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El presidente del gobierno debe abandonar la casa de Gran Hermano

19/09/2019 - 

Recuerdo que en el primer Gran Hermano, allá por el lejano año 2000, quedó finalista una chica llamada Ania Iglesias. Si en algo había destacado durante el programa había sido en una cosa: en no destacar en nada. Muchos fuimos los sorprendidos de que una concursante que había pasado prácticamente desapercibida por el reality show, sin apenas pena ni gloria, llegase a la final. Intuitivamente, parecía chocar contra la dinámica habitual de las elecciones… y así era. La explicación es sencilla: el sistema de voto de Gran Hermano consistía en elegir a quién querías expulsar de la casa. No votabas a tu favorito, al que deseabas que se quedase, sino a aquella persona que menos te gustaba. De esa forma una concursante anodina que había pasado de puntillas por el programa se convertía en la segunda más querida por el público. Perdón, según este sistema de elección se convertía en la segunda menos odiada. Porque no es lo mismo. Los resultados, de haberse votado a favor y no en contra, habrían sido bien distintos. Ania no despertaba pasiones, ni para bien ni para mal. Si se hubiese elegido a los favoritos, Ania habría sido una de las primeras expulsadas…

Esto me lleva a pensar en nuestro sistema electoral. ¿Qué ocurriría si en lugar de votar a un partido pudiésemos votar en contra de un partido? En realidad es lo que hacemos, ¿no creen? En España, donde los partidos han demostrado ser unos ineptos incapaces de contentar ni siquiera a sus electores, solemos votar para evitar que alguien gane. Somos viscerales, vehementes, y tenemos más claro a quién detestamos que a quién (pero es que nos lo ponen difícil) amamos. ¿Verdad que conocemos el caso de muchas personas que votan a un partido con el único propósito de que no gane otro? Sobre todo si se trata de los viejos partidos, PP y PSOE. Sin embargo, la ley electoral en lugar de basar su recuento en el voto-en-contra, lo hace en el voto-a-favor aunque para muchos este sea solo un medio para echar a los que no les gustan. 

Tal vez es el momento de probar nuevos sistemas. De que las fobias cuenten tanto como las filias. En Francia han hecho experimentos de votos alternativos en este sentido y se ha descubierto que en 2002, aunque Marine LePen llegó a la segunda vuelta, era la candidata con menos aprobación entre la mayoría de los franceses. En 2017, el socialista Benoit Hamon cosechó unos resultados terribles, pero el voto-en-contra demostró que no era nada mal valorado. Quizá podía haber sido un candidato de consenso, alguien como Ania Iglesias, a quien nadie ama con locura pero que nadie odia. 

Me pregunto qué pasaría si en las próximas elecciones pudiésemos votar en contra. Si en lugar de preparar una campaña basada en la demagogia, las polarizaciones, las fake news y las acusaciones para avivar las bajas pasiones de sus votantes, los partidos tuviesen que preparar una estrategia que lograse no molestar a la mayoría. Vox, por ejemplo, tendría que pensar en la gran cantidad de feministas que escuchan sus propuestas; ERC tendría que pensar en cómo contentar un poco, o al menos no molestar demasiado, a los nacionalistas españoles; el PP tendría que pensar más en que la corrupción tal vez no desactive a los suyos, pero causará rechazo en los votantes menos afines. Y así todas las fuerzas políticas de uno y otro lado, matizando para no causar rechazo. Basando sus campañas tanto en los suyos como en no enfurecer a los otros.

En fin, no sé qué saldría de esto, pero no creo que fuese peor que lo que tenemos. Tal vez Ania Iglesias no sea la candidata más querida para ocupar la presidencia del Estado, pero si es la que suscita menos odios, menos crispación y menos enfrentamientos entre las diferentes sensibilidades, pues algo habremos ganado, ¿no creen?

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