España es uno de los países del mundo con mayor implantación de la historia clínica electrónica (HCE), tanto en los centros hospitalarios como en atención primaria y salud pública. Los más de 10 años transcurridos desde la implantación de la HCE y los millones de pacientes atendidos en este tiempo han generado una cantidad ingente de información sobre las condiciones de salud, tratamientos, imágenes médicas, diagnósticos, intervenciones y resultados tanto de las pruebas como de los ingresos y las consultas.
Si fuésemos capaces de garantizar el anonimato mediante agregación y desintegración de los datos, y de almacenarlos de tal forma que pudiesen ser explotados (la mayor parte de estos datos están almacenados de forma no estructurada, al ser texto libre), los gestores, los clínicos y los investigadores dispondrían de una información muy valiosa que permitiría averiguar qué tratamientos son más eficaces y producen menos efectos adversos, qué decisiones de gestión son las más adecuadas y, cruzando con datos externos, abrir nuevos campos a la investigación hasta ahora no imaginados.
La tecnología nos permite ya garantizar el anonimato y estructurar los datos que estaban en formato texto. Además, para aprovechar el tremendo potencial de las herramientas de analítica avanzada aplicadas a la salud ya no son necesarias grandes inversiones en plataformas big data, dado que es posible acceder a ellas en modo servicio obteniendo resultados a unos costes y en unos plazos muy razonables.
Para sacar el máximo valor a estos datos son necesarios tres requisitos: en primer lugar, tener una pregunta, una hipótesis o un problema de negocio concreto que resolver en cualquiera de los ámbitos de la gestión y provisión de servicios sanitarios (¿Cómo se comportará la lista de espera de cataratas los próximos dos años?, ¿tengo contralado el nivel de azúcar en mi población diabética? ¿Qué prótesis de cadera es la mejor para este paciente?), en segundo lugar, disponer de un volumen adecuado de datos históricos anónimos con un mínimo de calidad y, por último, orientar los resultados a la acción, dando utilidad práctica al ejercicio de análisis.
Algunos hablan de la falta de rigor científico en estos análisis, pero estas herramientas no son más que eso, aplicaciones al servicio de los gestores, los epidemiólogos, los clínicos y los investigadores. Los científicos del dato tan solo ponen a disposición de estos profesionales nuevas formas de analizar la realidad, a las que siempre habrá que aplicar el criterio del experto a la hora de valorar y examinar la información obtenida.
Baltasar Lobato, Socio responsable de health care de EY