VALÈNCIA. El dragón yace sobre un lecho de rodeno del Parque Natural de la Calderona. Sus contornos -el lomo, la cola, el ala- se confunden con la montaña; no hay frontera visible entre la escultura y la naturaleza. La boca está abierta, como congelada en medio de un bostezo, y extiende hacia nosotros una lengua tachonada de piedras que nos invita a caminar hacia su interior. Atravesamos su boca y nos introducimos en un espacio dominado por líneas curvas, incrustaciones de mosaicos y trencadís. Es una de esas casas-museo que además de estar plagada de obras de arte nos regala una experiencia inmersiva en un mundo fantástico. Como la casa suiza de HR Giger, el creador de Alien; la de Dalí en Cadaqués o la Casa del Volcán de César Manrique en Lanzarote.
En las cavidades internas de este ser mitológico hay mucho movimiento: se fabrica papel reciclado a diario, hay una cámara oscura para cianotipia, un taller de serigrafía y otro de pintura. Estamos en uno de los centros de investigación artística más peculiares de España, construido sobre la herida de una antigua cantera de los años sesenta ubicada en el municipio valenciano de Gilet, a menos de 15 minutos en coche del monasterio franciscano del Santo Espíritu.
“La bestia madre está despertando”, nos explica la escultora Rhea Marmentini, impulsora del proyecto de land art y recuperación paisajística conocido como el Dragón de la Calderona. Después de siete años de inactividad en los que ha sufrido los efectos del vandalismo de los terroristas domingueros, este espacio volvió a la vida en el año 2020 y se encuentra en estos momentos en un proceso simultáneo de recaudación de fondos y restauración.
El origen
Todo comenzó en 2004, cuando Rhea, escultora de origen húngaro-chileno y criada en Málaga, recorría la provincia de València en busca de un lugar idóneo para construir un jardín de esculturas. “Llegué aquí y descubrí un enorme bocado de seis metros de altura por 27 de ancho que había dejado una antigua cantera de piedra de rodeno. Enseguida me imaginé la escultura del dragón construida con los propios materiales de la zona; era una solución artística que permitía curar a la montaña del daño que le había causado la acción humana. Lo vi claro; sería una bestia madre, rodeada de un jardín formado por pequeñas bestias esculpidas en piedra”.
Hay que comentar que Marmentini está considerada como discípula y heredera espiritual del influyente escultor de posguerra Pierre Szekely, quien le enseñó a trabajar la piedra y le contagió la pasión por la escultura monumental. Tras una infancia en Marbella, Rhea estudió arte en Hungría y se mudó a París. En la década de los noventa formó parte de importantes colectivos artísticos de la escena underground de la capital francesa como el proyecto SSCOCAPI, situado frente al Museo Picasso, o el Pole Pi, ambos ubicados en casas okupas habitadas por artistas. Su carrera la llevó a muchos otros países hasta que decidió regresar a España.
El proyecto escultórico-arquitectónico del dragón, que nunca ha llegado a completarse, forma parte de un proyecto más amplio de recuperación paisajística experimental a través de las artes. “Lo puse en marcha junto a mi expareja, el saxofonista Perico Sambeat, que compuso un disco aquí. También participó mi madre, Judit Nádor, que es doctora en antropología cultural y chamanología y desarrolló un proyecto de rehabilitación energética para este lugar”. En la construcción participó un buen número de artistas y expertos de distintas disciplinas. Entre ellos el biólogo el biólogo ruso-estoniano Aleksei Zaitsev, que fabricó el “corazón del dragón”, un artilugio de hierro que sirve como sistema de calefacción ecológico basado en los principios de la biodinámica. “En el culo de dragón tenemos también una sala de aire acondicionado natural -añade Rhea-. Se encarga de recoger el aire frío que baja por la montaña por la noche y luego lo soltamos cuando queremos refrescar la casa”.
El incendio que durmió al dragón
El proceso de construcción del dragón se interrumpió debido a un grave incendio declarado en la zona en el año 2014, que arrasó 68 hectáreas de bosque y obligó a desalojar a los vecinos del municipio. Rhea regresó a Málaga, donde tiene un taller de escultura monumental en piedra, y el dragón quedó a merced del abandono y la erosión provocada por las hordas de curiosos que se acercaban al lugar cada fin de semana. “Todo se agravó durante la pandemia. Como no se podía ir a ningún sitio, la gente salía al monte. Saltaban la valla, se subían a la cabeza del dragón a hacer picnics y cuando se iban se llevaban de recuerdo pestañas y escamas de cerámica del dragón. Llegamos a contabilizar a 500 personas en un solo fin de semana. Han arrancado cerca de 300 piezas, han destruido las barreras de vegetación que había y también se ha dañado la tela aislante del techo”, se lamenta la escultora.
El dragón “empezó a despertar” cuando Rhea conoció a Alex y Akuna, una pareja italiana de artistas nómadas que llevaba 14 años viajando por el mundo en su caravana y se habían quedado atascados en el sur de España en medio de la pandemia. Accedieron enseguida a la propuesta de la escultora de trasladarse a València y hacerse cargo del mantenimiento y a la reactivación del dragón como centro de investigación artística. Alex, que es cocinero, empezó a cultivar un huerto ecológico para el autoabastecimiento de verduras y hortalizas. Akuna, que es fotógrafa, puso en marcha el taller de cianotipia, un procedimiento fotográfico monocromo que consigue una copia negativa del original en un color azul de Prusia.
Rhea alterna sus estancias en Málaga, donde esculpe sus piezas grandes, con Gilet, donde trabaja en obras de menor dimensión -las pequeñas bestias que conformarán en el futuro el jardín de esculturas que rodea al dragón-. Mientras tanto, Alex y Akuna restauran poco a poco y ponen en orden la afluencia de visitantes. Esto no es un lugar público, insisten, y no quieren ser un destino turístico, sino un centro que atraiga a personas con interés en el proyecto cultural. Recientemente iniciaron conversaciones con el Ayuntamiento de Gilet para la formalización de un convenio de colaboración. Rhea tiene claro que buscan un enfoque cultural; no les interesa explotar turísticamente el dragón.
En estos momentos trabajan en la creación de una plataforma para gestionar las visitas al lugar, que solo se podrán hacer previa reserva y durante el último fin de semana de cada mes. Paralelamente se ha activado una campaña de crowdfunding para recaudar fondos para la restauración del proyecto.
Actualmente, el dragón acoge residencias temporales de artistas. Durante nuestra visita encontramos a Hitesh Natalwala trabajando en un tórculo de impresión de grabados. Es un artista nacido en Kenya, formado en Inglaterra y Australia y con una amplia trayectoria de exposiciones individuales y colectivas. “Yo vivo viajando de un sitio a otro, buscando inspiración -nos explica-. Voy sin calendarios fijos, dejándome llevar. Aquí llevo varios días, y estoy desarrollando una serie de piezas de obra gráfica específicas para este lugar”.
“La idea es organizar talleres y formalizar un poco más las residencias artísticas -nos explica Rhea-. Funcionaría bajo propuesta. Los creadores nos mandarían el proyecto que quieren desarrollar aquí y seleccionaríamos los más interesantes”. Cada uno de los artistas invitados que pasa por el dragón deja algunas obras gráficas. Una de las ideas que han puesto en marcha para evitar que los visitantes se lleven “de recuerdo” las escamas del dragón es poner a la venta estas láminas, que tienen el aliciente de que se realizan sobre el papel artesano y reciclado que se fabrica allí mismo a partir de los papeles de desecho que les donan escuelas y oficinas de la zona.
Rhea insiste en que el Dragón de la Calderona es un proyecto de vida, de los que no terminan nunca. Faltan muchos pequeños detales, como la activación de la glándula salival por medio de placas solares, que generará una corriente continua de agua hacia la lengua. “Tenemos muchas más ideas de conexión de arte y naturaleza -apunta Rhea-. Por ejemplo, me encantaría crear una serie de bestias de cerámica que tengan una colmena de abejas en el interior. Sería precioso ver cómo salen de la boca todas las mañanas para recolectar la miel y cómo vuelven a la bestia después. Es una solución ecológica a través del arte para contribuir al problema de la desaparición de estos polinizadores, que son fundamentales. Cada persona podría comprar una bestia y aprender a cuidar abejas. Pero es cierto que tenemos que hablar con apicultores a ver si lo ven posible o no”.