VALÈNCIA. Hace años que el casco histórico de València está protegido por una curiosa vigilante, una estampa que tiene algo de religioso –no en vano se sitúa a pocos metros de la Catedral de València- y que desde 2014 contempla todo aquello que pasa en un extremo de la calle Corretgeria. Se ha convertido desde entonces en la testigo silenciosa de una ciudad que ha cambiado mucho en la última década, un icono del pasado que ha sabido reformularse a través de una sola imagen. Hablamos, claro, de Rosita Amores. La imagen de la vedette sobre una paella gigante, una rotonda ubicada originalmente en Benicàssim, ha sido uno de los símbolos de València, una obra del artista Luis Montolio que, sin embargo, vivió un final inesperado.

En marzo de 2020, poco antes de que se decretara la pandemia, hubo un alto en el camino. El viento se llevó por delante la obra y el artista acabó llevando la obra a su hogar, en Moraira, donde descansa desde entonces. Y hasta ahora. De la mano del festival de arte Intramurs la imagen ha vuelto a su lugar de origen y desde ya mismo se puede ver de nuevo en su ubicación original. Su regreso forma parte de las acciones que está impulsando Intramurs, que si bien no ha celebrado su edición al uso, mantendrá la marca viva en este 2021 con proyectos como este o la creación de un mural de Margarida Borràs, diseñado por Marcos Chelo.

Pero, ¿por qué la imagen de Rosita, incluso superando su propia trayectoria, se ha convertido en un icono de la ciudad? El artista lo tiene claro. “Es una imagen alegre y que unifica a todo el pueblo valenciano porque Rosita Amores es esa mamma que todo el mundo quiere […] En una sociedad tan polarizada, una foto con esa alegría, esa picardía y hasta con algo de ese humor sarcástico es acertada para la zona y para mí es un orgullo", declaró a Culturplaza.