VALÈNCIA. El pasado martes Emiliano García, anfitrión de Casa Montaña, reunió en una sola mesa a algunos de los agentes clave de las artes escénicas en la Comunitat Valenciana. La intención era la de hablar sobre teatro, danza y circo entre platos de la casa y con la inmejorable sorpresa de que André Magalhães -con una Estrella Michelin en su Taberna da Rua das Flores ubicada en el bohemio barrio lisboeta de Chiado- estuviera cocinando en el emblemático local del Canyamelar dentro del contexto del Valencia Culinary Meeting. Los platos de excelencia de la casa se mezclaron con las ideas del chef portugués: berberechos con vermut, la titaina, el filete de anguila ahumada, la viera con crema de alcachofa trufada o el cremoso de mascarpone con naranja, entre otros.
El banquete apenas alteró una conversación apasionada. Las dudas, capacidad crítica y autocrítica, las certezas y reflexiones tuvieron un título de partida: ¿El teatro es el público? Propuesto casi como una provocación, enseguida los convidados trataron de ajustar la pregunta "al momento. Si nos hacemos esa pregunta es porque, en este momento, tiene mucho sentido". No obstante, hubo concreciones "más bien teóricas" que afirmaron que, en el plano más estricto, "el autor ya sería un primer espectador por lo que, sí, se podría considerar que en todo caso siempre hay público".
Sin embargo, el concepto de público se estiró enseguida a una idea sobre la que no hubo voces discordantes: la necesidad de un teatro público. Un teatro público "capaz de ser motor del privado", "independiente y fuerte" y que sirva, sobre todo, "para educar al público", pese a las redundancias. Los sentados a la mesa, activos de una u otra forma en el escenario del teatro en todo el Estado, relacionaron la situación crítica de las compañías y actores en la Comunitat "con la ausencia de un público de calidad suficiente". ¿Lo hay? Lo hay, pero escaso y cuyo "envejecimiento" preocupa.
De ahí que todos los "nuevos estímulos" para hacerse presentes, para regenerar esos públicos, pasen por dos ámbitos: el educativo, "descuidado", "desprovisto", tan desconectado de una política cultural valenciana satisfactoria según todas las voces, y el tecnológico, conscientes de que que el partido por la captación y activación de nuevas audiencias se juega en terrenos digitales y en constante transformación.
La conversación entró en sus zonas de sombra con la amenaza de 'saber' que "si no hay público, lo que sí sabemos es que, algunos, dejaremos de hacer teatro". La idea tenía mucho que ver con un teatro más allá de los citados planos teóricos: un teatro de entidad, calidad y capacidad de plateas más amplias. Un teatro más allá del off o del que se deriva en exclusiva de la programación pública pura, y que tiene una necesidad acuciante por "resolver los problemas".
Los conflictos parecían aproximarse a uno de los núcleos de más actividad y en el que los comensales, dejando a un lado el cubierto, parecían haber mantenido recientemente intensas conversaciones hasta llegar a la mesa de Casa Montaña: "hay que dignificar la profesión, pero el convenio puede ser un problema". El estatuto del artista, el convenio a partir del cual la Conselleria de Educación, Investigación, Cultura y Deporte quiere revertir las situaciones de precarización, tiene muchos grises que resolver. Entre el blanco de la alineación de la patronal con esas condiciones y el negro del teatro más independiente, esos grises abren un debate que se mantiene con la misma Conselleria.
"¿Cuántos años es una compañía independiente?", decía uno; "¿cuántos espectáculos son suficientes para dar el salto?". "¿Tendrá sentido que parte de las compañías se acojan a esos criterios y otras no?" y "¿podrán recibir ayudas las que no lo cumplan?". Una cosa quedó clara: sin esas ayudas, una buena parte del teatro, la danza y el circo que se hace en la Comunitat "no saldrá adelante". La sensación de vivir un momento crítico no se relacionó con la de suponer a la región una situación crónica. El discurso apasionado y no pocas acusaciones sobre lo logrado, disfrutado, asentado y perdido en el pasado, se cruzaron en la mesa, aunque a menudo alguna referencia teatral, alguna idea sobre la misma esencia del material con el que se trabaja, servía para aproximar a los interlocutores: Carles Alberola, Toni Benavent, Marta Borcha, Mª Ángeles Fayos, Xavo Giménez, Ana Lujan, Eva Moreno, Noelia Pérez y Rodolf Sirera.
'Cuando el tiempo no tenga ya memoria' se estrena el 17 de noviembre en Navajas y el 18 del mismo mes en Geldo