VALENCIA. Es la gran olvidada del periodismo humorístico español, la desterrada. Así lo cree la periodista valenciana María Iranzo Cabrera (Valencia, 1982), autora de la primera tesis sobre El Papus. Con el largo pero clarificador título La revista satírica El Papus (1973-1987). Contrapoder comunicativo en la Transición Política Española. El tratamiento informativo crítico y popular de la Transición Española, Iranzo ha querido con su trabajo poner el foco de atención sobre esta revista al descubrir el sorprendente vacío bibliográfico que existía sobre ella, santo y seña del humor más sarcástico del tránsito de la dictadura a la democracia. “Puedes encontrar decenas de libros sobre La codorniz pero ninguno sobre El Papus. Ha estado muy maltratada e injustamente olvidada”, comenta.
Cubrir ese vacío es lo que ha hecho que se la reconozca con un galardón internacional, el que otorga la Asociación de Historiadores de la Comunicación. No sólo por rellenar los huecos de la historia, sino también por aportar claridad a la trayectoria de una revista que fue la primera en sufrir un atentado por parte de la ultraderecha, el 20 de septiembre de 1977, a manos del grupo armado de ideología fascista Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista). Un crimen que se saldó con la muerte del conserjer, Joan Peñalver, y diecisiete heridos. “Aún hoy hay documentos de la Audiencia Nacional a los que no se puede tener acceso”, relata. Ese dato y otra serie de indicios son los que le hacen pensar que “no sería extraño” que en el mismo hubieran participado elementos de las fuerzas del orden. Una tesis que han mantenido muchos de los colaboradores de la publicación.
¿Y qué es lo que ha descubierto en su investigación? Sobre todo, que El Papus era mucho más que una revista de humor al uso, que en sus portadas directas y en sus textos subyacía una sutilidad y una sensibilidad en apariencia inesperadas. “Tenían un gran bagaje cultural e intelectual”, dice Iranzo. No en vano uno de sus referentes, Ivá (Ramón Tosas Fuentes, 1941-1993, autor de cómics míticos como Makinavaja o Historias de la puta mili), era un amante de la literatura y gustaba de hacer referencias a poetas como Miguel Hernández, Federico García Lorca o Rudyard Kipling. Y eso era la norma.
La culpa la tuvo Nixon
Así, por ejemplo, en el diseño de la maqueta participaron los redactores Antonio Franco, Maruja Torres y Manuel Vázquez Montalbán, aunque este último jamás pudo formar parte de la mancheta de El Papus. Redactó un artículo crítico con el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, que no gustó al conde de Godó, impresor y dueño de la publicación. El conde vetó al periodista y así se lo hizo saber al director Xavier de Echarri. Una decisión que según le explicó a Iranzo Carlos Navarro, gerente de El Papus, “disgustó muchísimo a Echarri”. “Después de llamar a Vázquez Montalbán para participar, tuvo que comunicarle la decisión de la empresa. Le pagamos su colaboración y no volvimos a contar con él”, le relató.
El mismo nombre de la revista dejaba claras las intenciones iconoclastas de la publicación. El icono de la revista era un papu, un monstruo que según la leyenda catalana atemoriza a los niños. Un nombre que, paradojas de la vida, se lo sugirió un policía de Valladolid que vivía en la pensión de Ivà, quienles propuso referirse al “coco” o al “hombre del saco”.
Hasta su erotismo estaba justificado en aras de provocar a la pacata censura del momento. Una de las estrategias que emplearon durante los primeros años, según le relató Navarro a Iranzo, era editar un número de los denominados fuertes a final de año, el día de San Esteban, el 26 de diciembre, que es fiesta en Cataluña. ¿Qué es lo que hacían? Enviaban el número a Madrid, al órgano censor, y aunque desde allí llamasen a la delegación de Barcelona para secuestrarla, como en Barcelona estaban de vacaciones, nadie les cogía el teléfono, no había ningún funcionario disponible, y con ello no podían dar la orden de secuestrar el número.
Su afán sarcástico también les llevó a situaciones incómodas. Así les sucedió con el número 133, publicado en diciembre de 1976. En él mostraban a dos fascistas que a duras penas podían hacer el saludo falangista durante el 20-N a causa de la “reuma deformante”. “Tuvimos que estar dos o tres meses presentándonos cada jueves ante un juez que era tuerto, manco y cojo”, le explicó el dibujante Adolfo Usero a Iranzo. En otras ocasiones, los jueces, después de imponerles una multa, les pedían a los dibujantes una viñeta dedicada. "Y la que hacíamos era todavía más fuerte que la juzgada", le relató a Iranzo Òscar Nebreda.
Reconocible también por sus portadas con mujeres despampanantes, algunas de las modelos que empleaban eran prostitutas que encontraban por la calle y a las que contrataban para el número en cuestión, con lo que hacían de la vida canalla una expresión de su radical enfrentamiento al régimen y al status quo.
Asimismo, incluían un lenguaje secreto en sus páginas, para regocijo de los redactores de la revista y que sólo unos pocos iniciados conocían. Dicho idioma fue creado por Jordi Amorós, Ja, y consistía en sustituir la numeración de las viñetas por sílabas. En este recurso, propio de la tira, los humoristas gráficos escondían un mensaje personal en los espacios dedicados en principio a la numeración cronológica de las viñetas. A través de la unión sucesiva de las sílabas distribuidas por las viñetas, el lector podía recomponer la información oculta. En una de las tiras cómicas de Encuesta Papu puede leerse: Il papa e morto. Aleluya, aleluya.
Otra de las cosas que le sorprendió durante el proceso de investigación es la contemporaneidad de la publicación y de sus críticas al poder establecido. Muchas de las viñetas dibujadas entonces, tras la crisis del petróleo, podrían haber sido dibujadas hace unos meses, tras la crisis de los recortes. Con lo que se evidencia que en muchos aspectos la sociedad no ha avanzado y todo sigue igual. Que quizás ahora es necesario un El Papus. ¿Alguien cubre hoy ese espacio? “Quizás el programa de TV3 Polònia, que es sutil en su crítica del día a día político. Pero es el único que hay en su especie”, recuerda.
En su estudio, Iranzo establece cinco etapas en la historia de la revista. La primera, que va de 1973 a 1975, es radical en lo social si bien buena parte de la crítica estaba tamizada por razones obvias y se hacía de manera sutil. La segunda, que abarca los años 76 y 77, hasta el atentado, la denomina como “destape frenético, en lo sexual y lo político”. Es El Papus de los desnudos, de las portadas con féminas despampanantes y con parodias sangrantes. Es nuestro Charlie Hebdo.
La etapa que va de 1978 a 1980 es la del resurgimiento, en la que El Papus alcanzó su mayor popularidad. Convertida en referente por su mordacidad, la revista se consolidó si bien dentro de los precarios límites del periodismo humorístico español. La cuarta etapa, la de la crisis, concluyó con la suspensión de pagos de la editorial y abarca entre los años 1981 y 1984. Es también la etapa del desencanto, especialmente con Felipe González, “que les decepcionó”, dice Iranzo. Finalmente, El Papus languideció entre 1985 y 1987. Fue un intento fallido de resurrección en el que realmente la revista duró tres meses ya que los dos últimos años fueron años de publicar monográficos y tirar de fondo de catálogo.
Convertida en una rara avis, minusvalorada e incluso incomprendida, El Papus se extinguió en medio de la España de los ochenta, una sociedad que miraba hacia la modernidad europea y que no supo valorar su intento de observar la vida cotidiana con un prisma lleno de humor negro, connotaciones sexuales irreverentes y algo de provocación, y fue apartada a un rincón de la historia del periodismo español, hasta que Iranzo descubrió tras esos chistes groseros, ese tamiz machista y vulgar, todo el sustrato de contracultura que alimentaba a una publicación que quiso cambiar España y al final fue engullida por las inexorables rutinas del sistema. Exposiciones temporales, breves recordatorios, su desaparición habría sido casi total de no mediar su curiosidad. Ahora El Papus es materia de estudio. Y queda demostrado una vez más que el humor es algo muy serio.