VALÈNCIA. Hay ideas que fracasan pero regresan, que buscan su momento inasequibles al desaliento. Dan vueltas sobre sí mismas, se reconstruyen, se modifican y reaparecen. Así pasa con las supermanzanas, el concepto que está en boga en el urbanismo. El director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona desde su fundación en el año 2000, Salvador Rueda, es el impulsor y el teórico de un programa piloto sobre ellas que se está implantando ahora en Barcelona y que pretende reducir el impacto del vehículo privado en las ciudades. La principal premisa es limitar la presencia del vehículo de paso a unas vías básicas, que hacen de recorridos perimetrales de varias manzanas, reservando el interior para residentes y usuarios, con sus áreas carga y descarga y espacio para vehículos de emergencia.
Sin embargo, como diría Eugenio d’Ors, lo que no es tradición es plagio. Las supermanzanas no son una novedad en España. Como otros muchos conceptos internacionales, se planteó hace tiempo, más de medio siglo, si bien con magros resultados.
En València mismo lo usaron entre otros Javier Goerlich y Camilo Grau. Así quedó consignado en La introducción de la edificación abierta en València, la obra del doctor arquitecto Javier Pérez Igualada que repasa la evolución urbanística de la ciudad del plan general de 1946 al plan Sur de 1958. En dicho texto se mencionaba el polígono residencial de la avenida de Castilla. Redactado en 1955 por Goerlich y Grau Soler, era “un área de forma trapezoidal situada en el cuadrante suroeste de Valencia”, cuyos límites eran al norte la avenida de Castilla, avenida del Cid desde 1946; el Camino de Tres Cruces al oeste; la calle Tres Forques al Sur; y las de Enguera y Archiduque Carlos al este. Músico Ayllon dividía en dos el polígono, cuya mitad sur era la que realmente sufría la nueva ordenación, ya que la mayor parte del norte estaba ocupado por el grupo Virgen de los Desamparados y los cuarteles de Aviación. Así, se daba la paradoja de que se llamaba polígono de la avenida de Castilla a algo que no la afectaba directamente.
El proyecto de Goerlich y Grau humanizaba la ordenación anterior, donde no se tenían en cuenta ni zonas verdes ni equipamientos, excepto una pequeña parcela escolar. En su propuesta sustituían las manzanas cerradas por edificaciones abiertas agrupadas en forma de supermanzanas (sí, supermanzanas, ése es el nombre con el que se las designa en los planos que se conservan en el archivo del Ayuntamiento de València). Además se destinaba “una apreciable cantidad de suelo a zonas verdes y equipamientos diversos”, y se habilitaba una zona verde y deportiva al oeste y una iglesia al este, cerrando la perspectiva.
Ese mismo año, 1955, el propio Camilo Grau Soler y el arquitecto José Pedrós Ortiz redactaron un primer plan para el polígono de Campanar, que fue sustituido luego por otro surgido por concurso. Los dos polígonos, el de la avenida de Castilla y el de Campanar, formaban parte de los programas de preparación de suelo ideados por el gobierno franquista para la construcción de viviendas de renta limitada. En total en toda España se diseñaron 30 polígonos residenciales. En València fueron cinco. Además del de la avenida de Castilla y el de Campanar, se diseñaron otros dos polígonos residenciales (Accesos Ademuz y Monteolivete) y uno industrial (Vara de Quart). A ellos habría que unir el Paseo Valencia al Mar, redactado en 1956 por Vicente Valls y Julio Bellot.
El concepto resulta más fácil de describir si se acude a una metáfora: lo que se pretendía entonces era crear miniciudades dentro de la propia ciudad, miniciudades compuesta por unas pocas supermanzanas, eminentemente peatonales, que harían las funciones de células básicas. Como una matrioska, València tendría unas pequeñas Valèncias dentro de ella. Una de esas miniciudades, de las más ambiciosas, fue la de Campanar. En junio de 1960 se presentó al Ayuntamiento la Memoria descriptiva del boceto surgido tras concurso público, una vez orillado el proyecto de 1955. Eran 22 folios mecanografiados a un espacio, con pequeñas correcciones, firmados por cuatro arquitectos. Los nombres según firmaron de izquierda a derecha, de arriba abajo, eran los de Joaquín García Sanz, Vicente Valls, Camilo Grau García y Manuel Blanc Díaz.
En los ‘antecedentes’ de la Memoria… se explicaba que estos arquitectos, “encargados por el Excmo. Ayuntamiento de Valencia, para el estudio del planeamiento general del Polígono de Campanar, como resultado del concurso convocado al efecto por la Corporación Municipal”, habían presentado en marzo de ese año, “toda la documentación relativa a la fase de información del citado polígono, acompañando al propio tiempo un avance de planeamiento (…)”.
En la página tres, en la conclusión de los antecedentes, se avanzaba que tras examinar el proyecto se desprendía que “el enfoque técnico de los problemas urbanísticos” estaba “bien planteado” y suponía “una base suficiente”, para desarrollarlo. Pero también se advertía: “Es preciso pensar que este Camino (sic) es revolucionario en Valencia y provoca un excesivo contraste con las costumbres locales, derivadas en parte de la gran carestía del suelo”. Lo que tradicionalmente se define como ponerse la venda antes de la herida.
Tal y como explicaba la descripción general de la Memoria…, el plan general anterior al polígono preveía como “situación forzada” la creación de un gran centro comercial, denominado Valencia-Norte, frente al río y al oeste del acceso Valencia-Ademuz. Dicho centro comercial, lo que hoy vendría a ser Nuevo Centro, se consideraba como un “elemento necesario” para “la descongestión de la zona comercial del centro de Valencia”. Pensado para dar servicio “al gran contingente de habitantes de los pueblos del cinturón Norte-Oeste de Valencia”, su función final era ser un elemento disuasorio para que las gentes del extrarradio no necesitaran acceder a la zona noble de la ciudad. Suena clasista. Lo es.
En el proyecto de este nuevo Campanar se iba en otra dirección radicalmente diferente. La gran zona que se creaba albergaría 48.685 habitantes y era prácticamente autosuficiente. Se trataba de un gigantesco polígono en el que se respetaría el poblado de Campanar para que hiciera de “núcleo”, que tendría sus espacios de referencia con sus escuelas “generalmente” ubicadas junto a “centros parroquiales”, un centro de enseñanza media “para 1.400 alumnos”, “edificios de diversión” como “salas de espectáculos”, con espacio para “aparcamiento de vehículos”, zonas deportivas “con un gran campo de fútbol”, cómo no, con supermanzanas de estructuras diferenciadas para “evitar la monotonía de la composición” y soluciones como un supermercado cada dos viviendas. El tráfico era perimetral y sólo tendrían acceso al interior los propios vecinos y en determinadas zonas. Sí, exactamente igual que la supermanzanas que se han puesto en marcha en Barcelona recientemente.
Si estos polígonos se hubieran ejecutado como estaban concebidos, València se habría adelantado al resto de España más de medio siglo. Cierto es que con el tiempo todos estos polígonos han sido prácticamente ejecutados, pero muy lejos de la premisa inicial. Son utopías derrotadas por la mezquindad. En la forma y en el fondo. En su tesis doctoral de referencia La promoción pública de la vivienda en Valencia, Fernando Gaja ya señalaba como al final no habían servido “para impulsar la promoción pública de una forma considerable”, que era su objetivo final. Sólo el de Monteolivete sería “casi” completamente edificado por la Obra Sindical del Hogar y la Arquitectura y el Instituto Nacional de la Vivienda. El resto, un drama.
“El desarrollo del polígono de Campanar es la historia de continuas cesiones y abdicaciones frente a las presiones privadas”, escribe Gaja. El Patronato de la Juventud Obrera y la Parroquia de San Juan Bosco, o sea, el Arzobispado, recuperaron sus terrenos que fueron excluidos del polígono. Otro tanto pasó con el suelo de la fábrica de Tableros Benlloch y Castellano. Posteriormente, todos ellos revendieron los solares a la iniciativa privada, a más coste del que le habría abonado la administración, dando un buen pelotazo. Del polígono de la avenida de Castilla sólo el grupo Antonio Rueda fue respetado algo en lo que influyó, sin duda, el hecho de que fueran viviendas impulsadas por personas próximas al régimen. Todas las calles de este complejo recibieron nombres de mártires de la causa franquista, calles que por cierto han sido rebautizadas ahora atendiendo a la Ley de la Memoria Histórica.
Año a año se fueron produciendo más y más informes, nuevos documentos, alegaciones y variaciones en los planeamientos en las que los polígonos iban mutándose y con ello desapareciendo sus hijas, las supermanzanas. Por intereses espurios, por problemas legales, por conflictos jurídicos, las supermanzanas valencianas murieron realmente antes de haber nacido. La propuesta vista hoy aún desprende un cierto aire de ciencia ficción. Una maqueta, reproducida por el diario Jornada en su número del 20 de enero de 1961, da fe de cómo podría haber sido el polígono de Campanar, más próximo a las ciudades de Miquel Navarro que al actual tejido urbano.
Al margen de las presiones que impidieron desarrollarlas plenamente, las supermanzanas también tuvieron críticas. Internacionalmente, figuras como Jane Jacobs se posicionaron en contra de ellas. Gaja mismo las describe negativamente, citando a Ignasi Solà-Morales y Pere Hereu Payet, como “el eco de cuarta o quinta mano de los presupuestos racionalistas”, donde, dice Gaja, “ha desaparecido toda visión de conjunto, toda idea ordenadora, donde los elementos edificados que definen el espacio urbano se pierden en un vacío en el que han sido plantados aleatoriamente”. Y añade: “Allí no existe centro, ni hito, mi mucho menos mito o elemento de referencia monumental”.
Orilladas, las pocas que se hicieron, como AZCA en Madrid, han quedado como versos sueltos. Pero pese a su fracaso y su posterior olvido, no murieron. No del todo, como demuestra que el concepto, tan presente en el urbanismo de los años sesenta, esté reviviendo ahora en todo el mundo con defensores como Rem Koolhaas. De ahí que no resulta tan extraño que sean protagonistas también en la València del siglo XXI, casi medio siglo después de la muerte de Goerlich. En un contexto en el que se buscan soluciones para reducir la presencia del vehículo privado en las calles, el concepto de las supermanzanas, el sueño que también manejaron Goerlich y Grau, ha regresado con inusitada fuerza y está en el centro del debate.
Sin ir más lejos, los vecinos de Ciutat Fallera lo analizaron este martes pasado durante el taller por el proyecto de reurbanización de la zona que se celebró en la sede del Museu del Artista Faller. La intención del Ayuntamiento de València es, siguiendo el modelo de Barcelona, transformar Ciutat Fallera en un gran espacio urbano más amable, en el que vías como la avenida de San José Artesano se reconviertan en peatonales, y mantener el tráfico en el exterior, en las calles del Foc o del Ninot, que darán servicio a los vehículos de paso.
Más que ilusionar el proyecto ha provocado recelos entre los vecinos. Así lo comenta Luz Divina Torrico, de la asociación de vecinos de Ciutat Fallera, quien explica que hay “quien no se lo cree”. “Es muy bonito lo que plantean”, ironiza, “pero la gente está indignada porque quieren hacer parkings y que no se pueda aparcar en las calles. ¿Quién se podrá pagar un parking si aquí hay gente que no tiene para comer?”, se pregunta.
Obsesionados por reducir la presencia del coche en la calle, que actualmente ocupa el 70% del suelo, desde el Govern de la Nau se ha decidido experimentar en esta barriada obrera recuperando la vieja utopía. Pero la solución no parece convencer porque, de entrada, sólo vislumbra una vida más cara a, precisamente, una de las barriadas más pobres. En este sentido, Torrico es muy explícita: “Si los parkings son públicos, lo veo bien, pero si tenemos que pasar por taquilla, no lo veo tan claro”. Y agrega: “Hay muchas cosas que arreglar que son más precisas”. La utopía ahora no se enfrenta contra intereses de unos pocos; ahora tiene enfrente un reto más complejo: encajar en la realidad.