Cada inicio de curso escolar no solo marca el retorno a las aulas, sino también una mezcla de emociones para estudiantes, docentes y padres. Los efectos emocionales y psicológicos de este momento, tan esperado o temido, no siempre son evidentes, pero sí profundos.
El regreso a las clases puede generar estrés, ansiedad y otras respuestas emocionales que impactan tanto a los alumnos como a quienes enseñan y cuidan de ellos. Aunque el entorno educativo ha estado tradicionalmente centrado en el rendimiento académico, empieza a reconocerse la importancia de cuidar el bienestar emocional de todos sus participantes, si bien este cambio aún está en proceso.
Para los estudiantes, especialmente los más jóvenes o aquellos en etapas críticas, como el comienzo de la secundaria o la universidad, la vuelta a clases puede ser una fuente considerable de estrés. Enfrentar nuevos contenidos, relaciones sociales y altas expectativas puede elevar los niveles de ansiedad.
En España, hasta un 30 % de los estudiantes de secundaria experimentan ansiedad relacionada con el rendimiento académico. Este fenómeno afecta a alumnos de todas las edades, desde los más pequeños hasta aquellos en etapas preuniversitarias o avanzadas. Las presiones sociales, intensificadas por el uso de redes sociales, incrementan la comparación social y la preocupación por la imagen personal, impactando tanto el rendimiento académico como el bienestar emocional.
El apoyo de los docentes y padres resulta esencial en este contexto, ya que los estudiantes, aunque no siempre lo expresen, necesitan espacios seguros donde puedan compartir sus inquietudes y sentirse comprendidos y apoyados.
Por otro lado, los docentes también enfrentan altos niveles de estrés al tratar de cumplir con los objetivos académicos mientras gestionan las emociones de sus alumnos. A menudo, deben equilibrar las exigencias profesionales con sus propias emociones y necesidades, lo que puede llevarlos al agotamiento emocional. Se estima que alrededor del 20 % de los docentes sufren de agotamiento emocional o burnout, provocado por la presión académica, el manejo de clases heterogéneas y la falta de apoyo emocional dentro de las instituciones.
Para mitigar estos efectos, es fundamental que los centros educativos implementen medidas de apoyo para los docentes, como talleres de manejo del estrés y redes de apoyo entre colegas. Estos espacios les permitirán reflexionar sobre su labor y compartir estrategias de afrontamiento, reduciendo así el aislamiento que muchos de ellos pueden sentir.
Los padres también se enfrentan a retos emocionales con el regreso a las clases. A menudo, sienten la presión de asegurar el éxito académico y emocional de sus hijos, lo que genera ansiedad y estrés. Además, muchos deben conciliar sus responsabilidades laborales con la educación de sus hijos y, al carecer de herramientas para brindarles apoyo emocional, pueden sentirse frustrados o impotentes.
Esta situación se complica aún más cuando los padres experimentan la llamada 'ansiedad de segundo grado', es decir, cuando interiorizan el estrés de sus hijos sin saber cómo ayudarlos. Por ello, es crucial que cuenten con el apoyo necesario, ya sea a través de programas escolares o recursos externos, para gestionar sus propias emociones y estar mejor preparados para acompañar a sus hijos en sus dificultades.
Ante este panorama, es evidente que las instituciones educativas deben asumir un papel más activo en la promoción del bienestar mental de toda la comunidad educativa: estudiantes, docentes y padres. Algunas instituciones ya han comenzado a implementar medidas significativas para enfrentar estos desafíos emocionales. Han introducido programas de bienestar emocional que incluyen la presencia de psicólogos escolares y talleres de mindfulness, diseñados para ayudar a los estudiantes a desarrollar habilidades como el manejo de la ansiedad y la resolución de conflictos.
Asimismo, algunas escuelas y universidades han adoptado enfoques más flexibles en las aulas, como la enseñanza basada en proyectos y la reducción de exámenes estandarizados. Estas iniciativas buscan aliviar la presión académica y proporcionar a los estudiantes un entorno más relajado y propicio para el aprendizaje. También se han creado espacios seguros dentro de las instituciones educativas, donde los estudiantes pueden expresarse sin temor a ser juzgados, lo que refuerza su salud emocional y fomenta un ambiente de bienestar mental tan prioritario como el rendimiento académico.
Algunas instituciones han comenzado a ofrecer formación en inteligencia emocional para los docentes, así como talleres que promueven el autocuidado y la resiliencia. Además, han establecido comunidades de apoyo entre los maestros, lo que les permite compartir experiencias y recursos para afrontar el estrés y las exigencias emocionales de su trabajo. Estas medidas no solo mejoran el bienestar de los docentes, sino que también repercuten positivamente en la calidad de la enseñanza.
Del mismo modo, resulta esencial que las escuelas colaboren con los padres, ofreciéndoles orientación y recursos para que puedan apoyar de manera efectiva a sus hijos. La creación de redes de apoyo para padres, junto con grupos de discusión y sesiones informativas sobre el bienestar emocional, puede marcar una gran diferencia, ya que la conexión entre el hogar y la escuela es vital para garantizar el bienestar emocional de los niños y jóvenes.
En definitiva, el regreso a las clases, que debería ser un momento de entusiasmo por las nuevas oportunidades de aprendizaje, está cargado de desafíos emocionales para estudiantes, docentes y padres. Comprender y abordar estos desafíos es fundamental para asegurar no solo el éxito académico, sino también el bienestar integral de todos los involucrados en el proceso educativo, garantizando así una experiencia equilibrada y saludable.
Pedro Adalid es doctor en Educación y profesor universitario de Políticas de Calidad Educativa y Planes de Mejora