Solemos decir que las cosas no son ni blancas ni negras, que hay una gama de grises muy amplio. O sea, que todo hay que matizarlo y diluirlo en muchas cantidades para que todo sea relativo
Aviso a navegantes, suelo utilizar (como imagino muchos de ustedes) la expresión “todo es relativo”, algo que forma parte de la jerga popular, del lenguaje cotidiano que utilizamos combinando costumbre y razón. Las diferentes situaciones que nos depara la vida en muchos ámbitos suelen verse de una manera más favorable cuando las relativizamos, especialmente las situaciones incómodas o negativas. Otra de las expresiones más populares que relaciono con esta idea y que me parece pensada para no ofender ni incomodar a nadie, deporte de moda en estos tiempos, es aquella de “no es ni mejor ni peor, es distinto”. Toma ya.
La cuestión es que las últimas décadas del siglo XX y especialmente el siglo XXI tienen como gran concepto de pensamiento y casi como filosofía de vida el relativismo. Se le pueden dar muchas lecturas, positivas y negativas, pero si lo analizamos con cierta honestidad, el relativismo puede ser sinónimo de la nada, del todo vale, del da igual lo que pienses y lo que hagas, su esencia transmite una libertad que se aproxima al libertinaje y que te evade de toda responsabilidad. Cualquier crítica o denuncia sobre un hecho puede ser denostada alegando que todo, absolutamente todo es relativo.
Ahora mismo, probablemente usted está pensando “eso no es así, las cosas tienen un límite, y hay cosas que están bien y otras que están mal” y una serie de pensamientos muy sensatos y razonables para defender que el relativismo es maravilloso, pero al mismo tiempo no todo vale. Y en ese punto es cuando me surge la duda, ¿quién decide en cada momento qué vale y qué no vale? He ahí la compleja cuestión. Cuántas cosas son impensables hoy en cine o publicidad por la mordaza social que imponen diversos colectivos que, aún no representando a la mayoría, dominan los medios y la política de una manera apabullante.
Estamos conmemorando con gran alegría el año Berlanga, y en muchos de los programas donde se analiza su figura y su cine se dice “eso hoy en día sería imposible”, y gracias a Dios que aún podemos ver sus películas íntegramente. Y respecto a la publicidad de todo tipo de marcas, igual. La libertad de expresión y de comunicación está más que limitada y cercenada gracias al benévolo relativismo, que promulga una peculiar forma de ver el mundo. Y muchas veces pienso que en el fondo utilizamos esta idea para huir de dos conceptos que nos provocan miedo: la realidad y la verdad, ambas muy ligadas a la naturaleza. De ahí el clásico concepto de ley o derecho natural que se estudia en Filosofía del Derecho y nos habla de un derecho previo a la voluntad del hombre. Pero los humanos queremos dominarlo todo y controlarlo todo mientras utilizamos las palabras dándoles un significado opuesto en muchas ocasiones.
Las noticias de los últimos días apelan a un relativismo que aniquila casi todo, empezando por la propia naturaleza humana y siempre que pienso en esta idea recuerdo que Joseph Ratzinger poco antes de ser proclamada Papa Benedicto XVI, pronunció una homilía donde, como hombre culto y humanista, razonaba sobre esta idea y “condenaba la dictadura del relativismo” afirmando: “Cuántas corrientes ideológicas, cuántos modas del pensamiento. La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido agitada por estas olas, que van de un extremo a otro, desde el marxismo, al liberalismo, pasando por el libertinaje, al colectivismo, al individualismo radical, desde el ateísmo al un vago misticismo religioso”.
El mundo sigue y seguirá y sin duda la historia nos enseña que hemos pasado por muchos períodos, de oscurantismo y de esplendor, de guerra y paz, de carencia y de opulencia, pero esta es la época que nos ha tocado vivir y pese a los avances en ciencia y tecnología, el hombre sigue siendo un ser vivo tremendamente contradictorio, capaz de lo mejor y lo peor, pero en este momento podemos constatar el triunfo del relativismo y al mismo tiempo de un encorsetamiento ideológico y una intolerancia intelectual que seguro también pasará. Quizá porque no todo es relativo pero sí temporal.