VALÈNCIA. En estos días de manos secas y temperatura similar a la propia del invierno es recurrente evocar a Ernest Shackleton, el explorador polar anglo-irlandés que también representa la edad heroica de la exploración de la Antártida y que es recurso fácil de los cursillos de liderazgo. “Se necesitan hombres para viaje peligroso. Salarios bajos, frío extremo, meses de completa oscuridad, peligro constante, retorno ileso dudoso. Honores y reconocimiento en caso de éxito”. En 1914 Shackleton anunció en la prensa londinense sus intenciones, que atrajeron a miles de exploradores. “El único fracaso sería no explorar”, dijo también tras reconocer de muy buena gana su fallo, puesto que renunció a la conquista del Polo por, dicho de forma simple, la bondad.
Antes salvar vidas que ganar prestigio. Antes el grupo que el ego. Antes el frío de dormir con mantas que negarle al más humilde de los marineros los únicos sacos de disponibles para pasar la noche. Javier Cacho Gómez, autor de Shackleton, el indomable: El explorador que nunca llegó al Polo Sur, editado por Fórcola, destaca en una conversación con Paula Aller en Sapiens, el imprescindible programa de RNE, que las expediciones dirigidas por Shackleton contaban con un seguro de vida, que era el talante y el altruismo del propio aventurero.
El explorador ha pasado a la historia por ser un líder empático, casi único, que se sobrepuso a lo que Jose Antonio Marina en Biografía de la inhumanidad (Ariel, 2021) tilda de “afán expansivo de del ser humano, su deseo de adquirir poder sobre la naturaleza, sobre los demás, sobre sí mismo”. ¿Pero qué hace que unas personas sean generosas, dóciles y bondadosas y otras perpetren genocidios, roben o persigan y logren el lucro desmedido?
¿Has desayunado pan con tomate y aceite? ¿Galletas y té con leche? ¿O cereales con yogur y fruta? Has desayunado el origen del mal. Yuval Noah Harari en el éxito de ventas Sapiens, de animales a dioses escribe que “La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia. ¿Quién fue el responsable? Ni reyes, ni sacerdotes, ni mercaderes. Los culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se cuentan el trigo, el arroz y las patatas. Fueron ellas las que domesticaron al Homo sapiens, y no al revés”. Para el pensador los sapiens no estaban preparados para el gran salto evolutivo, y además de desarrollar problemas físicos como consecuencia del cambio paradigmático de cazador-recolector a agricultor —doblar el lomo para segar el cereal trajo lumbalgias y luxaciones—, comenzaron unas disputas que podrían enmarcarse en el protocapitalismo neonato.
Marina resume con un simple esquema el cisma que provocó que el Homo sapiens perdiera a ratos su humanidad: “agricultura → excedentes → desigualdad → propiedad → comercio → búsqueda de seguridad → poder → obediencia”. Rutger Bregman, autor de Dignos de ser humanos, esquematiza la evolución de las especies con tres elementos: sufrimiento, lucha y tiempo.
Rutger Bregman en Dignos de ser humano, realiza una exhaustiva investigación para llegar a la conclusión de que es el altruismo y no la competencia salvaje lo que mueve la civilización. Parte del momento histórico en el que el Homo sapiens se impueso y cómo la fisionomía de este desarrolló unos rasgos infantiles, de inocente cachorrito. Sus palabras, que irremediablemente nos recuerdan a Rosseau y “el hombre es bueno por naturaleza”, hablan de los pueblos nómadas donde la tolerancia a la diferencia de poder era una cuestión temporal y siempre estaban basadas en los méritos, concepto que científicamente se denomina “inequidad meritocrática”.
“Según los antropólogos, en la prehistoria tuvieron que producirse de vez en cuando ese tipo de situaciones. Cuando alguien se sentía por encima de los demás, el grupo tomaba cartas en el asunto. Y, de esa forma, el hombre se fue domesticando a sí mismo. Los individuos más agresivos, al verse arrinconados, tenían menos posibilidades de procrear, y los más dóciles traían más hijos al mundo”. Dichos antropólogos también recuerdan que no hay apenas indicios de guerras en aquellos tiempos.
Bregman arranca su ensayo con “Este libro trata sobre una idea radical. Una idea que, a lo largo de la historia, ha inquietado a gobernantes y rechazado ideologías y religiones. una idea que ignoran sistemáticamente los medios de comunicación y se ha borrado de los anales de la historia. Pero es una idea fundamentada empíricamente por casi todos los campos de la ciuencia, corroborada por la evolución y confirmada por los hecho en la vida cotidiana (…) ¿Y cuál es esa idea? Que, en esencia, la gran mayoría de la gente es buena.
Thomas Herny Huxley desarrolló la idea de que nuestra moral, esa abstracción que a base de actos, se vuelve realidad, forma parte de la naturaleza humana, por lo que nuestros antepasados se convirtieron en morales por elección, no por evolución. Esta teoría, llamada moral veneer, también desarrollada por el primatólogo holandés Frans de Waal, explica que el comportamiento social está bañado por una capa de barniz moral, que oculta la madera cruda y no tratada de los instintos primarios.
“El hombre es un lobo para el hombre” es una de las frases que más se asocian al pensamiento de Hobbes. A la frase original (Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit) escrita por Plutarco se le contrapone una de Séneca, “el hombre es algo sagrado para el hombre”, que vendría a ser como si Bregman contestara al autor del Leviatán, publicado en el año 1651, que supone una reflexión sobre el poder del Estado que justifica los gobiernos absolutistas como paliativo contra la naturaleza salvaje del ser humano. Para el pensador la vida en la naturaleza era “solitaria, pobre, sucia, salvaje y breve. Bregman apunta que el pensamiento hobbesiano consideraba que el motor humano es el miedo, que queremos más y más poder, desatándose una guerra de todos contra todos que solo acaba con el “leviatán”, un único soberano al cuál si se le otorga nuestra libertad, nos regula para evitar que acabemos como el rosario de la aurora.
En La genealogía de la moral Nietzsche trata de responder a las preguntas que plantea en el comienzo del tratado: ¿En qué condiciones se inventó el hombre esos juicios de valor? ¿Qué son las palabras bueno y malvado? ¿Y qué valor tienen ellos mismos? ¿Han frenado o han estimulado hasta ahora el desarrollo?. El filósofo alemán se lanza a reflexionar sobre el concepto que se esconde tras estos términos y cómo se aplica al comportamiento humano. En esencia, lo que promulga es que nos cuestionemos todo.
Entonces, ¿el sapiens es bueno o malo? De las distintas reflexiones se extrae que nuestra empatía y misericordia tiene lugar cuando nos relacionamos con grupos cercanos y reducidos (según el antropólogo Robin Dunbar, solo podemos relacionarnos aproximadamente con 150 personas de forma plena en un sistema determinado). Contraponemos a los nuestros versus los otros, siendo los nuestros el bien y los otros el mal. De ahí que para que las guerras sean más efectivas, se recurre a elementos como los drones que incrementan la distancia y la frialdad respecto al enemigo. Lo cercano nos conmueve. Nos resulta más fácil practicar la caridad con el indigente que vemos todos los días a la salida del supermercado que realizar un donativo a la población desfavorecida de un país que no sabemos situar en el mapa. Es más fácil conectar con la historia individual y emotiva que leer números. De ahí la inhumana frase de Stalin: “Una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística”.
Para escapar de tanta teoría, preguntamos a un par de tratantes culturales de esta ciudad por sus productos para reencontrarse con el ser humano u odiarlo más.
Fiona Songel es una de las integrantes del team bondad. “Voy a recomendar dos de los ejemplos más recientes del feel-good televisivo que tan bien se les da a los británicos. Los Durrell, en primer lugar, adaptación de la Trilogía de Corfú de Gerald Durrell, en la que asistimos a la mudanza de una entrañable familia de Bournemouth a la isla de Corfú. Su creador, Simon Nye, nos ha ofrecido este año The Larkins, que nos muestra la vida cotidiana de una familia de un pueblecito de Kent en los años cincuenta. Esta última, remake de la serie de los noventa Darling Buds of May, y adaptación de la novela homónima de H. E. Bates, ofrece unos personajes tiernos y comprometidos con su comunidad que no pueden hacer más que reconfortar. Dos series que lejos de cambiarte la vida, sí pueden distraerte del mundo que hay más allá de la manta y hacerte sonreír, aunque sólo sea una horita”.
María Bastarós se suma al equipo de la bondad con una de las novelas más aplaudidas de Delphine de Vigan. “En Las lealtades el abuso queda en el pasado de la protagonista no sólo como un trauma sino como un aumento de su capacidad para percibir situaciones abusivas en otros. Ella identifica el dolor ajeno y pone todos los medios a su alcance para intervenir, para mitigar, hasta para evitar. Es la resiliencia puesta al servicio de los demás, una cosa muy bella. Por no hablar de que la prosa de Delphine de Vigan enamoraría hasta en las instrucciones de un champú”.
En el mismo equipo está Luci Romero de la librería ruzafera Bartleby: “La montaña viva, la bellísima declaración de amor a la naturaleza de la escocesa Nan Shepherd. Ella fue escritora de éxito en Reino Unido, donde obtuvo gran fama con sus tres primeras novelas. Pero en 1933 se borró de la escena mediática, decidió desaparecer y se dedicó a recorrer durante diez años las montañas Cairngorms, en realidad una meseta elevada salpicada de lagos y cumbres glaciares de cima redondeada, actualmente es un parque nacional”.
“Nos regala su experiencia en un espacio limpio, helado, muy duro, y relativamente cercano a la ciudad donde siempre vivió y ejerció como profesora de Literatura Inglesa durante cuarenta años: Aberdeen.
Ella fue feliz observando, disfrutando y afrontando esos grandes parajes y también los detalles de una naturaleza generosa y sorprendente, a la que siempre se acercó con sumo respeto”.
“Un cambio de verdad, de Gabi Martínez. Se trata de un libro en el que el autor transforma en fascinante relato su experiencia como pastor de ovejas desde el difícil invierno hasta el sofocante y complicado verano de La Siberia extremeña, paraje en el que nació su madre y al que Gabi vuelve tras su periplo por el mundo. Bella y conmovedora crónica de un aprendizaje, de un regreso al origen, un ejercicio de dejar atrás todo lo aprendido para volver a formarnos”.
“Se fue hasta allí para hablar de pastores, de apicultores, de queseros, de gente que ayuda a los buitres, de gente que está haciendo una apuesta que no es popular pero sí que es muy decisiva, y que consigue que se mantenga todo lo demás. Estando allí aparece el rebaño de ovejas negras que para él fue como un regalo a su trayectoria vital”.
“El libro es el resultado de dos intereses que están unidos en los seres humanos: lo medioambiental y lo moral. El autor observa que la degradación moral de la sociedad es muy asfixiante. Por eso, en su libro hay dos lecturas: una propuesta para cambiar las dinámicas cotidianas, en sus propias palabras, para sustituir verbos como ‘atacar’ por ‘cuidar’ o como ‘correr’ por ‘ralentizar’; en segundo lugar, el cambio que él vive al entrar en contacto con una nueva realidad, con la naturaleza”.
Estela Sanchis, de la librería Bangarang, se posiciona en el equipo del mal: “Sugiero en general a Emma Cline (o al menos las dos obras traducidas suyas que han llegado a España). Con Las chicas (Anagrama, 2016) y Harvey (Anagrama, 2021) plantea dos ejercicios similares: narra dos eventos de sobra conocidos para todos como son la matanza perpetrada por Charles Manson (Las chicas) y el caso Weinstein (Harvey) dando voz a los verdugos. En Las chicas la protagonista es una de las jóvenes captada por Manson para formar parte de "la familia" que acabó cometiendo los crímenes. La autora maneja muy bien la tensión y, con cierto grado de crueldad, lleva al espectador a casi esperar el evento final, jugando con su interés morboso. En el caso de Harvey nos mete en la cabeza de Weinstein horas antes de la sentencia de su juicio presentando a un personaje patético, totalmente ajeno a la magnitud de sus actos, del que casi te compadeces, y consigue convertirlo en algo hilarante”.
“Una de mis novelas fetiche por su representación de lo más bajo de la condición humana es Pánico al amanecer de Keneth Cook (Sajalín, 2011). Su protagonista, un maestro de un pueblo remoto de Australia, trata de llegar a Sydney para pasar unas agradables vacaciones. Pero se ve obligado a hacer noche en Bundanyabba, una localidad minera donde lo único que puedes hacer es beber y apostar. Esa fatídica noche le adentra en una espiral de alcohol, violencia y la decadencia más salvaje y nauseabunda, de la que le resulta casi imposible escapar. El autor no tiene reparos en llevar al límite los estómagos de sus lectores. Pero merece la pena el mal viaje”, cuenta Estela.