El poderío de la civilización que floreció en torno al Nilo sigue presente en los templos y pirámides que han sobrevivido al tiempo
VALÈNCIA.- Egipto es una superpotencia turística en horas bajas. Tras batir en 2010 su récord de visitantes con cerca de quince millones, el desplome de una de las principales industrias del país ha sido imparable. El estallido de la Primavera Árabe en 2011 y la inestabilidad que siguió al golpe de Estado de 2013 han hundido la llegada de visitantes a mínimos históricos. Con todo, la cuna de los faraones sigue siendo un destino imprescindible para todo viajero que se precie. Puede que no vuelva a haber una ocasión como la actual para visitar los espectaculares templos de Abu Simbel o las imponentes pirámides de Giza sin masificaciones, cuando lo normal hace apenas unos años era tener que soportar largas colas a más de 40 grados.
Ni el Ministerio de Asuntos Exteriores de España ni el de Reino Unido aprecian riesgo especial en viajar a los puntos que conforman el recorrido clásico en una primera visita a Egipto. Los precios de estos circuitos han caído en paralelo a la demanda, lo que supone un aliciente más para poner rumbo a El Cairo y embarcarse en un inolvidable crucero por el Nilo antes de que los turistas regresen en oleadas. La opción más habitual son los de una semana, repartida entre dos o tres días en la capital y un recorrido en motonave por el río entre Lúxor y Asuán. Pero Egipto brinda posibilidades más allá de este estándar que van desde las incursiones en el desierto hasta las opciones de buceo en enclaves como Hurghada, en el Mar Rojo, sin olvidar la posibilidad de visitar la Biblioteca de Alejandría.
Con cerca de diez millones de habitantes —casi 25 incluida el área metropolitana—, El Cairo es el núcleo urbano más poblado de África y una de las principales ciudades del mundo árabe. Vibrante y caótica a partes iguales, la capital de Egipto es una parada obligada por varias razones. La más poderosa es la Necrópolis de Menfis, capital del imperio antiguo de Egipto, con las pirámides de Giza y la majestuosa esfinge tallada en roca que las custodia. El conjunto que forman las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos —faraones de la IV dinastía— fue declarado patrimonio de la Unesco en 1979.
(Lea el artículo completo en el número de abril de la revista Plaza)
La de Keops, también conocida como la Gran Pirámide de Giza, es la mayor y más antigua de Egipto. Pensar cómo pudo levantarse hace 3.800 años esta inmensa mole de dos millones de bloques de piedra y 146 metros de altura resulta sobrecogedor. Durante años fue la mayor estructura construida por el hombre sobre la tierra. La de Kefrén, destinada a proteger el sarcófago del hijo de Keops, es la mejor conservada de las tres. Descender bajo esas inmensas estructuras por las angostas galerías que conducen hasta las cámaras mortuorias produce una sensación tan extraña como difícil de olvidar.
El Museo de Menfis, con la colosal estatua de Ramses II, y sobre todo el Museo Egipcio son también paradas obligatorias en El Cairo. En el lado norte de la plaza Tahrir, el Museo Egipcio de El Cairo es impresionante por el contenido pero decepcionante por el continente, impropio de una de las colecciones más vastas de la antigua civilización egipcia. A pesar de que acumula más de 250.000 piezas sin ser expuestas por falta de espacio, la máscara de 11 kilos de oro y el resto de tesoros hallados en la tumba del faraón Tutankamón tras casi 3.000 años ocultos justifican la visita.
Lúxor, 650 kilómetros al sur de El Cairo, es punto de salida y destino habitual de los clásicos cruceros fluviales que surcan el Nilo. La exuberante vegetación que tapiza ambas riberas crea un contraste alucinante con el desierto que se apodera del infinito. El esplendor de la antigua Tebas, que tomó el relevo de Menfis como capital del Imperio Nuevo, se manifiesta hoy en Lúxor. El Valle de los Reyes, en el lado oeste, y los templos de Lúxor y Karnak, en la orilla oriental, forman uno de los conjuntos monumentales más grandiosos de la Antigüedad. El primero de ellos destaca por su elegancia y buen estado de conservación. El de Karnak, por su complejidad y extensión, ya que se necesitaría al menos una jornada completa para recorrerlo al detalle.
Las dos estatuas señoriales de quince metros de altura que representan a Ramses II sentado jalonan la entrada del tempo de Lúxor y permiten hacerse una idea de lo que aguarda a lo largo de sus 260 metros de columnata y vestíbulo. La avenida de esfinges que arranca frente al templo cubría antiguamente los tres kilómetros que lo separan del de Karnak. De este complejo, consagrado al dios Amón, destaca la inmensa sala hipóstila de 103 por 52 metros en la que se levantan 134 imponentes columnas de roca con inscripciones. Las más altas alcanzan los 21 metros y están rematadas con capiteles de piedra de cinco metros veintiún diámetro.
Relajarse en las pequeñas playas cubiertas de vegetación del Nilo y zambullirse en sus aguas son el colofón ideal al inolvidable viaje
Al otro lado del Nilo, a espaldas del Valle de los Reyes, aguarda otro templo espectacular, el de Hatshepsut. Su elemento diferencial es que está parcialmente excavado sobre la montaña y que presenta un diseño sustancialmente diferente al resto de templos de su misma época, con sus tres terrazas superpuestas como elemento central. En sus pórticos aún se pueden observar restos de policromías con escenas de ofrendas. A pocos kilómetros, el conjunto de 63 tumbas que forman el Valle de los Reyes es otro de los enclaves imprescindibles de Egipto que ahora es posible visitar sin las habituales aglomeraciones. Desde fuera nada hace pensar lo que se esconde bajo esas yermas laderas. Aunque ya no hay rastro de los tesoros que albergaron hace más de 3.000 años, la decoración interior de las tumbas de los gobernantes del Imperio Nuevo las convierte en verdaderas galerías de arte subterráneas. La entrada incluye el acceso a tres de ellas, a excepción de la de Tutankamón, que se abona aparte. Las de Tutmosis III, Ramses IV, Ramses VI y Ramses IX son las más preciadas.
La continuación de la navegación hacia el sur permite ir descubriendo otros templos como el aún semienterrado de Esna o el dedicado al dios Horus en Edfu. Uno de los más apreciados es el de Kom Ombo, estratégicamente enclavado en un promontorio junto al Nilo y construido a partir de dos mitades simétricas dedicadas a los dioses Haroeris y Sobek. El de Philae, ya en la presa de Asuán, es uno de los templos más armoniosos y refinados. Dedicado a la diosa Isis, fue trasladado a su ubicación actual en una pequeña isla para evitar que quedase sumergido por la ampliación de la presa. Relajarse en las pequeñas playas naturales cubiertas de vegetación que se forman en este rincón del Nilo y zambullirse en sus aguas son el colofón ideal al inolvidable viaje por el legado de una de las civilizaciones más fascinantes y misteriosas de la historia.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 30 de la revista Plaza (Abril/2017)