VALÈNCIA. Puede que la crema se presente como un remedio apropiado para el castigo divino del Sol y sus esbirros ultravioletas, pero lo cierto es que es sobre todo un escudo, un parapeto liviano para la lucha cuerpo a cuerpo sin cuartel playera, como mucho útil al resguardo de una sombrilla tibia cuya sombra ni siquiera es demasiado de fiar. La crema es para los valientes, y ya se sabe de qué está lleno el cementerio. Si algo protege con toda seguridad del abrasador abrazo de la estrella es su ausencia parcial o total, la penumbra, la sombra. La oscuridad. En la oscuridad empieza nuestra segunda entrega de esta serie de libros factor cincuenta para prevenir las quemaduras mentales, en la oscuridad de la noche del veintisiete de noviembre de mil novecientos noventa y dos, siglo pasado, milenio pasado. Una época cercana donde el demonio y lo demoníaco llenaban de negrura el vaso del miedo de generaciones bienpensantes a quienes una brecha generacional más abierta que otras les impedía entender a su propia juventud, una juventud de apariencia inquietante entre la que proliferaban las referencias al ocultismo.
Esa noche del veintisiete de noviembre del noventa y dos unos vecinos de Vallecas llaman a la Policía Nacional: algo está ocurriendo en su vivienda, una presencia terrible -el Crápula- ha elevado el acoso a niveles de poltergeist aterrador; ya no pueden soportarlo más, y piden auxilio. La insistencia de varios miembros de la familia surte efecto: sea lo que sea que está pasando, está pasando de verdad. Cuando los agentes llegan al domicilio ocurre lo inesperado, lo sensacional, lo que llevaría a Paco Plaza a rodar la película Verónica y a Alberto Ávila Salazar a escribir El diablo en casa. El expediente Vallecas (Agita Vallekas, 2018): los sucesos inexplicables no solo no remiten, sino que se acentúan ante la presencia de los nuevos testigos. Y entonces, la historia da otro giro inesperado: el informe policial da verosimilitud a los fenómenos paranormales calificándolos como “una serie de fenómenos de todo punto inexplicables”. Se crea o no en la posibilidad de lo paranormal, la investigación de Ávila Salazar se disfruta porque va más allá de la ficción de Verónica -la malograda protagonista real se llamaba Estefanía y murió de forma trágica un año antes del evento en el que culmina la película de Plaza- y porque incluye declaraciones de los implicados que no siempre favorecen a la leyenda ni engordan de forma artificial el misterio. Por si fuera poco, las dimensiones del libro permiten transportarlo a cualquier parte para recibir una buena dosis de oscuridad incluso bajo un sol de justicia.
Sin salir todavía de las tinieblas ni del siglo y milenio pasado pasamos al nuevo trabajo de un autor, Iñaki Domínguez, bien conocido por estos pagos por el éxito rotundo de su Sociología del moderneo, un libro con el que siempre se acierta a la hora de recomendar. En este caso Domínguez deja a un lado los tobillos al aire y pone el ojo sobre una galería de personajes más o menos siniestros, más o menos conocidos, pero todos hijos del siglo XX de las grandes guerras y los grandes cambios, una exclusiva selección de rebeldes, asesinos, intelectuales, adictos, psicópatas, sociópatas y revolucionarios que encarnan en sus biografías el zeitgeist o espíritu del tiempo -de un tiempo concreto, los últimos episodios del siglo XX- que para Domínguez consiste en “la degradación de movimientos sociales que en sus orígenes luchaban por consolidar espacios de libertad”. Que nadie se espera la típica antología en que todo son caras conocidas: Signo de los tiempos. Visionarios, locos y criminales del siglo XX (Melusina, 2018) no es una antología ni convencional ni evidente. Se puede comprobar con facilidad con un sencillo experimento que el mismo autor planteó en sus redes: probemos a nombrar los personajes que figuran en la estupenda composición de portada. Difícil, difícil reconocer tres o cuatro.
Si hay una idea que define bien el zeitgeist de los tiempos que analiza Domínguez puede ser esta que el autor ha querido colocar en el capítulo del actor porno John C. Holmes, víctima en última instancia de su sociopatía y del SIDA: “Parafraseando a William Blake, la transgresión y el exceso pueden servir a una mente brillante para romper con las estructuras del pensamiento cotidiano: «el exceso conduce al palacio de la sabiduría». El exceso puede convertirse en un medio para comprender realidades más profundas, menos filtradas ideológicamente, más desligadas de lo cotidiano. Pero en el caso de Holmes […] el exceso no condujo a la sabiduría, sino a la adicción, la violencia, y finalmente, a su propia aniquilación”. El caso de Holmes es un claro ejemplo de las tesis de Domínguez, a quien no preocupa tanto el exceso como la corrupción de las intenciones originales al entrar estas en contacto con la pegajosa realidad del poder. Así vemos sucumbir a Frances Farmer, Ulrike Menhof, al ñeta supremo Carlos la Sombra, al skater pionero Jay Adams o al pantera negra Huey P. Newton. Todos ellos comparten una mala gestión de la fama y la influencia. En ese sentido, Signo de los tiempos es un libro cuya irrupción en las librerías que sobreviven en esta época es de todo menos casual.
Llegamos al final de esta crema negra y literaria con una producción luminosa que se viste de sombra y pone un pie en el siglo XXI, una obra única que el tercer ojo de La Felguera Editores ha vislumbrado y ha sacado de la nada para darle cuerpo y forma: la forma de El libro de la serpiente. Los libros iluminados de Alan Moore, un volumen extraordinario que recoge cinco textos traducidos por Javier Calvo nunca antes reunidos -algunos de ellos ni siquiera transcritos- que el autoproclamado mago Moore creó entre el noventa y cuatro y dos mil uno para su Gran Teatro Egipcio de las Maravillas de la Luna y la Serpiente, un show performático y místico que solo Moore podría haber ideado. ¿Que no? Atención: “Se encuentran en atlas esotéricos donde la distancia no se mide de un punto sólido al siguiente, sino que se calibra por la distancia entre electrodos de nuestras asociaciones automáticas, produciendo geografías donde Land's End está al lado de John O'Groats, una Tierra con los polos adyacentes. Continente y nación cartografiados al margen de la materia, puro estado mental. Metrópolis erigida de la nada, simple metáfora, y rodeada de arrabales de sueño […] Se parecía a todas las demás pelvis que he visto, un boceto esquemático y calcáreo de la cabeza de Mickey Mouse”.
La magia no existe. Magia no existe. No existe. EXISTE. Con este conjuro Moore nos abre la puerta y nos invita a pasar a su ceremonia donde la idea-espacio es un campo físico del que emana cualquier cosa que el de Northampton quiera sacarse de la chistera; Moore, lúcido y alucinado a la vez como un gato cuántico, es signo de los tiempos también: un superviviente del siglo pasado que en el nuevo siglo, tal vez como reacción al fracaso de los ideales, opta por hacer del reencantamiento del mundo un nuevo zeitgeist.