Estando sentado en una cafetería, recibí la visita agradable de un antiguo compañero de la infancia. Mi amigo se dedica a conocer el 'alma enferma' desde hace más de treinta años. Mi curiosidad me llevó a preguntarle: "¿Tú llegas a comprender a tus enfermos?"
La respuesta fue inmediata: "Ellos tienen un relato y lo siguen religiosamente. Te pondré un ejemplo. Tuve un paciente que me dijo que una noche de invierno le operaron de fimosis. Me extrañó y le pedí que me mostrara la herida. ¡Pero si no tienes cicatriz!, le dije. Con rostro serio me contesto: ‘¿No sabe usted que ahora se usa un láser que no deja cicatriz?’ Siempre tienen un relato", concluyó mi amigo.
La gente lo hace. Inventan un relato ficticio. Y lo desarrollan para cubrir sus propias mentiras. Como dice Alexander Pope, "el que dice una mentira está obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de la primera". Las mentiras del relato no tienen fronteras. Pueden ser histéricas, religiosas, recientes, pero su lectura debe ser uniforme.
Vivimos en una sociedad tan individualizada que cada uno se crea su propio relato. Los buenos relatores son manipuladores y perversos porque intentan dirigir tu vida hacia su egoísmo, bienestar o caja de ahorros.
Un ejemplo de este tipo de actitudes se refleja bien en los tertulianos, cuando la primera pregunta que hacen a los editores del medio es: "¿Estamos a favor o en contra?"
En este punto, quisiera finalizar con un homenaje a Julio Cortázar: "A veces las cosas más tontas nos complican tanto la vida".