Javier Milei es un populista de extrema derecha de manual, pero también un tío entretenido. Y entretener, siempre ha sido un arte. Sus excentricidades varias, como su vehemencia, su melena despeinada y sus clases sobre sexo tántrico, no dejan a nadie indiferente, ya sea por fascinación o por repulsión absoluta. La promesa de emociones fuertes es una característica del populismo ante el hastío que muchos sienten hacia los políticos de siempre. La campaña de Milei ha pregonado gloria, rugidos y rock 'n' roll ante una sociedad sumida en el hartazgo, empobrecida y con la inflación disparada.
El candidato de La Libertad Avanza ha quedado segundo en las elecciones presidenciales del pasado domingo y le disputará a Sergio Massa, representante peronista, la victoria el 19 de noviembre. Cada vez que nos encontramos con un populista de extrema derecha como Trump, Bolsonaro o Milei, la pregunta del millón es quién lo vota, y por qué. ¿Podemos asumir que los casi 8 millones de votantes de Milei apoyan su disparatado ideario? Lo que promete Milei es cortar por lo sano, salvajemente. Esto va desde recortes a golpe de motosierra hasta el cuestionamiento de las víctimas de la dictadura, pasando por ideas estrafalarias como la legalización de la venta de órganos. La clave es que no sólo votamos siguiendo argumentos lógicos y propuestas concretas; votamos porque conectamos emocionalmente con un imaginario.
Como la revolución parece que se ha vuelto de derechas, como diría Pablo Stefanoni, Milei es capaz de apelar tanto a las clases populares como a los votantes veinteañeros “cool” a través de un ejército de influencers que lo acompaña en sus campañas. Poco importa si las encuestas lo pintan como violento, su característica cara enrojecida por la ira representa el sentimiento de gran parte de los votantes. Las mismas encuestas también revelan a un Milei auténtico y valiente que se despeina y se cabrea ante un Massa moderado que despierta desconfianza. El populismo se nutre exactamente de esta estrategia: de construir una apariencia de autenticidad personal que despierta confianza por mucho que se digan mil animaladas.
Es común que los líderes populistas compartan algún elemento transgresor, como puede ser el peinado. Este gusto estético peculiar les permite presentarse visualmente como alguien externo a la “casta” política y que no tiene miedo a mostrarse políticamente incorrecto y estéticamente inapropiado. En el caso de Milei, su campaña se ha servido de todo un universo animal fascinante, habitado por perros, gatos, lobos, tigres y leones. Sin embargo, la imagen auténtica y banal de los líderes populistas está a menudo diseñada al milímetro y apoyada por un entramado de grupos de presión e intereses económicos.
Empecemos por los lobos. Como explica la estilista de cosplay Lilia Lemoine, “la gente vota con lo que ve”. Fue precisamente ella quien ideó el estilo de Milei con chupa de cuero, patillas y corte de pelo inspirado en Wolverine, el anti-héroe de la saga Marvel. “Ahora estoy en modo Wolverine, presentándome a presidente”, revelaba Milei en una entrevista a la revista The Economist. Así es como se presenta, con la fuerza (e ira) sobrehumana necesaria para sacar el país adelante. El esoterismo ha sido también tema de debate tras los rumores de que Milei habla con su mastín fallecido y con sus cinco réplicas clonadas. Esto se lo toma con humor, aunque no lo ha llegado a desmentir, agradeciendo su victoria en las primarias de agosto a sus “hijitos de cuatro patas” y diciendo que “son los mejores estrategas del mundo”.
La melena de Milei le ha ayudado a adoptar la iconografía de un león en llamas. No sólo Milei se identifica con un león, sino que eso convierte a sus seguidores en “leones”. “¡Dije que no venía acá para guiar corderos, sino para despertar leones, y los leones están despertando!”, gritó en 2021 cuando concurría a elecciones como diputado. En una de las imágenes más potentes de sus redes, aparece un león fiero cazando a las ratas del sistema, una simbología que empodera a las clases populares e invierte, Milei mediante, su papel en la sociedad.
Milei combina a la maravilla lo populista con lo popular. Con la chispa de una estrella del rock, igual ruge que canta en el escenario. En el cierre de las primarias de agosto, empezó diciendo: “¡Hola a todos! ¡Yo soy el león!”. Milei ha adoptado como himno el tema Panic Show, de La Renga, un grupo argentino icónico y rebelde. De hecho, la canta a menudo a capella en sus mítines. La letra continúa: “soy el rey de un mundo perdido/ soy el rey y te destrozaré/ todos los cómplices (que él cambia por “toda la casta”) son de mi apetito”. Si bien muchos han calificado sus performances de bochornosas, el populismo juega discursiva y estéticamente con aquello que la gente “decente” considera vergonzoso. Esto es lo que le permite distanciarse, al menos aparentemente, de los gustos y de los modales de las élites tradicionales.
Milei se presenta como un león feroz, pero la candidata de izquierdas Myriam Bregman lo calificó como “el gatito mimoso del neoliberalismo” en el primer debate electoral, cuestionando así su condición de rey del pueblo. Sin embargo, es justo el juego entre el león en llamas y el gatito mimoso, entre la capacidad del odio más virulento y el amor más puro, lo que dota a todo populista de legitimidad. Él ha sabido explotar esta faceta afectuosa a través de su reciente romance con la actriz y comediante Fátima Florez, que curiosamente es famosa por sus imitaciones de Cristina Fernández de Kirchner. Mostrando su amor en platós de televisión y retroalimentándolo a base de declaraciones cursis en redes sociales, la campaña de Milei ha sabido explotar la cultura del entretenimiento para su propio beneficio.
Milei le dijo a Florez, en directo, que son tal para cual porque ambos son “exóticos”. Y continúa: “somos explosivos, como adolescentes”. Este es el clímax emocional del universo de Milei, un espectáculo constante en el que el líder populista intenta sumergir a la audiencia en sus peleas de gallos y en sus romances cual telenovela. Si bien los resultados de Milei han sido notables, su intención de ganar en primera vuelta no se ha cumplido. En noviembre habrá una batalla del León contra el Tigre, este último en referencia a Massa (fue intendente de un municipio con este nombre). Todo dependerá de lo que más teman los argentinos: si el rugido repetitivo del peronismo o los zarpazos virulentos de Milei.
Sara García Santamaría es doctora en Periodismo por la Universidad de Sheffield