Hablar sobre el suicidio infanto-juvenil sin tabúes y exento del estigma social es algo difícil para muchas personas, posiblemente por desconocimiento y no saber cómo abordar un tema en el que afloran sentimientos y emociones difíciles de manejar, como el miedo, la tristeza o la vergüenza.
En España, el suicidio fue la segunda causa de fallecimiento entre los jóvenes de 15 a 29 años, para el año 2020, seguido de los tumores. Para ese mismo año, se suicidaron alrededor de 4.000 personas, el máximo histórico según datos del Ministerio de Sanidad.
Por otra parte, la Asociación de Directores de Institutos de Madrid (Adimad), ha informado de más de 200 casos de autolesiones en estudiantes de secundaria en todo el curso 2020-2021, y han mostrado su preocupación por la falta de personal cualificado y preparado para dar atención a dicho problema.
Los especialistas en el tema aseguran que se trata de un fenómeno que no para de crecer desde principios de la década de los 2000, y hay psiquiatras que lo asocian al uso descontrolado del Internet y a la difusión de imágenes explícitas de las autolesiones que los mismos adolescentes hacen en sus redes sociales.
Sin embargo, el problema va mucho más allá de eso, porque se ha definido como un fenómeno multifactorial, complejo y aun desconocido, debido a que no se sabe si su origen es genético, biológico, psicológico o sociológico. Se ha reportando como principal motivo la presencia de algún trastorno mental (que de acuerdo a la OMS un 15% de los adolescentes lo sufren). Según estudios científicos, algunos jóvenes presentan un estado mental de disociación, que los conlleva a cambios en el estado de consciencia y al autolesionar no sienten dolor, por el contrario, segregan endorfinas y dicho acto los llena de alivio.
También pueden ser desencadenantes en los jóvenes, la sensación de soledad o la percepción de falta de apoyo; las situaciones que les sean estresantes y que no sepan gestionar; o que hayan sido víctimas de abuso físico, sexual, o psicológico. Por lo que no se trata de que perdonen a alguien por algún daño que les haya generado (por ejemplo, en el caso de los abusos), sino de que acepten su emoción y aprendan a gestionarla para que no les lleve a hacerse daño.
Muchos de esos factores se potenciaron durante la pandemia, ya que muchos jóvenes manifestaban sentir aislamiento, soledad, o abandono tanto por la familia, como por sus docentes y compañeros, durante la formación online. A otros el confinamiento les generó ansiedad y estrés por la falta de contacto con sus pares, o por problemas de convivencia en el hogar.
Los problemas de los adolescentes para gestionar su frustración se remontan en la mayoría de los casos a la infancia, como consecuencia de la falta de comunicación y problemas de convivencia con los padres. El no atender las necesidades emocionales de los hijos desde pequeños, puede desencadenar este tipo de conductas autolíticas, y al reprimir sus emociones es más probable que tomen decisiones desfavorables.
En la adolescencia, es sumamente importante la socialización para lograr el desarrollo integral, y esta es la etapa en la que suelen aparecer los trastornos mentales por el propio desarrollo del cerebro y los cambios hormonales. En dicha etapa los padres ya no son el referente, sino que es un rol que asumen los amigos, y al haber mayores demandas del entorno y mayor estrés social, los jóvenes son más vulnerables.
Como se ve, es un tema complejo, con una idea errónea y lamentablemente generalizada, de que lo hacen por “llamar la atención”; pero la realidad es que estos adolescentes tienen una patología mental y necesitan ayuda, siendo tarea de todos, el poder brindarla.
Ya sabemos que la adolescencia es un reto, y que ni de lejos es “la mejor etapa de la vida”, ya que es una etapa vital en la que los cambios físicos, mentales y emocionales son muy fuertes y no se cuenta con las herramientas suficientes para gestionarlo.
En ese sentido, es muy significativo que los protocolos de prevención hayan entrado en la escuela, pues hay que saber hablar sobre el tema del suicidio, aunque sea un tema incómodo. La salud mental y emocional de los alumnos se nos vuelve preponderante, considerando que son muchos los casos, según los datos oficiales, y no se cuenta con suficiente personal ni formación en dicha materia.
Es vital que cinco Comunidades Autónomas (Aragón, Comunidad Valenciana, Castilla y León, Baleares y Extremadura) hayan aprobado en los últimos meses guías para prevenir las conductas autolesivas y se pueda actuar ante la ideación suicida de los alumnos en los centros educativos, tanto de primaria como de secundaria, urgidos por una falta de herramientas de atención por parte de los docentes.
Madrid es una de las autonomías que todavía no ha aprobado un protocolo, pero desde la Consejería de Educación se ha informado que se está terminando. En la actualidad, ya hay publicada una guía y cada centro elabora su propio plan. En junio de 2021, el Gobierno estableció en la Ley de Protección de la Infancia frente a la Violencia que todas las autonomías debían aprobar un protocolo de prevención del suicidio en el ámbito escolar.
La salud mental infanto-juvenil se había venido dejando atrás, y no se había tenido en cuenta la importancia de la prevención y la atención, de allí la importancia de que más alumnos en las escuelas puedan reconocer alguno de los síntomas y problemas emocionales que les hayan explicado con un lenguaje y un tono que no les genere vergüenza, y los haga hablar a ellos con la sinceridad propia de esos años.
Hablar con otras personas sobre las ideas suicidas o pedir ayuda, disminuye el riesgo de que se produzca dicha conducta, ya que surte un efecto tranquilizador. Estos no son pensamientos para mantenerse callados o en secreto, ya que sus consecuencias hacen mucho ruido, además se impide la activación de las redes de apoyo necesarias. El alumno necesita que alguien le escuche y comprenda, y la figura del tutor es clave. Se cree también, que uno de los problemas es la falta de comunicación entre los alumnos y las familias, quienes muchas veces, desconocen lo que pasa por la mente de sus hijos.
Hay que prestar atención a los signos que dan los jóvenes, que son llamadas de auxilio ante un sufrimiento mental y emocional que no saben gestionar, ellos no lo hacen para llamar de atención, o al menos no de la manera que se ha estigmatizado. Hay que enfocarse en las pequeñas señales, y no en los detalles morbosos que dan las personas o los medios de comunicación cuando narran los detalles sobre ¿dónde y cómo alguien se suicidó?
Es necesario prestar atención a las señales y escuchar sin juzgar para evitar que la mente se calle y se puedan presentar consecuencias fatales, porque el ruido de la culpa y la pérdida de un ser querido que ha decidido darle una solución fatal a un problema temporal, será eterno. Hay que romper el silencio y trabajar en la prevención, y para ello es un paso importantísimo incorporar protocolos de prevención y atención en las escuelas para hacerle frente al problema y dominar más el arte de saber escuchar a nuestros niños, niñas, y adolescentes, incluso el ruido que hace su mente cuando aparenta estar callada.
Pedro Adalid es doctor en Educación y profesor universitario de Políticas de Calidad Educativa y Planes de Mejora