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LOS DÍAS DE LOS OTROS

El diario del diablo nazi: Alfred Rosenberg

1/11/2017 - 

VALÈNCIA. ¿Y si el diablo escribiera un diario? ¿Alguien lo leería? ¿En qué consistiría su cotidianidad? Los diarios que escribieron algunos de los jerarcas nazis resultan fundamentales para comprender la locura del movimiento nazi y su política criminal. Entre esos diarios, los de Alfred Rosenberg entre los años 1934 y 1944, publicados por la editorial Crítica, son especialmente significativos. Rosenberg es considerado el principal ideólogo de la teoría racial y del antisemitismo. Suyas son también las ideas que combatían el arte moderno por considerarlo “degenerado” o la del cristianismo positivo que rechazaba las raíces hebreas de la religión cristiana.

Los diarios no fueron el género predilecto de los nazis alemanes. Cuentan Jürgen Matthäus y Frank Bajohr en la introducción a los diarios de Rosenberg que debido a los giros sorprendentes e inesperados de la política nazi -la eliminación de las SA en 1934, el pacto con el principal enemigo ideológico, Stalin, en 1939, o el vuelo a Inglaterra de Rudolf Hess en 1941, entre ellos-, muchos de los protagonistas nazis no legaron diarios sino calendarios que reflejaban su caótica y frenética actividad o cartas a sus esposas. Es el caso de Heinrich Himmler, por ejemplo. Los dos únicos diarios que se conservan de aquella época son los del ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, que escribió un diario personal durante más de dos décadas, de 1924 a 1945; y los de Rosenberg, de los que hablaremos a continuación. Resulta necesario apuntar antes a que estos dos grandes prohombres del nazismo estuvieron enfrentados durante largo tiempo y su relación fue más bien distante. En la introducción, además, se apunta un dato que no es menor:

No es meramente casual que fueran precisamente Goebbels y Rosenberg quienes escribieran diarios, pues formaba parte de las obligaciones básicas de ambos hacer un seguimiento reflexivo e interpretativo de la política del Tercer Reich. Goebbels tenía que traducir la política nacionalsocialista en consignas manejables en la acción política diaria, mientras que Rosenberg concentraba sus esfuerzos en la investigación de cuestiones ideológicas y de principio cuyos resultados exponía extractados principalmente en discursos para reuniones de funcionarios del partido o en la prensa nacionalsocialista. 

Ambos diarios compartían su cualidad de secretos, es decir, de estar destinados a su no publicación. Sin embargo, Goebbels publicó en 1934 fragmentos de sus diarios y un buen número de compañeros del partido rechazaron tales textos para acusarle de egocéntrico. En el caso de Rosenberg, las 400 páginas de sus diarios fueron guardadas por el representante de la acusación en el juicio de Núremberg, Robert Kempner, que las tuvo en su poder hasta su muerte en 1993. En 2013 el Gobierno estadounidense las confiscó y las cedió al Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto.

Tal y como explica Rosenberg, pretendía que sus diarios sirvieran como anotaciones “para poder revivir en la vejez esta época”. También le sirvió como un lugar en el que desahogarse con los suyos, profiriendo todo tipo de descalificativos hacia sus compañeros. A Goebbels le calificaba como “foco de pus” y a Ribbentrop le señalaba como “un tipo realmente idiota y con la arrogancia habitual”.

En los diarios aparece un discurso que dio el 18 de noviembre de 1941 en el que afirma que la "cuestión judía sólo puede resolverse mediante la eliminación biológica". En otro fragmento, el nazi se alegra por las noticias que vienen desde Lituania donde habían sido liquidados unos diez mil judíos. El delirio paranoico y mesiánico de Rosenberg se vislumbra en estos fragmentos, pues el nazi cree que su misión en el mundo no es otra cambiarlo radicalmente. “Esta época no está preparada para oírme", dice en alguna ocasión en una clara declaración megalómana.

Rosenberg ha vuelto a ser noticia en los últimos meses por la publicación del libro El diario del diablo. Alfred Rosenberg y los secretos robados del Tercer Reich, de Robert K. Wittman y David Kinney, publicado en Aguilar. Esta obra narra el apasionante hallazgo del manuscrito, así como un análisis minucioso del mismo. Así definen los autores la figura de Rosenberg:

En 1920 sembró en la mente de Hitler la insidiosa idea de que tras la revolución comunista de la Unión Soviética se ocultaba una conspiración judía de proporciones globales, y la iría repitiendo una y otra vez. Rosenberg fue también el adalid más destacado de una teoría que Hitler utilizaría veinte años después para justificar la devastadora guerra lanzada por Alemania contra los soviéticos. Pocos meses antes de que los nazis emprendieran la invasión de la Unión Soviética, Rosenberg afirmaba que la guerra representaba «una revolución mundial de limpieza biológica», que acabaría por exterminar «todos los gérmenes del judaísmo y sus bastardos, causantes de la infección racial.

Este nuevo libro puede leerse casi una novela de acción: en mayo de 1945, el  ejército estadounidense encuentra en el castillo de Banz, en Baviera, una ingente cantidad de documentos nazis que registran sus peores secretos, relacionados con el exterminio del pueblo judío. Entre esos documentos se encontraba el diario de Rosenberg. El diario, utilizado como prueba en los juicios de Núremberg desaparece durante largo tiempo. En los años noventa, un archivista del Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto intentó recuperarlo. Es ahí donde aparecen los autores de esta obra: Robert K. Wittman, antiguo agente especial del FBI, y David Kinney, escritor y periodista de The New York Times y The Washington Post.

El resultado es este libro que narra la vida espeluznante de Rosenberg, cuyo final no fue otro que la horca el 16 de octubre 1946. Tras ser capturado por los británicos se dirigió a la cárcel. Así explican los autores la caída del diablo:

Rosenberg dio un beso a su esposa y a su hija, que no cesaban de llorar, y se dirigió cojeando a unos coches que lo conducirían a la prisión. En su celda, oiría cómo los dos soldados aliados encargados de su vigilancia intentaban cantar Lili Marleen, la canción favorita de las tropas de uno y otro bando por aquella época, que habla de la nostalgia del soldad obligado a separarse de su amada.


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