RESTAURANTES CON SOLERA

El Encuentro, platos de cuchara en un antiguo cabaret de los años cuarenta

Inaugurado en 1994 por una familia de origen madrileño, el restaurante de la calle San Vicente Mártir es una referencia indispensable para los forofos de la cocina tradicional española, desde las pochas navarras con codorniz a la fabada asturiana.

| 18/02/2022 | 4 min, 25 seg

En la ciudad de València no vamos sobrados de restaurantes con solera. Ya saben a lo que me refiero; los de techos con molduras, muebles de madera noble, espejos de cornucopia y lamparitas de luz tenue. Los de mantel y servilleta enrolladita encima del plato. Hasta hace no mucho, yo los definía -de forma bastante poco periodística- como “restaurantes de padres”.

Gure Etxea desapareció del mapa. Nos quitaron a Chez Lyon. Pero todavía quedan algunos lugares, como El Encuentro, que jamás abdicarán del pasado. Este céntrico restaurante, situado en la calle Vicente Màrtir -muy cerca de la plaza del Ayuntamiento- es uno de esos negocios de restauración en los que, en lugar de “reinterpretar” el recetario tradicional, prefieren seguirlo a pies juntillas. Se fundó mucho antes de la fiebre del kilómetro cero, de modo que aquí podrás encontrar rabo de toro D. O. León, chuletitas de lechal D. O. Segovia y manitas de cerdo con jamón y chorizo ibérico. Con las elaboraciones ocurre algo similar; máxima sencillez y efectividad: ¿merluza fresca de pincho? Pues a la romana o a la plancha. ¿Bacalao? Nada de cocciones a baja temperatura: a la cazuela y a la vasca.

Muchos clientes acuden a El Encuentro por sus platos de cuchara. Los lunes tocan lentejas pardinas; los martes fabada asturiana y los miércoles alubias alavesas con chorizo estilo Lodosa -el otro día las probamos y estaban muy ricas, aunque echamos de menos un contrapunto picante-. Los viernes toca cocido, que aquí se prepara tomando elementos del valenciano y el madrileño, ya que incluye pelota, pero también repollo. Todos los días de la semana tienen pochas navarras con codorniz y caldo de cocido.

Los postres, todos caeros, también son puro clasicismo: tocino de cielo, leche frita, souflé de melocotón… aunque el ellos recomiendan rematar con un postre menos usual: el flan de naranja natural.

De cabaret a tienda de telas

El Encuentro abrió sus puertas en 1994 en un bajo comercial que hasta los años setenta había ocupado una tienda de telas para mayoristas. La historia de este local, que antes no recaía en la calle Vicente Mártir sino en el estrecho callejón de la calle Mesón de Teruel, se remonta todavía mucho más atrás. En los cristales de una de sus puertas de entrada, todavía puede leerse la sombra de un antiguo rótulo: “Cervezas a 0,25 céntimos”. “Investigué un poco y descubrí que ese letrero correspondía a un antiguo cabaret de los años treinta o cuarenta”, nos cuenta su actual propietario, Félix Villanueva.

Los padres de Félix eran madrileños y se asentaron en València en 1957, el mismo año de la riada. Alquilaron un piso encima del mismo edificio donde posteriormente abrieron El Encuentro. “Ese bajo llevaba décadas cerrado, y nada más verlo, nos enamoramos -recuerda Félix-. No tuvimos ninguna duda de que había que conservar su esencia, así que aprovechamos todo lo que pudimos. El mostrador de madera se convirtió en una barra; las estanterías de las telas, en expositores. Mantuvimos el suelo original hidráulico y los falsos techos.  El resto de elementos, desde las lámparas hasta el piano, se seleccionaron cuidadosamente para que no romper la estética del local. También hay muchos cuadros de mi padre, que era un gran aficionado a la pintura. Lo que ocurre es que una cosa es un local vintage, y otra cosa es un local como este, que es un “abuelito” y necesita reparaciones y mantenimiento constantes”.

Los padres de Félix tenían buena mano en la cocina, pero nunca habían regentado un negocio de hostelería. Por eso, en un principio, El Encuentro fue una taberna pensada para tomarse unos vinos y tablas de queso y jamón. De vez en cuando, sus padres cocinaban en bacalao con tomate o croquetas, y las bajaban al local. La cocina, y con ella el nuevo concepto de restaurante, no se incorporó hasta unos años después, cuando alquilaron el local de al lado y acometieron una reforma de ampliación. Así fue creciendo poco a poco su asidua clientela, que siempre ha tenido una edad media no inferior a los 45 años. Curiosamente, Félix nos cuenta que en los últimos años observa con asombro cómo se dejan caer por allí clientes más jóvenes. Probablemente -eso imaginamos-, llegan atraídos por una propuesta que no es tan fácil de encontrar en la ciudad de los arroces: platos de cuchara de toda la vida, en una atmósfera señorial que después no se traduce en un hachazo a traición. Los precios son comedidos, y por 35 euros puedes comer como una auténtica señora de las de antes.



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