Hoy es viernes, pero no cualquiera, porque se nos va el año y que no vuelva, ni que nadie lo quiera. Fin de 2020 que celebramos como lo hemos pasado, con vino muy, y rico siempre.
Una selección del copeteo que nos ha acompañado cada semana hedonista, sólo una pequeña representación de los muchos que durante los meses nos han llevado de la ilusión a la esperanza, del festejo al retiro… del loqueo sin reparo al yo más interior. Tiempos de ojitos mirando hacia adentro y de viajar sin parar, que es bien sabido que aquí nunca, nunca se deja de soñar.
Y con nuestra ensoñación repleta de emoción volvemos a aquel mes de enero en el que brindábamos por el presente y desde Estambul con un Kara Sevda Papaskarasi 2017 (Chamlija). Tracio de uva de difícil vocablo y muy bonito ser. Frutas del bosque bravas y seductoras. Aromas que se mastican con placer voluptuoso entre aventuras felices de baños imposibles, cataratas desde el cielo y un kebab en cualquier rincón. Qué emoción.
Febrero llegó lleno de proyectos y festejos. La felicidad de los amigos que se hace nuestra compartiendo una botella de La Pájara 2017 (Valleyglesias). Albillo real madrileña para repartir sin fronteras. Perfumes cremosos en su punto justo y bailes sin fin hasta el karaoke. Que no le falta de nada y de sobra tiene el cariño. El de no cansarse jamás porque su compañía nos da seguridad y unos riñoncitos con bastante de caviar.
Marzo era planes y algunos flanes. Ilusiones en forma de ferias y avión a quién sabe dónde. Pues a Argentina con el Calcáreo de Granito 2014 (SuperUco) que es cabernet franc de Tupungato y mola un rato. Vegetaciones de las que gustan y hasta piracinas, pero bien finas. Ímpetu valiente, ande yo caliente y ríase la gente, porque tiene su relente. El que lleva el vaso de verdad para que consigamos verlo a tope y así, en positivo, junto a una barbacoa futura.
Abril era soledad, largas conversaciones, desahogos y algunas risas. Mestizaje de compañeros de caminos que se bifurcan para volverse a unir en torno al Mélangé Bajo Velo 2016 (Bodegas Recuero). Malvar y ojo de liebre con un pie en Toledo y otro en Extremadura. Modos de otros tiempos, cuando te mandaban flor a casa y los piropos se podían decir. Cuando los complejos estaban lejos y la seguridad sabía a su voz. Tan necesaria que se volverá luz con sólo pulsar el interruptor. Y le damos a base de bien con unos cefalópodos en su tinta.
Mayo se presentó con unos brotes que brotan, botan y rebotan de energía puesta en adelante. En una proyección de lo que volverá, tratrá. Primavera de libertad y fraternidad con una copa de Caveau De Bacchus Savagnin Reserve Du Caveau 2011 (Lucien Aviet) que regala miradas efusivas tras velos floridos de bichitos. Complejidad que lo identifica con carnet de fortaleza. Sabores de quinto poder que nos traen lindos recuerdos mientras llenamos la panza con alguno de esos quesos blanditos que nos pirran.
En junio nos hicimos pajaritos y comenzamos a volar de a poquito. Buscando el sol encontramos la luna y todas sus estrellas, como el Viña Zorzal Corral de los Altos 2016 (Viña Zorzal). Garnacha con miras que alcanza el cielo retrepando montañas preciosas. Bienvenidas que se convierten en salvadoras y no de mar, sino mesetarias. Cariño inteligente y don de gentes para lograr el equilibrio con unas patatas con costillas.
Julio fue de ir en tren a emotivas despedidas. De playa, viñedos y, como siempre, mucho jerez, como el Oloroso Colección Roberto Amillo (Roberto Amillo). Intensidades a millones y riqueza a manos llenas. La sinceridad certera de espada que se desenvaina para clavarse en el alma. Filo afilado que no es de exposición, porque es para beber un montón. A sorbitos pequeños y gustosos de saborear toda la vida. Porque hay finales que son un hasta luego, con sosiego y montones de aceitunas.
Agosto se vistió de aventura impensable en vuelo directo a Portugal. Sube y baja por callejas lisboetas con el Arinto de Pedra e Cal 2017 (Lés-a-Lés) como recibimiento. Acantilados de rocas inmensas y brisa marina de lejos. Limas y limones que se alían en Feitoria y nos colman de alegría. Relajo total que ojalá no acabe nunca. Modo reinona que repetiremos mientras podamos y mejor si es contigo y una cataplana en la mesa.
Septiembre nos pilló desprevenidos y con las defensas algo bajas. Volvió la zozobra y la vencimos a base de Komokabras Naranja 2018 (Entre Os Ríos). Albariño con forma de abrazos y reencuentros imaginarios. Tinajismo pellejoso del que resulta hermoso. Divertido, desvergonzado y con su punto salado. Largo, con textura y su contexto que hace guiñitos para abrir un apetito que calmamos con una empanada de xoubas.
En octubre vino lo oscuro con algún escalofrío que combatimos yendo lejos con la cabesita y una copa de Chateau Megyer Harslevelu Selection 2014 (Chateau Pajzos Megyer). Hungría que no es umbría ni fría. Uva blanca de nombre harslevelu que, desde la timidez, va abriendo la mirada hasta hacerla redonda y grandota. Belleza exótica que va y viene, al tiempo que nos sostiene. Porque nos acompaña a donde sea, y hoy con un plato de sopa y pelotillas de carne.
Noviembre lo planificamos de quedadas, las justas y necesarias para hacernos un poquito más japis. Con los amiguis y La Viña de Ramón 2016 (Bodega Finca Fuentegalana). Garnacha de Ávila muy pegadita a Madrid que se lleva lo mejor de los dos sitios. Porque es señorita de ciudad con el empuje de los montes más salvajillos. Elegancia, fortaleza y personalidad, ya sea en la urbe o en el campo, con un arroz de conejos y cosas.
Diciembre es el ahora, pensando en un futuro de muchas risas y no menos gurbujas, como las del Étienne Calsac Las Rocheforts (Étienne Calsac). Chardonnay con clase y carácter de guapa dicharachera que se espera, porque sabe estar en su sitio y nunca se altera. De aquellas que se adaptan a las circunstancias con la mejor de las caras y a morro pintado, mientras nos prepara un steak tartar picosito.
Así, sin más, nos disponemos a recibir al 2021 con la memoria recordando que lo pasado es importante para aprender y seguir adelante. Y brindamos con vosotros porque todo será mejor.