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EL JOVEN TURCO / OPINIÓN

El termómetro valenciano

Foto: KIKE TABERNER
22/11/2021 - 

Escribía Rafa Lahuerta en La Balada del Bar Torino que Mestalla anticipa el estado de ánimo de la sociedad valenciana. En ese libro cuenta que el anhelo megalómano sobre el que se construyó la falsa idea del levante feliz se sintió antes en nuestro club, que en nuestra ciudad. No faltaron quienes parasitaron las legítimas ganas de crecer y disfrutar de la sociedad valenciana y valencianista. El cuento de la lechera del nuevo estadio no era muy diferente al de la política de grandes eventos. No iba a costarnos nada, iba a hacernos ricos e íbamos a ser la envidia de Europa. Incluso la de todo del mundo. Como también se movía en los mismos parámetros la venta del propio Valencia C.F. De la mayor transacción del mundial a esto.

No sería justo decir que todo el mundo se tragó el cuento o se prestó sin dudas a la fiesta. Muchas personas expresaron sus reparos, cuando no era fácil hacerlo. Y tampoco se puede culpar retrospectivamente a muchos, evitando señalar a los pocos que de verdad fueron artífices y se aprovecharon de esa euforia. Pero, más allá de analizar una época concreta, sobre la que no faltan ya crónicas (ese período de corrupción, clientelismo y farándula del pelotazo, turbio, nefasto y aspiracionalmente cañí es material de novela, serie y lo que surja), prefiero hablar de lo que somos hoy. 

Aunque, el caso es que años después el recuerdo de esa época aún nos asalta en forma de factura por la Copa América o como mole de hormigón en la avenida de les Corts Valencianes, escribimos otras páginas de nuestra historia. Lo hacemos con algunos capítulos sin cerrar y, en el caso del valencianismo, arrastrando como penitencia la lucha contra el desarraigo que, de no ser este club lo que es, ya se habría establecido sin punto de retorno. 

El pueblo de Mestalla (denominación que tomo prestada porque me entusiasma) sigue siendo un termómetro valenciano. Pero mide otra temperatura. Señala que, de aquellos barros, estos aprendizajes. Que, de aquella locura esta madurez. Que es el ejemplo de la ATE de Mestalla, sino una demostración de una madurez colectiva que ha de resaltarse, como tantas veces se hizo pesar sobre nuestra reputación los ejemplos contrarios.

Foto: KIKE TABERNER

Ante una directiva que ha intentado jugar la carta del todo vale en el mundo del fútbol, casi todo el mundo ha sabido distinguir propietario de club. Las administraciones no solamente no han tenido una oposición frontal a hacer cumplir la ley, sino una afición que ha pedido firmeza a la hora de exigirla. Conscientes de que lo contrario era el desastre. Sabiendo que dejar a la incertidumbre y a la voluntad de Meriton acabar o no el estadio era repetir los errores del pasado. Que no sólo bastaba con decir qué mal se hizo en el pasado, sino que no queríamos repetir esa actitud, bajar los brazos y plegarnos a intereses particulares en el presente.

Por eso, aunque ahora ha habido quienes han preferido ser lobistas de esos intereses disfrazados de defensores de lo mejor para el club o la ciudad, esta vez se ha impuesto la tesis más razonable. Las administraciones, pese a quienes ha intentado bloquearlo hasta el último momento, día y casi hora y minuto, han hecho lo que tenían que hacer; exigir una garantía económica o caducar los derechos que todos los valencianos dimos en esa ATE. Que era mejor tener que inscribir esa perdida en las cuentas del club, que darlo por perdido dejando engordar el problema sin hacer nada.

Ahora la pelota está en el tejado de Lim, pero que nadie tenga duda de que si llega ese aval y se reinician las obras será porque se paró los pies a quienes pretendían dar un cheque en blanco. Y si, en el peor de los casos, eso no ocurre la caducidad será un sonoro hasta aquí hemos llegado. Que sería la mejor respuesta que podríamos dar. 

Cuenta en La Gallina Ciega un ilustre valencianista como Max Aub que cuando volvió de su exilio tras treinta años se sintió un turista a la inversa. Porque volvió para ver algo que ya no existe. Sería imposible negar que algo así hemos sentido en algún momento todos los valencianistas de ahora, pero en decisiones como estas nos hemos reconocido. 

Este mensaje colectivo de dignidad y autorespeto muestra, como el minuto 19 de cada partido, resistencia ante quienes rendirían hasta el criterio para entregarse a quienes mandan. Sean los máximos accionistas o su sinónimo en cualquier otro espacio.  

Y llegará el día que, con cierta perspectiva, alguien explique el papel incomprensible que ha jugado en todo esto, pero que hayan sido una excepción incomprendida, es una enorme razón para el optimismo. Si como escribió el autor de Noruega el sentir valenciano se expresa con anterioridad en nuestra grada, tenemos grandes razones para el optimismo.

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