Pavor y gravitación mental en torno a la tortura, afición a los patios en los que nos mostramos cotidianos a nuestros vecinos, ensoñaciones de volar sin levantar demasiado el vuelo; la nueva obra del filósofo valenciano es puro exhibicionismo
VALÈNCIA. Como si te pegasen una paliza con caleidoscopio empapado en LSD, como si te cayeses dentro de El almuerzo desnudo en pleno domingo a mediodía sin haberte ido todavía a dormir, como si se te apareciese un poder superior en el frigorífico de un bazar de barrio, como recibir un trato privilegiado de dignatario durmiendo en los barracones de un campo de concentración. Algo así, anomalía arriba anomalía abajo, es la experiencia de leer la ciclonopédica nueva obra del filósofo y escritor y profesor y todo lo anterior enumerado en otro orden con los añadidos de melómano y cinéfilo -y más cosas que desconocemos- Jesús García Cívico (València, 1969), cuyo segundo apellido es bastante descriptivo, todo sea dicho, aunque en ocasiones esta coherencia se derrita en una baba extravagante y literaturactiva que da forma a libros como este Singular que publica Ediciones Contrabando, y que sigue una trayectoria de exposición descarnada que el autor no se esfuerza en disimular. Si es ficción o no que a Cívico le fascinan los patios de luces -los deslunaos que decimos por estas latitudes-poco importa, aunque todo apunta a que sí. Lo que importa de verdad es que esta es una de esas obras que viene bien leer de vez en cuando para sacudir el cerebro y ponerte a tono: es mordaz, es divertida, es extraña, es única, es excesiva, pero sobre todo, es inteligente. No es ninguna locura -seguro que mucha gente se lo dice, menuda locura has escrito Jesús, le dirán, pero no lo es-, es una obra muy bien acabada, muy estimulante, rapé palabrístico por vía ocular.
Por ejemplo, empieza así el asunto: “El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música dream-pop / Un joven en calzoncillos rojos, nervioso e hipermusculado habla con una pareja de ancianos de aspecto socialdemócrata y nórdico. Alrededor suyo, un planeta parece venirse abajo. Temor y temblor”, y sigue: “SUPERMAN: Madre, usted es mi madre y es mi amada. Es la mujer que amo, la mujer con la que me acuesto, quiero decir. Y también es mi madre. Y usted, Padre, usted es un mafioso con bolardos en la mandíbula, un sheriff mar-ca-pa-que-te, un motorista gay, un coronel enloquecido en el corazón de las tinieblas y un viudo desconsolado que busca la respuesta al oscuro dilema del amor y la muerte... ¡en el ano de una joven tontiloca de París!”. Tras este espectacular y acertadísimo arranque parecería que todo no puede ir sino a peor, pero no es así: Cívico nos confiesa poco después que ha intentado muchas veces volver a fumar pero que no puede, que le falta fuerza de voluntad, y también -esto aparece de forma recurrente, igual que Superman- que le tiene pavor a la tortura, y quién no, pero es verdad que para él es algo muy presente, Silesia muy presente, Abu Ghraib muy presente. Estrés: ¿y si a mí...? ¿Por qué? Quién sabe. Cada uno y sus obsesiones. Cívico, ese murciélago filosófico en sus propias palabras, vuela bajo al abrigo de las oscuridades de un panorama que nos invita a observar con cierto deje desquiciado en la mirada.
De nuevo: Singular no es ninguna excentricidad gratuita, no es un ejercicio, no es un reto. Singular es una forma muy personal de narrar que ya puso en práctica el autor en su compleja Una casa holandesa: (ego)aforismos en Word, poemas en auto-reverse (Ediciones Canibaal, 2014). A estas alturas es muy probable que quien lee estas líneas se pregunte, ¿qué es todo esto? Para responder a esa pregunta, nada mejor que unas inquietudes de soslayo lanzadas al autor del libro, que son una forma infinitamente más oportuna de acercarse a su obra, que un enfrentamiento directo y pueril:
-Hay una singularidad prevista para allá por 2030-40, algo sobre la inteligencia de las máquinas y el futuro de la humanidad. ¿Te parece lo suficientemente singular?
-Jesús García Cívico: Sí, imagino que te refieres a lo que podemos llamar “las predicciones Kurzweil” sobre los avances a ritmo exponencial en inteligencia artificial, auto-mejora de robots y realidad virtual hiperrealista, la posibilidad de descargar información directamente de nuestro cerebro y enviarla a una nube, o, sobre todo, la inmortalidad, al poder reemplazarse, en el futuro cercano, los órganos humanos por dispositivos cibernéticos. Creo que has visto muy bien que lo que esconde el inseguro personaje de Singular es el miedo a la muerte, o más concretamente, el miedo a que un día choque inesperadamente contra él –como esos pájaros que se estrellan contra el cristal de un edificio– el absurdo de la existencia. La vida es breve y, sin embargo, como razona este enemigo declarado de Superman, a lo largo de la historia los hombres, a través de la guerra, el martirio y la tortura han conducido a otros a desear su propia muerte. La hermosísima canción de Chris Stamey Something came over me es una pista que el narrador da en el sentido anterior: suena una noche crucial cuando el protagonista bajo-volador se queda a solas con la chica tras un cenáculo con las mujeres jorobadas, intelectuales lujuriosas, amantes de la literatura de W. G. Sebald. Ella, a pesar de su crueldad, o quizás por su crueldad, piensa con mucha más claridad que él: ¡lo ve venir todo!
-¿Pronosticas algún hecho singular en el futuro a corto plazo?
-Fuera de mí, pronostico el contacto con una civilización extraterrestre que no decida pasar (con buen criterio) de largo. Nuestro tiempo necesita una bajada de humos del tipo de la que procuró Darwin. Hay demasiada vanidad, demasiado ego desmedido y demasiado narcisismo. Una generación de gente como tú no merece un presente tan estúpido. En un plano más personal, la identificación que mantiene el personaje de Singular con las perdices, en relación con la conciencia que estas tienen acerca de la siempre inminente posibilidad de la caída, me ha llevado a pronosticar mi propia muerte a muy corto plazo. Si consigo superar este episodio de hipocondría aguda, es decir, si llego vivo al final del verano, estoy convencido de que veré las cosas mucho mejor. Mi deseo más íntimo será entonces comprobar que Kurzweil llevaba razón en su pronóstico: me pido habitar eternamente un viernes en San Junípero (como en el episodio más alegre de Black Mirror), justo antes de entrar con mi gato a un concierto de las Popguns de Wendy Morgan o de los Pixies, una noche de luna llena a finales de los años 80.
-¿Es singular Singular?
-Lo he intentado con todo mi corazón.