VALÈNCIA. Suele hablarse de un mercado como de un pastel repartido entre varias empresas competidoras. El pastel es el dinero del bolsillo de los clientes, que intercambiarán voluntariamente por un producto o servicio cuando les compense hacerlo. Cuanto más libre es una sociedad, menos trabas hay para la entrada de empresas que se lo disputen, y mejor para el consumidor. El resultado parece inevitable: lo que los académicos llaman 'competencia perfecta', en la que el número de competidores sigue bajando el precio hasta que ninguno consigue ya un beneficio extraordinario (salvo mejorando el producto una y otra vez en una carrera sin fin).
En el otro extremo tendríamos el monopolio: Todo el pastel está en manos de una sola empresa. Las razones pueden ser diversas, aunque normalmente tienen que ver con limitaciones intrínsecas a una competencia masiva (explotación de recursos públicos, por ejemplo). Cuando no es así, suelen ser herencias de una sociedad menos libre en las que el Estado (y no el mercado) determina quién se lleva el pastel.
La competencia perfecta casi nunca es perfecta, pero sí que suele caracterizarse por una lucha perpetua. Por su lado, los monopolios están altamente regulados. Y aunque ambos tienen sus pros y contras, nos parece que hay una situación de competencia mucho más interesante: el oligopolio.
Un oligopolio se da cuando un mercado lo controlan mayoritariamente pocas manos, pero normalmente la regulación no es tan limitante como en los monopolios. Como consecuencia, los beneficios son muy sustanciosos y es una situación en la que conviene participar.
Estos son algunos de los muchos ejemplos que podríamos citar:
Como vemos, es una situación relativamente corriente que un mercado se lo repartan entre pocos competidores. Una situación de ventaja legal (privatizaciones, licencias, fondos públicos), competitiva, de fuerza bruta o una combinación de todas ellas se defiende con uñas y dientes por un puñado de compañías, que acaban ocupando el mercado (a veces mundial) y dificultando la entrada de nuevos competidores.
Llegadas a este punto, cada movimiento de una de estas empresas afecta a las demás, por lo que para no entrar en guerras de precios y al mismo tiempo crecer se ven obligadas a colaborar (abierta u ocultamente). El regulador suele estar muy atento a las distorsiones de precio que vienen de esta situación, pero no siempre es posible actuar.
El resultado para estas compañías es un margen sano, un mercado cautivo y unas barreras de entrada cada vez más altas para los competidores. Una situación de la que nos podemos aprovechar como inversores, y participar de ese mundo ideal. ¿Cuál es el mejor ejemplo?
Sinceramente, mi primera idea fue hablar de la insulina: La diabetes es una enfermedad crónica que afecta a más de 420 millones de personas, y creciendo. Se la considera la epidemia del siglo XXI, y tres empresas se reparten el mercado mundial fijando precios sin transparencia alguna, con Novo Nordisk a distancia de Eli Lilly y Sanofi:
Este proceso me genera muchas inquietudes éticas, por eso he preferido aparcar el tema y hablar de los medios de comunicación, muy similares en concepto e igualmente aprovechables.
En España (aunque es aplicable al mundo), las televisiones operan en un espacio radioeléctrico limitado. El Estado determina a quién se adjudican las licencias para explotarlo, la infraestructura es pública y las inversiones en capital fijo son muy considerables. En resumen: las barreras de entrada al negocio garantizan un oligopolio (aunque nada es para siempre, como veremos más adelante).
Tras las fusiones de los últimos años, este oligopolio se ha concentrado aún más, hasta que ya sólo dos grupos dominan el mercado en España: Atresmedia y Mediaset. Si analizamos las compañías como lo que son (negocios), la rentabilidad lleva la marca de un oligopolio:
¿Qué significan estos números? Que existe una ventaja competitiva. En este caso es una ventaja claramente regulatoria, las licencias que restringen la competencia. El resultado es que ambas compañías se reparten el 83% de la inversión publicitaria en televisión.
Pero ahora analicemos a la otra cara de la moneda: cuando un oligopolio se ve amenazado. Un oligopolio es tan interesante como el mercado que se reparte. En el caso de los medios, y de la televisión en particular, el monopolio de las pantallas se ha roto para siempre en favor de ordenadores y móviles:
Es importante recordar que apenas baja el uso de la televisión: simplemente aumenta el uso de otros medios. Estamos cada vez más horas enfrente de una pantalla, unas 5 horas de televisión y 3 horas de internet. Las implicaciones de esto son un tema distinto.
Como consecuencia, el oligopolio de las televisiones privadas como oferentes de soporte publicitario televisivo va perdiendo atractivo en favor de los soportes digitales, a los que están migrando a toda máquina. De hecho, según GroupM este año internet desbancará a la televisión como primer soporte publicitario, probablemente para no mirar atrás.
El caso de las televisiones privadas en España es un caso de estudio de cómo un oligopolio local está a merced de competidores globales, en este caso por Internet. Aun así, los números son excelentes porque los márgenes están protegidos, y aunque el crecimiento de ventas se haya estancado tienen espacio para gestionar una transición a un modelo de negocio distinto en el que (por fin) tengan que competir.
Quedaría para la discusión comentar qué ocurre cuando el oligopolio es global, y podríamos hablar de antiguos oligopolios globales que también han de mutar (petroleras y gasísticas) y de otros más nuevos que tienen el camino despejado (publicidad online). Incluso de cuasimonopolios (Luxottica). En cualquier caso, la balanza siempre queda a nuestro favor: a igualdad de condiciones, a la hora de invertir apuesten por un oligopolio.
Alejandro Martínez es socio director de inversiones y cofundador de EFE & ENE Multifamily Office
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