En la ciudad de València no vamos sobrados de restaurantes con solera. Ya saben a lo que me refiero; los de techos con molduras, muebles de madera noble, espejos de cornucopia y lamparitas de luz tenue. Los de mantel y servilleta enrolladita encima del plato. Hasta hace no mucho, yo los definía -de forma bastante poco periodística- como “restaurantes de padres”.
Gure Etxea desapareció del mapa. Nos quitaron a Chez Lyon. Pero todavía quedan algunos lugares, como El Encuentro, que jamás abdicarán del pasado. Este céntrico restaurante, situado en la calle Vicente Màrtir -muy cerca de la plaza del Ayuntamiento- es uno de esos negocios de restauración en los que, en lugar de “reinterpretar” el recetario tradicional, prefieren seguirlo a pies juntillas. Se fundó mucho antes de la fiebre del kilómetro cero, de modo que aquí podrás encontrar rabo de toro D. O. León, chuletitas de lechal D. O. Segovia y manitas de cerdo con jamón y chorizo ibérico. Con las elaboraciones ocurre algo similar; máxima sencillez y efectividad: ¿merluza fresca de pincho? Pues a la romana o a la plancha. ¿Bacalao? Nada de cocciones a baja temperatura: a la cazuela y a la vasca.
Muchos clientes acuden a El Encuentro por sus platos de cuchara. Los lunes tocan lentejas pardinas; los martes fabada asturiana y los miércoles alubias alavesas con chorizo estilo Lodosa -el otro día las probamos y estaban muy ricas, aunque echamos de menos un contrapunto picante-. Los viernes toca cocido, que aquí se prepara tomando elementos del valenciano y el madrileño, ya que incluye pelota, pero también repollo. Todos los días de la semana tienen pochas navarras con codorniz y caldo de cocido.
Los postres, todos caeros, también son puro clasicismo: tocino de cielo, leche frita, souflé de melocotón… aunque el ellos recomiendan rematar con un postre menos usual: el flan de naranja natural.