VALÈNCIA. El año no acaba en diciembre. El ejercicio anual de sobrevivir se finiquita con el fin de curso, cuando muchas personas, no solo jóvenes, se replantean emprender, seguir o abandonar una carrera. Tocando las puertas del verano, el Consejo de Ministros adoptó hace una semanas el Plan de atracción y retención de talento científico e innovador, que contempla movilizar 3.000 millones de euros en el próximo año y medio, según informa el propio Ministerio de Ciencia e Innovación, con el objetivo de que vuelvan los científicos que se fueron, que no se vayan los que están y atraer a los mejores, este último como guiño al exministro Pedro Duque y el barullo que formó con la excelencia. Porque no es precisamente nuevo, el talento científico vuelve a convertirse en tendencia.
La nueva ola por la atracción y la retención del talento no ha venido a romper con la tradición de la anacronía de todas nuestras modas académicas, científicas e innovadoras. Cuando aquí tenemos suficiente con jugar a los dados para rellenar las casillas burocráticas, el mundo exporta de Estados Unidos el fenómeno general de la great resignation, la gran renuncia o la gran dimisión, tan atractivo y cinematográfico que sin embargo no tiene nada que ver con Steve McQueen ni James Garner. El padre del concepto es Anthony Klotz, profesor de la Universidad Texas A&M, psicólogo organizacional y no economista, como él mismo excusa cuando le piden predecir las repercusiones en el mercado laboral de lo que ha dado nombre, la multiplicación de vacantes por el abandono masivo de trabajadores de sus puestos de trabajo a raíz de la pandemia, y que promete alargarse.
El talento, genético o adquirido, de las revistas científicas en absorber nuevos patrones no iba a desperdiciar la oportunidad de llevarlo a su terreno, esto es, sobre todo, la universidad. Haciéndose eco de los testimonios tuiteros de diversos investigadores y profesores que han renunciado a la vida académica por la industria a golpe de etiqueta #leavingacademia, Nature confirma que la educación superior tampoco puede escapar a la corriente de la gran renuncia, en la que no solo puntúa el conocido y escocido burnout, el agotamiento científico y sus efectos en la salud mental de las personas que trabajan la ciencia.
Los entornos de trabajo tóxicos, la intimidación y la falta de consideración por su seguridad y bienestar también se encuentran entre los factores que determinan las decisiones en abandonar la universidad y la investigación académica. Aunque al psicólogo Klotz no se le hubiese ocurrido el término, el éxodo en la educación superior ya se esperaba, como recogía este estudio de 2018, que estimaba a cinco años vista una pérdida entre la mitad y dos tercios de la fuerza laboral académica por jubilación, agotamiento profesional, sesgos estructurales o insatisfacción laboral, lo que se traduce en un amenaza para que la diversidad, la equidad y la inclusión progresen en las condiciones de la masa laboral universitaria.
No extraña, por tanto, que uno de los síntomas en manifestarse antes afecte al cada vez más sufrido reclutamiento de postdoctorados, como recoge la revista Science, cuya sección dedicada a las carreras señala que de más de 100 investigadores en EE. UU. que anunciaron puestos de postdoctorado en bolsas de trabajo de sociedades científicas, y de los 37 que respondieron con información sobre sus experiencias de contratación, tres cuartas partes se refirieron a unas situaciones del todo desafiantes: desde no recibir ninguna respuesta a reducir (en cantidad y calidad) 10 veces las solicitudes respecto al curso 2018-2019. Este horizonte se extiende a los campos STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), que incluyen también biomedicina, química, ciencias ambientales, antropología, física e informática.
Merece la pena no olvidar que el movimiento se da en el considerado, hasta ahora, sistema universitario modélico, junto al de Reino Unido, para atraer a los mejores profesionales, esos referentes que tanto gustan a nuestros gestores públicos de ciencia e innovación, y que todavía sirven para comparar escenarios peores, como el que desliza en esta entrevista la bioquímica francesa, Françoise Barré-Sinoussi, Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 2008 y reconocida por su lucha contra el VIH en Francia, quien reconoce que hay un declive en la investigación en Francia y que cada vez son menos los jóvenes que quieren entrar en una carrera científica por no estar valorada.
Mientras la ciencia, como la atención primaria, es menos amigable para la juventud titulada, para nuestro sosiego, aquí el talento se expande a la misma velocidad que la innovación en los programas de ayuda e impulso a proyectos de investigación. Así, el concepto aplicado a las profesiones científicas no podía escapar a la bibliografía patria, en la que podrá encontrar hasta un curioso artículo de investigadores de la Universidad de Murcia que recoge un listado de las características cognitivas y creativas que delimitan los talentos científicos.
Con la vocación de contrarrestar a su contrario, la fuga del talento, fórmula no siempre acertada —con el tiempo se ha visto que ni todo lo que se fugaba era talento ni todo el talento se fugaba—, la atracción y la retención del talento no pueden entenderse como un parche para blanquear las barreras ni las carencias que todavía adolece nuestro sistema universitario y de investigación y la falta de oportunidades y expectativas laborales para la juventud en formación. Se aproximan tiempos inciertos que urgen políticas claras.