hay actividad comercial, o eso parece. Si te fijas bien en los arcenes, sobre todo en el de la derecha sentido hacia el Mareny, verás vendedoras y vendedores resguardados debajo de unas infraestructuras humildes y provisionales. Toldos verdes de lona plástica pegados a las lindes de los campos. No hay hectáreas de cultivos, sino fanecades. Son los puestos de verdura del Perelló. “Verduras de mi huerto”, “estacione, pase y compre”, “productos biológicos”, “cultivo propio” y otros eslóganes que quieren seducir al veraneante para que adquiera el mejor souvenir vegano que tenemos en València: los frutos de l’horta.


Los usos del comercio imperan como fuente jurídica en la legislación de los puestos de verduras del Perellonet. Dicho de otra forma, Actividades del Ayuntamiento de València se mantiene al margen, o eso parece. No seré yo quien se oponga a la emprendeduría de los llaures, porque los puestos de verduras son eso, una actividad espontánea y paralela de los amos de las huertas colindantes. «Somos unos cuatro o cinco puestos. No pagamos licencia (licencia de actividad), la condición es que vendamos solo productos de nuestro campo. Los puestos están pegados al terreno». Habla Shakira. No la cantante, sino la vendedora de Verduras Nina, el primer puesto que aparece al dejar atrás la Gola del Perellonet. Su tío es el dueño del campo. Ella tendrá dieciocho años, si llega. «Este es mi primer verano trabajando en el puesto. Está bien, me saco un dinero. Es imposible aburrirse, siempre hay faena. Cuando es fin de semana estamos varias trabajando y hasta nos quedamos sin básculas de la gente que hay. Nosotras tenemos que hacer cola para pesar los kilos de verduras».

Pepinos, patatas de verano —las buenas—, cebollas, melones, sandías, cebollas tiernas y secas, pepinos, calabacines, pimientos rojos y verdes y por supuesto, tomates. Tomates que como nos recordó Paula Pons hará un par de años, hicieron llorar a Bigas Luna.


Las paradas donde se vende la ambrosía del verano tienen una licencia otorgada por el Consell Agrari para vender los productos que cultivan en sus propios campos e invernaderos. Venden y mucho. «No te sabría decir todos los kilos de tomates que vendemos. El otro sábado un señor se llevó cincuenta kilos». Vendedores felices, clientes satisfechos por comprar el kilo de tomate por una cuarta parte —o menos— de lo que vale en los principales supermercados del cap i casal, economía de proximidad y esa reacción cerebral que se dispara al encontrar una oportunidad única, la de la calidad al precio justísimo por un período de tiempo limitado —por eso el roscón de Reyes es tan especial, porque su corta temporalidad. Bueno, también por los hidratos—. ¿Todo el mundo feliz? No. Los supermercados locales han interpuesto alguna que otra denuncia al considerar que sufrían competencia desleal por vender más verduras de las que podían producir. Según estos, los vendedores de los puestos acuden a Mercavalència para adquirir en la Tira de Comptar los productos que venden.


Pepa Pons es otra de las vendedoras de la carretera. Una mujer menuda, enérgica y con acento apitxat. Lleva ocho años y está cansada de la prensa, dice. Que le han entrevistado de varios medios ya y que ha tenido sus encontronazos con la cooperativa. «M'entens?». No del todo, pero se intuye. Refriegas respecto a la denominación de origen y dónde se producen realmente los tomates, envidias por los kilos vendidos y esas otras trifulcas de carácter local. 

Al final, Pepa accede a hablar con nosotros y nos regala fotos y tomates. «Ya me diréis cómo están». Mientras ella despacha con ayuda de otra empleada, llegan los jornaleros. La vendedora también regala datos sobre el empleo que generan con sus cultivos distribuidos en ocho fanegadas. Además de esta extensión, el puesto tiene parking propio con sombra.


Los tomates de Pepa están como este verano que acaba de empezar: nuevos, dulces y con ese punto salado que tienen las variedades que crecen junto al mar. Todo lo demás —la competencia, la legislación— no importa. M'entens?

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