VALÈNCIA. La primera película que Ernesto Sebastián (Portalrubio, 1948) recuerda haber visto es Julio César, film dirigido en 1953 por Joseph L. Mankiewicz y protagonizado por Marlon Brando. La sala era una cochera y la pantalla una sábana lisa colgada por los extremos. Cada espectador llevaba su silla de casa y la atmósfera era la de un poblado turolense. Actualmente Portalrubio solo tiene siete habitantes y está integrado en el municipio de Pancrudo. Ernesto siguió los pasos de su hermano César y se mudó a València para estudiar Químicas en la Universidad de València. La facultad le enseñó su vocación, que no era la ciencia de la composición, estructura y propiedades de la materia sino el cine. «Con mi hermano y otro estudiante, Jose Pascual Aznar, montamos un cineclub universitario por puro amor al cine. Era 1967. Pedimos permiso al decano, nos lo concedió y programamos El pretendiente, de Pierre Étaix. Ahí comenzamos a caminar».
El local estaba en un sótano que se inundaba cada vez que llovía. Era objeto del control del sindicato vertical. La cultura asusta al poder. «Había entonces una efervescencia por todo el tema del cine, el tema cultural. Fue alentador. Si no, hubiéramos acabado enseguida. Lo que no me esperaba es que de ahí iba a salir la dedicación de toda mi vida: el cine». En 1968 se asociaron con un estudiante más y abrieron un cineclub en la calle Gobernador Viejo, muy cerca del cine Xerea, gestionado en ese momento por el empresario Armando Álvarez. Los Sebastián triunfaban con su cineclub, mientras que el Xerea, al igual que otras salas, se resentía por los cambios en los hábitos de consumo del ocio parejos al final de la década. «El día de los Santos Inocentes de 69 nos llamó Armando. El 10 de enero de 70 éramos empresarios de la explotación del cine. Montamos una sociedad encubierta, empezamos con El Navegante de Buster Keaton. Empezamos como un tiro y así fue durante bastantes años».
Miguel Tejedor, autor de El libro de los cines de Valencia, escribió sobre estos hermanos que «además de ser unos excelentes programadores, eran expertos en marketing cinematográfico, sabían lo que les gustaba a su público (…) El nuevo Xerea ofrecía cine para cinéfilos e incondicionales del buen cine». Los Sebastián añadieron AEC al nombre del cine, letras que correspondían a “Arte Ensayo Cine”. Esta denominación, además de hacerles pasar del último puesto en los listados alfabéticos a la primera posición, dejaba clara la línea editorial. «El cine de arte y ensayo permitió que muchas películas, que anteriormente la censura no pasaba, pudieran ser exhibidas en España, bien porque estaban en versión original o porque se revestían de interés cultural. Por ese coladero entró Helga, que estuvo más de seis meses en el cine Suizo». Helga es un documental de educación sexual que solo se exhibía en las salas de arte y ensayo y que despertaba el morbo entre un público acostumbrado a la censura. «Películas como esa no eran de cine y ensayo, pero se colaban y suponían una luz en el panorama cinematográfico».
"Había entonces una efervescencia por todo el tema del cine, el tema cultural. Fue alentador. Si no, hubiéramos acabado enseguida. Lo que no me esperaba es que de ahí iba a salir la dedicación de toda mi vida: el cine"
No todos los films pasaban el control: «La brigada política social tenía gente infiltrada, que iba como estudiantes. Lo vigilaban todo. Nosotros por suerte no tuvimos excesivos problemas. Ibas con la película a la delegación del Ministerio de Información y Turismo y según su veredicto, podías hacer la sesión. Cuando había un estado de excepción tiraban a degüello. En una de esas veces teníamos una comedia checoslovaca que estaba autorizada, Vive la Republique! Como se llamaba así, nos la suspendieron». Uno de los trucos para sortear el control eran los afiches. En ellos anunciaban que se proyectaría una película de un determinado director, pero sin revelar por completo el título. «Tuvimos acceso a unas copias de Viridiana, en el cartel solo pusimos que habría un pase del famoso director Luís Buñuel. Te la jugabas, pero no pensábamos en el riesgo». Octubre, El acorazado Potemkin o Le genou de Claire son algunas de las obras maestras que formaron parte de la sensacional programación del AEC Xerea, como bien puntuaron los críticos de la Cartelera Turia.
Armando, César y Ernesto adquirieron un nuevo cine, el Acteón. «Éramos los mismos socios, pero no en la forma original. Hubo una serie de divergencias con la otra parte y estalló. Nosotros nos quedamos el Acteón y Armando el Xerea». La sala murió como se viene al mundo, sin ropa. «Durante un tiempo Vicente Vergara gestionó la sala. Digamos que él era un enamorado de los resultados. Llegó a proyectar cine porno, y le fue bastante mal. El otro día pasé por delante del local y ahora parece un garaje. Me dio bastante pena». En los antiguos bajos del Xerea, situados en la calle d’En Blanch 6, actualmente se encuentra la organización cultural y social Hogar Escuela Sant Bult, desde hace años en obras de rehabilitación.
El Acteón ocupaba los bajos de Marqués del Turia 26. El éxito de este cine también fue por la maestría a la hora de seleccionar las películas. Arrancaron con La Raulito de Lautaro Murúa y siguieron con treinta años de nutridas buenas críticas, tanto por la calidad de la programación como por las instalaciones. No obstante, la afluencia de público caía, en gran parte por la aparición de los cines multisala, donde las distribuidoras preferían estrenar. En diciembre de 2005 fue el The end definitivo del Acteón, que se despidió con Broken Flowers de Jim Jarmush y una gran aplauso de su cinéfilo público.
«¿Anécdotas? Recibimos bastantes amenazas por Yo te saludo, María, de Jean-Luc Godard. Nos pusieron un cóctel molotov. Las monjas venían y rezaban en la acera de enfrente. Le tengo un especial cariño al estreno de El último emperador, de Bertolucci. Se estrenaba en el Acteón y en el Eslava. Hubo problemas en el envío de las copias, seguían en Italia el día del estreno. Cuando llegaron a Madrid, me fui con el coche a toda pastilla hasta Motilla del Palancar donde nos las acercaban. A las once de la noche llegaba yo a la Gran Vía Marqués del Turia. El Eslava había suspendido la sesión, pero nosotros no. Todo el público estaba en la entrada del Acteón esperando si se hacía o no se hacía. Aparecí. No he visto una ovación más grande en mi vida».
Los Multicines Aragón abrieron el 23 de diciembre de 1989, cerraron a los días por un problema de licencias —«El Ayuntamiento, que las cosas de palacio van despacio»— y volvieron a abrir en enero de 1990, ya con todos los papeles. Durante más de una década los Aragón cumplieron de sobra.
El 26 de octubre de 2006 fue el último pase de este multisalas. «En las empresas familiares cuando todo va bien, va bien, pero cuando deja de ir tan bien, por nimias que sean por las razones todo se tuerce. Se vendió el Acteón y yo no quería, estaría aún funcionando con un modelo parecido al d’Or. Fue una época muy dura. Lo pasé bastante mal. Explotó todo».
En 2015 Ignasi Pla, de la cooperativa La Cinemista, llamó a Ernesto con un proyecto para recuperar los Aragón. «No tenían ni idea de lo que tenían entre manos. Las películas más extrañas eran las que ponían ellos, no le interesaba al público. El invento fracasó. Les ofrecimos ayuda, pero como decían que sabían tanto, que eran autosuficientes… Nos devolvieron las llaves. ¿Qué va a pasar con el local? Me gustaría saberlo a mí también, está alquilado a una empresa en la que está metida Antonio Calero, pero con el tema de la pandemia… pues no sé cómo voy a acabar».
Además de ser exhibidor en algunas de las salas valencianas mejor consideradas por el público culto, Ernesto Sebastián fue distribuidor. «El mundo de la exhibición en aquellos años era muy complejo. Estaba el cine de estreno, después el primer reestreno, el segundo. Normalmente todos estos cines estaban ligados a alguna de las cadenas más importante que había en València. Eran los capos y para los cines pequeños conseguir las películas no era fácil. Si estaban de estreno en el centro, no se podían dar en un radio de varios kilómetros». Como profesional de la distribución, Ernesto Sebastián no tiene gran estima a las plataformas digitales. «Le han hecho mucho daño al cine. Más ahora con la pandemia, que las grandes distribuidoras se han guardado el producto. Los cines abren, pero no tienen buenas películas. Creo que les costará volver, pero el cine no puede morir, porque ver una película en una pantalla tan grande, rodeado de público, con un sonido que por mucho que quieras en tu casa no puedes tenerlo… Espero y deseo que las salas de cine no mueran».