VALÈNCIA. El nuevo milenio no le ha sentado bien a Expediente X. La vuelta de la serie quince años después de su cierre en 2001, aprovechando el actual momento de auge de las ficciones televisivas, ha resultado decepcionante. Naturalmente que ha sido gozoso reencontrarse con Fox Mulder (Davi Duchovny) y Dana Scully (Gillian Anderson), tan queridos y recordados, y tan icónicos, pero también ha sido un poco penoso descubrir que ahora no tenemos sitio para ellos. Que su ciclo se cerró.
Y es que la nostalgia no es suficiente. Y menos en un mundo catódico en el que hay tanto para elegir, tanta libertad creativa y tanta diversidad. Lo paradójico es que Expediente X está en el origen de esta situación, puesto que es una de las series que más influencia ha ejercido en las producciones posteriores. Tiene el estatuto de serie mítica con todo derecho, no solo por haber proporcionado muchísimo placer a los espectadores y convertirse en obra de culto, también por abrir caminos estéticos y narrativos gracias a su mezcla de episodios autoconclusivos con la llamada trama mitológica que recorre la serie de principio a final. También por su sentido del humor, que le lleva a la autoparodia varias veces; o su vistoso y desprejuiciado reciclaje de todo tipo de referencias cinematográficas, televisivas y literarias, que incluyen el cine de terror, las películas de espías o la screwball comedy, pasando por el cómic, Edgar Allan Poe, En los límites de la realidad o Twin Peaks. No es difícil ver su huella en obras como Alias, Perdidos, Supernatural, Black Mirror, por supuesto Fringe y otros títulos de ciencia ficción, además de en un buen número de series policiacas y procedimentales como Bones o CSI, entre muchas otras.
Sin embargo, precisamente este legado es el que actúa en su contra en su vuelta a la televisión. Lo sentimos, Chris Carter, pero muchas de las cosas que iniciaste te han superado. Las hemos disfrutado ya y las hemos visto complicarse y sofisticarse hasta grados insospechados. Hemos visto todo tipo de conspiraciones, monstruos, criaturas y casos extraños. Somos espectadores con mucho bagaje y puede que hasta cínicos en un descreído mundo post 11S. Los muertos han vuelto a la vida (The walking dead, Les revenants); el mundo se ha desdoblado (Fringe, Counterpart), destruido mil veces (Los 100, Battlestar Galactica, Jericho), o diezmado (The leftovers); convivimos con mutantes, inhumanos, metahumanos y superhéroes (el universo cinemático Marvel, el de DC, y las mil y una películas y series de seres con poderes), con seres sobrenaturales (la saga Crepúsculo, Crónicas vampíricas, Sobrenatural, Grimm), con robots (Westworld, Exmachina, Black Mirror) y con extraterrestres, claro (Defiance, Stranger Things, La forma del agua); viajamos en el tiempo, que hasta tiene un ministerio (El ministerio del tiempo, Sleepy Hollow, Outlander, Fringe)… No puedes venir ahora otra vez con la maldita e incomprensible conspiración sobre la dichosa invasión extraterrestre que a nadie interesa y que a estas alturas del partido nos parece hasta pueril. La maldad del Fumador (¿en serio? Estaba muerto, haberlo dejado así) ha sido ampliamente superada por otros. ¡Si hemos visto a serial killers, mafiosos, narcotraficantes y hasta terroristas protagonizar series y nos hemos puesto en su lugar! Pocas cosas nos sorprenden. En fin, que hemos visto muchas cosas que los creadores de la serie parecen no haber tenido en cuenta.
Si algo ha funcionado en estas dos últimas temporadas ha sido, justamente, el conjunto de episodios sin conspiración, los dedicados a los monstruos de la semana, cuando se ha aparcado la mitología de la serie. Ver la química entre Mulder y Scully mientras se enfrentan a algún suceso inexplicable es lo único que nos ha recordado lo grande que fue Expediente X. Esa galería de monstruos de todo tipo, feroces, terroríficos, tiernos, divertidos o conmovedores, que ha llenado muchos de los 218 capítulos de la serie nos ha proporcionado mucho placer y alegría y ha permitido jugar con la forma y el tono constantemente. Episodios de estética clásica, expresionista, pulp o surrealista; homenajes al cine de terror y a la serie B y también a la propia historia de la televisión; parodia de otros relatos, incluida la autoparodia; romanticismo, ironía, formato de reportaje televisivo, falso documental, todo ha tenido cabida en la historia de una serie muy autoconsciente e indudablemente posmoderna.
Lo cierto es que Expediente X siempre fue una serie irregular, capaz de ofrecer capítulos inolvidables junto a otros simplemente eficaces o meramente rutinarios, algo lógico, por otra parte, en una serie básicamente procedimental, hasta sus últimas temporadas antes de su vuelta, que se centraron casi exclusivamente en la trama mitológica. La interacción entre sus protagonistas, la racional Scully y el creyente Mulder, era el sostén de la ficción, lo cual quedó patentemente claro cuando David Duchovny abandonó la serie. Aunque también hay que decir que, antes de eso, resultaba un poco cargante el esquema tantas veces repetido de caso entre raro y rarísimo – explicación completamente descabellada de Mulder – escepticismo de Scully – frases irónicas de Mulder al respecto durante toda la investigación (ya te lo he dicho Scully, son los vampiros, o los zombies, o las abejas, o los árboles vivientes) – levantamiento de ceja de Scully – resolución final en la que se descubre que Mulder tenía razón (siempre tenía razón). Al final, hasta conseguían que Mulder te cayera mal, tan sabelotodo y sobrado siempre.
Menos mal que ahí estaba la tensión sexual no resuelta, ese clásico de la construcción narrativa, que alcanzó cotas insospechadas, hasta el punto de no mostrar la resolución de esa tensión. De pronto, resultaba que Mulder y Scully tenían un hijo. ¡Alehop! Una gran elipsis temporal escamoteó a unos espectadores ansiosos los momentos románticos y pasionales que, sin embargo, si se han visto en estas dos últimas temporadas, como queriendo dar satisfacción a algo que se echaba en falta. Todo un detalle.
Gillian Anderson, la agente Scully, convertida ahora en actriz imprescindible y gran dama de la televisión británica, donde nos ha dejado enormes interpretaciones en series como Bleak House, Great Expectations o The fall, ha dicho que no va a seguir con la serie. Gracias, Gillian. Por favor, dejémoslo aquí. Es suficiente.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado