VALÈNCIA. Si a usted se le da muy mal dibujar, pero además perdió ambas manos... qué sé yo, desactivando explosivos; si solo podría garabatear cogiendo el lápiz con los dientes, no se preocupe. Si le da por hacer un cómic y tiene talento, va a molar igual. El arte de la viñeta es popular, no exclusivo de los Miguel Ángel y Caravaggio de la vida. Ahora, si el que se pone a los lápices es un maestro, se tiene que reconocer. Y ese es el caso de Tradd Moore, coloreado por Heather Moore, que está dibujando para Ales Kot una de sus muchas distopías, The New World en Image Comics.
Esta serie de Kot aparece prácticamente a la vez que su Days of hate, una distopía en la que el gobierno estadounidense, en connivencia con la ultraderecha terrorista, iniciaba una guerra contra las minorías sexuales, nacionales y étnicas de su país. Una historia que daba mal rollo y que también tenía un dibujo magistral, en este caso de Danijel Zezelj. Fue escrita un año antes que Days of hate, aunque esta serie viera la luz primero. Además, de milagro. Porque en el proceso a Kot se le murió el portátil y tuvo que reescribir los últimos capítulos desde cero.
En The New World, Kot ha intentado ser más lúdico. El futuro lo lleva más lejos, al año 2037, y por eso resulta menos terrorífico, por la distancia. Ese año, cinco bombas nucleares estallaron en las cinco principales ciudades de Estados Unidos. Nadie reivindicó el atentado, ningún país ni ningún grupo terrorista. Pero con un pretexto democrático, una coalición de países invadió Norteamérica. El mismo truco de la típica intervención humanitaria yanqui, pero al revés. Contra Washington.
Lo que era Estados Unidos queda dividido en tres. Los Estados Unidos del Este, la Unión de Federaciones y Nueva California. Este último territorio es el que ofrece más resistencia al invasor. Al mismo tiempo, la narración anuncia que California es el único lugar donde se conserva intacto el sueño americano y su espíritu, por eso ahí sigue habiendo prosperidad. Pero claro, hay un detalle. Es el Muro del Sur, que les separa de México, en un momento dado se desliza en una conversación que era un Muro para evitar que llegase gente y ahora su función es impedir que se vayan.
Otomo y Moebius
Antes de seguir con el argumento, hay que detenerse en el dibujo. Una delicatessen. Por su aire de road-movie, con una mujer como protagonista, en un mundo futuro, casi onírico, el recuerdo inevitable son las viñetas espectaculares del belga Guy Peellaert con sus heroínas hippies Jodelle y Pravda en los años sesenta. Por otro lado, en el primer número, las primeras siete páginas son un homenaje a Akira de Otomo y a Moebius, lo que ahora se traduce en retrofuturismo. Pero también son una forma de captar la atención del lector desde el principio con referencias tan reconocibles por las que ya sabes más o menos lo que te van a contar.
En este caso, la protagonista no es una motera, pero casi. Stella protagoniza un reality en el que va deteniendo a delincuentes. Luego el público vota, como en Gran Hermano, y decide si le vuela la cabeza in situ o no. Lo que pasa es que a Stella no le gusta matarlos y se enfrenta a la dirección del programa. Ahí, su abuelo, que es un mandamás del lugar, muy enfadado por su actitud, le da una reprimenda de genuina belleza estalinista: "el verdadero amor no es salvar una vida, es imponer los deseos del estado para el bien de la mayoría". Eso le dice.
La historia sigue con dibujos maravillosos, los del muro, enorme, protegido por drones, los de las discotecas donde Stella se va a bailar y a olvidarse de su curro. La paradoja, lo que dará pie al nudo de la historia en las próximas entregas, es que en una fiesta se acuesta con un chaval, un disidente contestatario, straight edge, vegano, anarquista, hacker y todos los complementos, y resulta que al día siguiente, cuando vuelve a trabajar, es el tipo que le marcan como objetivo. Es un romance al estilo de Romeo y Julieta, pero en el futuro y con códigos actuales.
Se niega a cargárselo, el otro se queda con un drama terrible en su conciencia porque se ha acostado con una poli, pero se escapan junto con el padre alcohólico del chaval, y emprenden una larga huida. En la televisión se inventan que han secuestrado a Stella y los demás guardianes asesinos del programa saldrán tras ellos. Es un argumento muy peliculero y muy divertido, pero fundamentalmente uno lo sigue con la boca abierta por, repito, el dibujo.
Una sociedad vigilada donde los guardianes son estrellas
Kot se mantiene en una línea muy crítica con la degradación de la democracia y los derechos fundamentales. En este caso, opta también por plantear la historia en términos como los de 1984 o Fahrenheit 451, con un vigilante que todo lo ve, que en este caso es un reality. Perdemos la intimidad, y sin intimidad la libertad es muy relativa. Los abusos policiales se suceden, con pérdida de vidas humanas por tonterías y se van normalizando. Eso es lo que preocupa al autor y lo que muestra en estos cómics son sus temores. El pasado de su país, Checoslovaquia, con familiares víctimas de todos los totalitarismos, nazi y soviético, es lo que marca su línea como escritor.
En una entrevista a Nerdist, Kot habla de contraponer las dos grandes facetas de este siglo. Por un lado, la tendencia al totalitarismo; por otro, la frescura y profusión de nuevas ideas, y cómo ambos conceptos están enfrentados y tratan de destruirse el uno al otro por su propia naturaleza. Tradd le daba razón de forma escueta: "Estamos rodeados de horror y estamos rodeados de esperanza".