VALÈNCIA (EFE/Raquel Rueff y Jon Veen) El impacto de la epidemia por coronavirus impregna, mes y medio después del primer caso confirmado en España, los negocios regentados por ciudadanos chinos en pleno centro de València, en el entorno de la calle Bailén, donde el esfuerzo por seguir abiertos lucha contra el "Cerrado por vacaciones" imperante.
Ese es el cartel que la mayoría de los negocios chinos ha utilizado para justificar el cierre causado por el miedo a esta epidemia, originada en la región china de Wuhan, y que se repite como un mantra en locales de toda la zona desde hace semanas.
A plena luz del día, el trajín habitual de un día laborable en el barrio más asiático de la ciudad brilla por su ausencia. Son muchas las persianas que permanecen bajadas y resulta incluso extraño ver algún comercio abierto, especialmente en el "día después" del aplazamiento de las Fallas.
En medio de una tranquilidad atípica, la peluquería A Quiang continúa con su horario laboral habitual. "Tengo que trabajar porque hay que pagar el alquiler y necesitamos dinero para vivir", explica a EFE Zhiqiang Feng, dueño del establecimiento, quien admite que esta situación les provoca "mucho miedo".
"La afluencia de nuestros clientes ha disminuido en un 50 %, pero no podemos cerrar porque tengo citas ya concertadas", añade. Además, Feng insiste en que a pesar de la alarma que le provoca el posible contagio, no cerrará hasta que el Gobierno les "obligue a hacerlo, como en Madrid".
"Otra cosa que nos asusta es que no haya suficientes camas en los hospitales y se les dé preferencia a los españoles antes que a nosotros, que somos extranjeros", apostilla por su parte Hong Li.
En un supermercado chino cercano se ve otra imagen distinta, con estantes repletos de productos, entrada y salida constante de clientes, trabajo con normalidad y ninguna sensación de desabastecimiento; es el reflejo de la otra cara de la moneda.
"Nos hemos planteado el cierre, pero no lo contemplamos hasta que la administración indique lo contrario", señala Rodrigo Tachinquín, supervisor del supermercado, quien asegura que han reforzado el comercio con más mercancía puesto que "los clientes se están llevando más provisiones".
Al final de la calle Pelayo, en su cruce con la calle Bailén, se halla un bar que, a día de hoy, es el único negocio de hostelería abierto en todo el barrio.
"Tengo mucho respeto a la enfermedad, pero no tengo miedo, por lo que no cerraré mi local", proclama su gerente, Chou Liu, quien explica que intenta tomar todas las medidas de seguridad oportunas para que sus clientes se sientan "lo más seguros posible".
"Lo más normal es seguir trabajando y no cerraré hasta que no haya una medida radical del Gobierno", insiste.
El cierre de los comercios, además, está motivando a miembros de esta comunidad china a volver a su país. Agencias de viajes y operadores de turismo de la zona han observado un repunte de clientes deseosos de regresar a sus hogares.
Una trabajadora de la agencia Rooster Tours, que prefiere permanecer en el anonimato, reconoce estar "en un estado de colapso ante el gran número de solicitudes" que le llegan estos días.