No sé si hemos acabado con el estigma de ser una ciudad que da la espalda al mar. Aunque yo creo que nunca lo hemos sido. Ha sido una cuestión, tantas veces negada, de dualidad. Hay dos Valèncias en muchos ámbitos. Me gustaría pensar que la ciudad de València que siempre ha vivido de cara a la mar, la de los Poblats Marítims, se está reconciliando por fin con aquella que mandó y creció a seis quilómetros del Mediterráneo. Lo curioso, también errado, es que esa València de espaldas intentó imponer a la València marítima y marinera una determinada manera de serlo: la de los eventos, las avenidas y la obras de infraestructura.
Mi deseo para este año es que por fin esas dos Valèncias, la marinera y la que no se moja, se fundan en un abrazo. Un abrazo de hermanamiento y reconciliación, de igual a igual, después de décadas de jerarquía y condescendencia. Se dan las condiciones apropiadas.
Este año avanzarán las obras que permiten saldar una de las muchas deudas con Nazaret de tener una conexión en tranvía. La calidad del espacio público en el Cabanyal ha mejorado calle por calle. El Grau tendrá un remozado mercado de barrio. El frente marítimo de la ciudad, como bien escribía Laura Velasco en National Geographic, se puebla de creatividad.
Parece, o es un espejismo dibujado por la esperanza, que el saludable debate sobre el crecimiento del puerto ha abierto una ventana de oportunidad para repensar el modelo, desde la gestión operativa a la legislación estatal. Ya son muchas las voces que reclaman una gobernanza más abierta y participativa de las autoridades portuarias y de los espacios públicos de interacción puerto ciudad, como zonas urbanas para la actividad social y económica, como lugares de innovación y de inclusión.
Un poco más cerca, en La Marina de València, veremos los tres tinglados modernistas rehabilitados, el número dos se consolidará como el ágora cubierta de los poblados marítimos, seremos partícipes de la recuperación de 10.000 metros cuadrados alrededor de este último a través de un proceso de placemaking (aquí la explicación del concepto). La histórica rampa de varada se habrá recuperado y se desarrollará el distrito innovador con la apertura de un hub de biotecnología y de un gran edificio abierto al trabajo colaborativo en la antigua estación marítima.
Pero es evidente que ese (supuesto) éxito no se da sin consecuencias. Los precios de la vivienda se disparan, los turistas llegan a rincones que estaban fuera de plano, hay un airbnb en cada esquina y el ruido de los bares va comiéndose a las conversaciones en fruterías.
Si este año es el año de la mar, deberá ser el año en que se consoliden las bases para que los vecinos del Marítimo puedan invertir y quedarse en sus barrios; será el año en que se trabaje con políticas decididas de vivienda pública, en que la dársena histórica sea de verdad inclusiva y no solo para algunos, cuando haya una coordinación de la planificación litoral, cuando evitemos que vuelva a pasar un desastre como la ZAL.
Si este año es el año de la mar todos los valencianos se mojarán al menos un día, desde arriba de un barco, desde la arena de la playa o desde cualquier artefacto flotante.