Ha comenzado por fin la campaña electoral de las Elecciones Generales. Podría pensarse que llevamos en campaña desde noviembre de 2019, pero no; esa fue la campaña anterior, a su vez repetición de una campaña de abril del mismo año. Hay saturación política, hay desafección, pero también hay intensidad, al menos entre el público más politizado. La lucha de bloques es clara, y también que el bloque de la derecha parte con una importante ventaja. La cuestión es si esa ventaja bastará para formar Gobierno o si la izquierda logrará remontar en medida suficiente para impedirlo e incluso para reeditar el actual Gobierno de coalición.
¿Cuál es el punto de partida, a la vista de las expectativas, las encuestas, y los resultados de 2019, con que parten las cuatro principales formaciones? ¿Qué puede considerarse un éxito y un fracaso? ¿A qué aspiran? Esas son las cuestiones que vamos a analizar aquí, aprovechando el inicio de la campaña, y teniendo en cuenta que, por muy polarizada que sea la sociedad, las campañas pueden movilizar suficiente voto como para que modificar el sentido de una votación en una medida que resulte decisiva:
PSOE: los socialistas obtuvieron en 2019 120 escaños (28% de los votos). En aquel momento les valió para ganar claramente las elecciones. Repetir ese resultado sería, sin duda, un éxito, y dado que algunas encuestas ya ofrecen cifras cercanas (sobre todo, en porcentaje de voto), parece un éxito factible. Teniendo en cuenta que se trata de unas elecciones vistas como un plebiscito sobre el presidente del Gobierno, y donde la derecha, más que prometer nada en concreto, se propone "derogar el sanchismo", si el sanchismo lograse revalidar sus números de 2019 posiblemente estaríamos ante un buen resultado para el PSOE, que marcaría el umbral del éxito o el fracaso.
Sin embargo, lo auténticamente determinante es el resultado global: que PP y Vox no logren formar Gobierno. Cualquier resultado que dé el Gobierno al PP nos llevaría a un escenario en el que las formaciones conservadoras concentrarían decisivamente el poder en España, una vez han logrado alcanzarlo en la mayoría de comunidades autónomas y principales ayuntamientos. Esto obligaría, lógicamente, a replantear el liderazgo de Pedro Sánchez y el papel del PSOE en la oposición. Y está por ver si Sánchez querría seguir, o si podría hacerlo.
PP: el Partido Popular parte como indiscutible favorito para ganar las elecciones. Los resultados de 2019 (89 diputados, 20,8%) quedan muy lejos. Se puede considerar que el PP ya ha logrado un gran éxito en estos años: absorber casi por completo a los votantes de Ciudadanos y frenar el ascenso de Vox.
El PP, además, se ha marcado metas muy elevadas: no sólo ganar, sino ganar con unos resultados suficientemente buenos como para librarse de Vox como incomodísimo socio de Gobierno. La campaña del PP está volcada a marcar constantemente la inevitabilidad de su victoria, y que dicha campaña se vea casi como un trámite en pos de un resultado ya establecido. Esta estrategia discursiva tiene todo el sentido, pues de tener éxito lograría a la vez desmovilizar a la izquierda (desinflada y sin ilusión ante un triunfo que se ve improbable) y concentrar en torno al PP a los votantes conservadores, lo que también dejaría a Vox en un papel totalmente subalterno. Sin embargo, ser el favorito tiene el problema de que todo el mundo se fija en sus propuestas y acciones y que concentra todos los ataques, y hasta ahora, en los prolegómenos de la campaña, y en un contexto de dudas e incertidumbre con los pactos con Vox como telón de fondo, eso no le ha venido demasiado bien al PP.
En este contexto, ¿cuál puede considerarse el umbral del fracaso? El que el mismo PP ha marcado: con ganar las elecciones no basta, es preciso alcanzar el Gobierno. Algo que no sucederá si PP, Vox y sus posibles apoyos (circunscritos a UPN y quizás Coalición Canaria y la abstención de Teruel Existe) no logran sumar más que el resto de los partidos del hemiciclo. La frontera está en 176, con independencia de que el PP aporte 130, 140 o 150 escaños a ese cómputo global. Aunque, obviamente, cuanto mejor resultado obtenga el PP, más fácil será tanto configurar una mayoría como salvar los muebles para Núñez Feijóo.
Vox: repetir los 52 diputados y el 15,1% de los votos de noviembre de 2019 parece difícil. Desde luego, de hacerlo está casi garantizado que PP y Vox formarían Gobierno y que Vox sería un socio no sólo indispensable, sino fundamental en el reparto de carteras ministeriales. Por eso, el umbral del fracaso se estima en ser imprescindibles para que el PP forme Gobierno, aunque sea con peores resultados que en 2019. Una situación que puede ser pan para hoy y hambre para mañana, si nos atenemos a lo sucedido con Unidas Podemos en el Gobierno: es habitual, en los Gobiernos de coalición, que el pez grande se coma al chico. Si el pez grande es el PP, dado su historial, más aún. Pero ese es un problema para la legislatura. Si hablamos del resultado electoral, para Vox cualquier resultado en el que entren en el Gobierno será posiblemente asumible. Si además logran la tercera plaza, podrá venderse como un éxito.
Sumar: en principio, el umbral del fracaso de esta formación creada en torno a la vicepresidenta, Yolanda Díaz, estaría en los 38 diputados de Unidas Podemos, Más País y Compromís. Si además Sumar logra la tercera plaza, superando a Vox, la operación habría sido un éxito. En cambio, si no se lograsen esos objetivos, quedaría en cuestión la operación en su conjunto, que no habría servido para ilusionar al votante de izquierdas desafecto con el PSOE, o no en medida suficiente. En cualquier caso, Sumar tiene aquí un segundo criterio que separa el éxito del fracaso, idéntico al del PSOE: con independencia de los resultados de esta formación, si el PP no logra formar Gobierno, se salvarían los muebles.
Esta es la paradójica ventaja de la izquierda respecto de la derecha en estas elecciones: sus expectativas son tan bajas, y las que se ha formulado la derecha tan altas, que no necesitan ganar. Les basta con no perder. Y no perder consiste en que el PP no consiga una investidura de Gobierno. El listón de los 176 escaños parece sencillo de obtener para el PP, a juzgar por las encuestas, pues casi todas ellas les dan números suficientes. Pero hay dos matices que conviene tener en cuenta.
El primero es que ninguna encuesta ofrece la posibilidad de que el PP pueda librarse de Vox. La investidura necesitará, sí o sí, el voto favorable de Vox, y esto conlleva casi de forma automática que Vox entre en el Gobierno. Un escenario que también puede ser problemático para el PP a largo plazo, porque cuatro años después será previsible que la izquierda esté hipermovilizada tras una legislatura de nostalgia franquista, machismo recalcitrante, ocurrencias ultrafriquis, y el independentismo catalán disparado de nuevo.
El segundo elemento de juicio que aportan las encuestas es que, si bien dan los números, dan ya por poco. La victoria del PP y Vox está dentro del margen de error. Y ahí aparece el segundo problema del PP: no tiene apenas aliados, porque el único que tiene (Vox) le enajena cualquier posible apoyo alternativo. El PSOE, en cambio, puede jugar más con la geometría variable, si bien una hipotética investidura de Sánchez lo tendría complicado para conseguir los votos de ERC, incluso su abstención, e imposible los de JuntsxCat. Pero, como Pedro Sánchez ya está en La Moncloa, puede hacer como hizo Rajoy en 2015: sentarse, como presidente en funciones, y esperar sin hacer nada mientras sus rivales afrontaban investiduras fallidas. Y seis meses después, tras otra repetición electoral, quién sabe lo que podría ocurrir. Recordemos el aforismo que tal vez pasará de padres a hijos en las décadas venideras: más sabe el Perrosanxe por perro que por sanxe.