VALÈNCIA. Cuando el nazismo promovió el cuerpo perfecto, hubo un artista, Hans Bellmer, que se puso a crear muñecas deformadas. Aquello fue calificado de arte degenerado y el hombre acabó en un campo de concentración. Ahora sigue habiendo mucho nazi, más de uno travestido de izquierdista pata negra, pero manda el dinero y el dinero también dicta un cuerpo perfecto, que exige altas dosis de consumo de muchos bienes, algunos de ellos muy sofisticados. Y sigue siendo igual de difícil luchar contra ese ideal. Cuando la época de las revistas de moda y belleza parecía superada, las redes han hecho que de una modelo en la portada de un magazine hayamos pasado a tres cuartas partes de la población trabajando su cuerpo para Instagram y derivados.
Los sectores que se han rebelado contra esos cánones estéticos han señalado muchos culpables, pero sin duda un icono con especial saña: la muñeca Barbie. No lo digo yo, lo dice un documental que hay en el apartado Moda y arte de Movistar+, Desmontando a Barbie (Tiny Shoulders: Rethinking Barbie), de Andrea Blaugrud Nevins para Hulu.
Lejos de lo que pudiera parecer, se trata de un retrato amable del producto que, además, comprende todo el proceso de relanzamiento de la muñeca tras una caída en picado en las ventas que coincide con el auge de la tercera ola del feminismo.
Personalmente, de Barbie solo hay dos aspectos que me parecen realmente interesantes. Uno lo contaba recientemente Riccardo Falcinelli, autor del fascinante libro Cromorama (Taurus, 2019) sobre la historia de los colores, en la entrevista que hizo en El Mundo. Contó que los niños en el siglo XIX iban de rosa y las niñas de azul. Ellos, con el color de Marte, pero soft, ellas con el de la Virgen, que era el azul porque era el color más caro de elaborar en el Renacimiento y se reservaba en los cuadros para el velo de María. Una tradición que se mantuvo hasta la llegada de Barbie.
La hipótesis de este diseñador italiano era que Marmie Eisenhower rompió un día todos los moldes llevando un vestido rosa a un cóctel. Ese color se puso de moda entre las mujeres de la elite y acabó en Barbie. A raíz del éxito de esta muñeca, todas las demás la copiaron y el rosa quedó instaurado como el color de las chicas. Al enterarme me quedé alucinado del poder social de algo tan prosaico como la fabricación en masa de muñecas.
El otro detalle interesante de Barbie fue uno de los muchos movimientos que tuvo en contra. En el documental aparecen feministas protestando contra el modelo de mujer que representaba el juguete. Eran las primeras mujeres rebeldes, en una sociedad realmente asfixiante para ellas, la de los 50 -que pese a ser los años de la posguerra tras la victoria frente a los fascismos, también fueron unos años de regreso al conservadurismo-. La propia policía destacaba en sus informes de las movilizaciones que eran feas porque iban sin arreglar. Sin embargo, el movimiento de protesta especialmente original contra el juguete fue la Barbie Liberation Organization.
Este movimiento, que aparece mencionado en el documental en el impagable telediario en el que se dio la noticia de su existencia, se formó en 1992, cuando aparecieron las Barbie Teen Talk. Fue un suceso tristemente célebre porque la muñeca decía que no le gustaban las matemáticas. Un grupo de artistas compró un montón de muñecos GI. Joe que también hablaban, les cambiaron el altavoz y las devolvieron a las tiendas. El resultado fue que las Barbies que compraban las niñas ahora decían "'¡come plomo!" Me parece una genialidad, aunque fuese intrascendente.
Al margen de estos dos sucesos, poco más interés tiene el juguete para un servidor. Si acaso su origen. En el documental dicen que al ser creado por Ruth Handler, una mujer trabajadora, los primeros modelos fueron profesionales, había profesoras, astronautas...; y que la cosa fue degenerando hacia, prácticamente, lo que es una escort. Una narración la de este amable documental que olvida que más originalmente todavía Barbie estaba sacada de una tira cómica alemana en la que su personaje ejercía la prostitución y que la muñeca se sacó para que los camioneros la llevasen en el salpicadero.
Dicho lo cual, resulta tierno ver cómo las actuales representantes de la marca explican en el documental que Barbie ha ido evolucionando con el paso de los años. Lo más relevante es cómo diseñan una muñeca que tenga un volumen en los muslos parecidos a los de la especie humana. Muestran triunfalmente que a partir de ahora, el documental es de 2018, Barbie tendrá los muslos y las caderas de una mujer normal. No obstante, en una pasadita por Amazon resulta que la inmensa mayoría siguen teniendo piernas de mujer de cuarenta años adicta a la heroína desde los 16. Solo hay una que parece que rellena la pernera del pantalón como una persona alimentada según los derechos del niño de Unicef, que es la Barbie ecologista del National Geographic, llamada "quiero ser conservadora de la naturaleza" que no viene acompañada de un Ken, sino de un mono.
El colmo de la sinvergonzonería lo pone la relaciones públicas de Mattel. Aparece en su coche conduciendo, mirando al infinito con sus gafas oscuras, cuando explica cariacontecida y susurrando como en un éxtasis papa Gregorio XVII que ya han cambiado, que Barbie por fin será gorda y trabajadora -no con estas palabras, obviamente- pero que han puesto demasiado peso sobre sus hombros. Una carga muy grande y ella, dice sin sonrojo, es muy pequeña.
Esta depredadora e insaciable multinacional solo habría logrado mis simpatías si hubiese seguido su línea con Barbies aún más putas y menos sanas, pero el capitalismo ahora apunta hacia otro lado y sus siervos corren, atropellándose entre ellos, hacia él, que es donde está el dinero y el reconocimiento. Este documental es tan solo un ejemplo palmario de todo el fenómeno de los nuevos arribismos.