La oriolana acaba de ganar uno de los preciados leopardos de oro que otorga el longevo festival de cine de Locarno y lo ha conseguido con un cortometraje documental sobre la colombicultura en su pueblo. Su tercera cinta vuelve a inspirarse en los ritos que forman parte de las gentes de Orihuela, lo que demuestra no ser más que un estímulo para los jurados de cine internacional que ya galardonaron a sus anteriores trabajos. En el el caso del reciente ‘Los que desean’, Locarno es solo el primero de una retahíla de festivales que han seleccionado el corto para su sección oficial
VALÈNCIA. Emilio D'Alessandro fue chófer y asistente personal de Stanley Kubrick durante 30 años. En Mi amigo Kubrick (S is for Stanley, 2015) cuenta cómo el director de Eyes Wide Shut le absorbió la vida hasta que decidió regresar a su Italia natal para estar cerca de sus padres durante sus últimos años de vida. Cuando ya había vendido su casa, Kubrick le pidió que se quedara solo dos semanas más y le alquiló un lugar confortable para él y su familia. Las dos semanas se convirtieron en dos años hasta que, fatalmente, el padre de D’Alessandro murió mientras él hacía incontables recados para el cineasta neoyorkino. Este hombre para todo no llegó a separarse ya del obsesivo autor hasta el final de sus días, sumido en la contradicción por renunciar a la necesidad de vivir en torno a sus raíces.
Elena López Riera (Orihuela, 1982) acaba de ganar el premio al mejor cortometraje suizo en la 72ª edición del prestigioso Festival Internacional de Cine de Locarno. Sí, al mejor cortometraje suizo, porque pese a que Los que desean es un relato documental sobre la columbicultura, a la cineasta valenciana le cuesta mucho menos encontrar financiación para sus películas en el cantón helvético –donde reside desde hace una década– que en la Comunitat Valenciana. De hecho, la producción presentó ayudas al Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA; no concedidas) y al Institut Valencià del Audiovisual i la Cinematografia (a la espera de resolución), pero ya es toda una realidad premiada a expensas de la producción española. Y es solo el principio, porque ha sido elegida para competir en San Sebastián, estará en Toronto y la lista de festivales sigue corriendo a la espera de cualquier interés financiador made in Spain.
López Riera, como D’Alessandro, se marchó del Sur de Europa en busca de trabajo. Ella lo encontró como profesora de cine y literatura comparada en la Universidad de Ginebra, becada además para hacer su tesis (ayuda que tampoco encontró en España). Muy alejada de la queja, al contrario que el asistente de Kubrick, decidió regresar a casa a través de su obra como cineasta. Toda pasa –de momento– por su Orihuela natal, con una perspectiva sensible y con mucho sentido que, admite, quizá no hubiera obtenido sin el exilio laboral. Una obra sin presunción técnica, donde la urgencia por contar y la honestidad de un equipo mínimo y una mirada poderosa y convencida le convierten en una de las voces más frescas del cine independiente que tiene que ver con este territorio. Y con todo el territorio europeo.
En su todavía incipiente carrera (tres cortometrajes, 2015-2018), todavía no ha dado un paso en falso: con Pueblo, entre otros reconocimientos, estuvo seleccionada en Cannes, ganó Sevilla y MECAL en Barcelona; con Las vísceras visitó por primera vez las mieles de sección oficial en Locarno. Con su tercer paso ya ha ganado su propio Leopardo, algo a lo que le otorga un valor más propio del foco y que no parece hacerle titubear de su próximo objetivo: un primer largometraje de ficción con base documental. Una vez más, las opciones para la financiación parecen mucho más claras fuera de España, pero sigue sin encontrar peros concretos al sistema –asegura que influye la cantidad de recursos– y lo celebra viviendo en casa de sus padres, donde pasa largas temporadas y se rodea de su familia creativa que va desde sus socios experimentales de lacasinegra a cineastas tan importantes como Chema García Ibarra.
Doctora en Comunicación Audiovisual, ha sido invitada como investigadora a la Universidad Sorbonne-Paris III, como profesora a la Universidad Carlos III en Madrid y a la Universidad de Valencia. Ha sido programadora para el Festival Internacional Cinema Jove de València y forma parte del equipo de selección del festival de cine documental Visions du Réel. El encuentro de Nyon, con nada menos que 180 películas en sección oficial, es actualmente el principal sustento económico y vínculo de la cineasta que estrenó su primer corto en la Quincena de realizadores del Festival de Cannes. Un hito que pocos directores españoles han logrado y que solo forma parte de una trayectoria coherente y vinculada al ya citado colectivo de investigación y experimentación audiovisual lacasinegra.
Aprovechamos el foco efímero del premio para conversar desde Cultur Plaza con Elena López Riera de su cine y del que ha de venir.
-¿Es posible que esta década de distancia con Orihuela te haya permitido filmar con sensibilidad paisajes cotidianos que, quizá, a un oriolano ya le pasan inadvertidos?
-No lo puedo saber, aunque me lo he preguntado muchas veces. Me pregunto porqué me ha fascinado todo aquí de un tiempo a esta parte. Es una pregunta imposible porque solo tendré una vida y la elección fue irme. En mi primera película ya se decía eso de que cuando uno se va de casa al extranjero ya lo es para siempre. No sé si decir que me atormenta esta idea, pero no me gusta alejarme de los míos. La relación se hace compleja, sin culpabilidad, pero sí con esa sensación de existir entre dos tierras.
-Pero no hay amargura, como dices.
-La hay en los emigrantes españoles que me encuentro en Suiza, los que se fueron en los 60 o antes. Y, ¿sabes qué? Que todos quieren volver a España. En su caso, a veces, a una España que ya no existe. Pero comparto con ellos esa idea de estar viviendo en el lugar que no te corresponde y saber que eso influye en mi trabajo. Como hago cine, que condiciona mi mirada.
-¿Hasta qué punto te preocupa tener una mirada benévola desde la distancia?
-Es lo más peligroso y lo que más me interesa de hacer cine. Es inevitable que tenga una mirada extranjera, pero es lo que busco en parte. En el último plano de Pueblo un chico me mira y se sostiene el punto de vista porque me está preguntando, ‘¿pero tú quién eres para grabarme? ¿tú quién eres para filmarme?’. Yo me lo pregunto tanto como él en ese plano y entiendo perfectamente que la gente de Orihuela se lo plantee. Hago cine sobre mis raíces en parte porque necesito sentir esa pregunta. Es complejo. Porque tengo fascinación por lo que sucede… pero entiendo que me miren como diciendo, ‘tú, que ahora vives en Suiza, vienes a mirarnos como si fuéramos bichos raros’.
-Y te fijas especialmente en los ritos (por orden de filmografía: Semana Santa, matanza y colombicultura).
-Son muy importantes. Cómo evolucionan y cómo involucran a gente de muy distinta edad. Como personas muy distintas, en realidad, se están comunicando por algo que han heredado de manera ancestral. Es algo mágico que nos rodea y que me interesa.
“Si existiera una guía única de cómo hacer cine sería todo mucho más fácil y mucho más aburrido.
-¿Te da miedo llegar con alguna idea prefabricada sobre esos ritos?
-No, porque… es imposible. No hago cosas prefabricadas. Mi manera de trabajar es muy natural y rodamos incontables horas. Luego mi madre me dice, ‘¿pero cómo puede durar 20 minutos?’ [ríe]. Trabajo en equipo y escucho mucho. Hay una grandísima cantidad de material y el relato está totalmente abierto a lo que suceda. A enriquecerse.
-Ya que lo mencionas, también participas del montaje. ¿Te cuesta delegar las áreas cruciales de la producción?
-Sí, creo que sí. No monto sola, pero es cierto que tampoco lo dejo en manos de un tercero. Forma parte de ese diálogo en equipo. El montaje es una parte muy importante y forma parte de eso que me preocupa tanto y que, a lo mejor puede parecer tonto, pero es solo mirar. Y esa fascinación inicial para que se transmita algo… es importante dejarlo claro en todo el montaje. Forma parte esencial de la mirada.
-Es decir, que te cuesta delegar.
-Soy un poco ‘control+z’ [ríe]. No existe una guía de cómo se hace cine de verdad. Si existiera sería todo mucho más fácil y mucho más aburrido. El cine para mí tiene mucho que ver con mi equipo. Con el diálogo. Con discutir y pelearte, si quieres. No lo puedo concebir de otra manera. Por lo que ya he dicho y porque si estuviera sola no podría. Necesito discutirlo con alguien y aceptar que, como dice mi montador, el montaje no se acaba; se abandona.
-Los que desean documenta la colombicultura en Orihuela. ¿Por qué esta vez este rito?
-Una de las cosas que más me fascinaba era cómo congregaba a niños, niños muy niños, y ancianos. Luego ves que unos están enviando audios de WhatsApp y otros se comunican… de otra manera. Pero están pendientes de un mismo fin. Esa idea de contraste entre lo contemporáneo y lo ancestral, pero de cómo se comunican y hablan de lo mismo, es lo que más me atraía y, en parte, lo que se refleja en el corto.
-En los ritos que has revelado a través de tus tres cortometrajes no hay ni rastro de cine por Orihuela… [interrumpe].
-Es que en Orihuela no había cine. Piensa en en que no había cine, solo de verano en Torrevieja, donde vi mi primera película. El cine en Orihuela, para mí, en parte era mi abuela viendo westerns. O yo viendo el cine en las televisiones, cuando hacían cine…
-A eso iba, a que en tu familia no había la menor relación, no solo con el cine, sino con una industria creativa o cultural. ¿Hasta qué punto ha sido estímulo y hasta qué punto ha sido una barrera.
-No lo puedo saber, pero es cierto que nadie, no solo de mi familia, ni de mi entorno, ni nadie que conociera se dedicaba al cine. Cuando lo dije en casa se armó una buena [ríe]. La primera reacción fue muy negativa, como la que tuvieron todos mis compañeros de lacasinegra, a los que conocí en València, donde llegamos con un hambre de ver cine que ahora creo que sería muy difícil de entender. ¡De verdad, que no teníamos apenas acceso al cine! Y yo quería hacer cine. A mi madre lo que le hubiera gustado es que me casara con algún banquero del pueblo, que le hubiera dado nietos y que los pudiera cuidar. Pero una vez pasado el primer impacto, la verdad es que me han apoyado muchísimo.
-¿Cómo viven que hayas recibido reconocimientos internacionales con cada trabajo, desde la parte académica a la producción de cine, pero que tengas que seguir viviendo en Suiza porque en España no hay suficientes recursos como para que operes solo desde aquí?
-Es que no veo mi marcha como algo negativo. La inmigración de nuestros abuelos sí lo fue, que les hacían un control médico antes de entrar como si fueran ganado. No soy nada pesimista. En parte, Suiza fue una elección. Es cierto que no podría haber hecho la tesis en València porque nadie me hubiera becado. Es cierto que mi sueldo en Suiza me ha permitido, por ejemplo, venir algunos fines de semana cuando lo necesitaba. Pero la diáspora ha sido importante, en positivo. Joder, que tenía teléfono, Skype… A mis padres les encantaría que aquí tuviéramos medio para hacer lo que hago, pero saben lo que hay.
-Lo que sí has demostrado en tu cine es que las cuestiones técnicas no se imponen al relato. Generacionalmente, hay una franja de cineastas que invierte decenas de miles de euros en equipo técnico mientras que los trabajadores van a un beneficio subsidiario.
-La gente que me rodea me ha demostrado que, cuando empezamos, era más importante la urgencia de grabar y decir algo que esperar a tener la cámra buena. En lacasinegra éramos una panda de mataos y no teníamos un duro. Grabar con móviles estaba bien. Compramos una cámara en El Corte Inglés, una Canon 550D, y la devolvimos antes del mes. ¡En El Corte Inglés son muy majos! [ríe]. En ese mes grabamos sin parar. En el último corto hemos grabado con cinco cámaras diferentes y sé que lo que me obsesiona es el encuadre, no tener una RedOne. No digo que de este agua no beberé, pero cada proyecto entiende sus condiciones. Para mí lo que sí es primordial es que la gente cobre. No soy nada partidaria de un cine low cost; la gente ha de estar remunerada.
-Ya que hablas del equipo… algo que sí parece difícil dentro de tu planteamiento de producción es que trabajes con equipos numerosos, pero ahora te enfrentas a un largometraje. ¿Cómo lo vas a afrontar?
-Me preocupa mucho… No se puede decir de este agua no beberé, por eso no me niego a mejores condiciones técnicas y a un equipo mayor. Pero para mí, es cierto, es muy cierto que necesito trabajar con gente que conozco. Necesito generar una familia y que se sienta querida y yo también sentirme protegida. Es un lujo eso, lo sé. Pero ahora trabajo en un largometraje para el que espero tener todo el año que viene para escribir. Ahora mismo, si he de decir en que pienso, es en el equipo de producción mínimo. Creo que puede ser más pequeño de lo que parece, porque es necesario para que respiren las historias que hago. Pero, supongo, sí, sin duda será mayor al que hemos sido hasta ahora.
-En tu caso, como en el de Chema García Ibarra, hablamos de cineastas reconocidos en festivales. Nominados y premiados, como muy pocos valencianos, contados con los dedos de dos manos. Sin embargo, ambos os movéis en un contexto absolutamente castellano parlante. A quien grabáis, como os relacionáis y la manera en la que interpretáis el mundo tiene muchísimo que ver con el castellano. Sin embargo, en cuanto a los puntos para ayudas de la Conselleria de Educación, Investigación, Cultura y Deporte como en la sensibilidad por la producción de la recién nacida À Punt, esa variable está –de momento– en inferioridad de condiciones. ¿Habláis de ello? ¿Cómo interpretáis esta paradoja?
-Para mí es fantástico que se recupere terreno para una lengua minorizada como es el caso del valenciano. Culturalmente, a nivel de patrimonio, no puedo estar más a favor. Ahora bien, es un poco extraña la situación… Creo que excluida no me siento, aunque no me hayan dado las ayudas [ríe]. Es un tema a considerar. A pensar. No he hablado con Chema de ello en concreto, pero para mí, en mi entorno y lo que filmo, rodar en valenciano no podría ser más antinatural. Ahora bien, me parece estupendo y entiendo la posición. Supongo que tendremos que hablar y plantearnos sin ninguna urgencia qué papel jugamos ahí.